Atracción fatal: un amor que desafía la muerte.

Sin memoria.

Pasaron algunos días, y cada miembro de la familia había respetado el espacio de Ainara, aunque se morían por saber lo que había vivido. Dejarían que sea ella la que dé el primer paso, aparte que no sabían muy bien que más mentiras le habían dicho. Era fin de semana y Ainara estaba en el jardín trasero, acostada en la perezosa, mirando el cielo estrellado. Aunque las luces de la ciudad opacaban a las estrellas, aún se podía contemplar la luna y algunas de ellas brillando en la noche.

Francisco se acercó con una taza de café con leche y se lo ofreció a Ainara, quien lo aceptó agradecida. El hombre, con una voz suave, le preguntó mientras él tomaba asiento a un lado.

—¿En qué piensas, mi niña? El cielo se ve hermoso esta noche.

Ainara suspiró profundamente, sintiendo las lágrimas asomarse en sus ojos mientras comenzaba a contar su historia, necesitaba a su papá, se sentía sola, como una niña que se ha perdido y solo ese hombre podía darle el abrigo que necesita en ese momento.

—Papá, el día que desperté, ni siquiera sabía quién era. Fue como si mi mente estuviera envuelta en una densa niebla, incapaz de encontrar mi propio nombre. Me sentí tan frustrada, como si hubiera despertado en un mundo desconocido, sin raíces, sin identidad. —Una lágrima rodó por su mejilla—. Ese día, me sentí como un barco a la deriva, en un océano sin fin, sin saber hacia dónde dirigirme; estaba sin memoria.

Francisco escuchó atentamente, a la vez que su corazón se rompía al ver el dolor de su hija.

—Y aunque Santiago me llamó por mi nombre, él mismo me parecía un extraño. Desde el primer momento que lo vi, nunca le tuve confianza —continuó Ainara, su voz quebrada por la emoción—. Cada día me sentía más perdida, más desconfiada, y aunque él aseguraba que éramos esposos, yo no podía creerle y aún sigue siendo así.

Francisco la abrazó suavemente, dándole el apoyo que tanto necesitaba, mientras ella seguía hablando.

—Cada vez que Santiago hacia algo para demostrar que somos esposos, y sin poder recordar aunque sea una pizca, me sentía mal, porque nunca llegó nada a mi mente, lo primero que hizo fue mostrar el acta de matrimonio, fotos, pero nada de eso logró conectar con mi corazón —continuó Ainara, sintiendo cómo las palabras la transportaban de regreso a esa casa vacía en la que había estado—. Por eso te lo pregunté ese día que llegué aquí. Pero mira, papá, aun así mi corazón sigue sin poder conectar con el que supuestamente es mi esposo.

—Tranquila mi niña, el corazón conecta solo si es amor verdadero y si eso no ha pasado con Santiago, es porque no es tu amor y bueno, es lo que necesitas para buscar a quien en verdad ama tu corazón —respondió Francisco

Ainara suspiró y asintió ante las palabras de su padre.

—Creo que tienes razón en tus palabras, por esa razón no soportaba ya vivir bajo el mismo techo que ese hombre. Sabes algo, mi primer recuerdo vino cuando era pequeña y tú, papá, me enseñabas a orar a Dios. Desde ese momento, empecé a hacerlo todos los días, rogando al Dios de los cielos que me ayudara a recordar.

Las lágrimas seguían cayendo por su rostro, pero Ainara sentía una especie de alivio al compartir su dolor.

—Y poco a poco, día tras día, empecé a recordar. Aún no recuerdo todo, solo hasta una parte de mi adolescencia —dijo, mirando a su padre con ojos llenos de esperanza y vulnerabilidad—. Papá, ¿puedes ayudarme a recordar más? Esto es horrible, no quiero estar así, no tener memoria es algo que no se lo deseo a nadie.

Francisco sintió una mezcla de tristeza y orgullo al escuchar a su hija. La abrazó con ternura, sintiendo el peso de sus emociones.

—Por supuesto, mi niña hermosa. Estoy aquí para ayudarte en cada paso del camino, no estás sola, sabes que te amo y jamás te dejaría transitar esta selva sola —dijo Francisco, con voz reconfortante.

—Gracias papá.

—Y, también tienes a María, a tus amigas que han preguntado mucho por ti, a la abuela Rosa, y sobre todo tienes a Mauro.

Ainara se quedó sorprendida al escuchar el nombre de Mauro. Lo que recordaba era que nunca se había llevado bien con él.

—¿Mauro? —preguntó, con una expresión de asombro—. Pero, papá, yo… no recuerdo llevarme bien con él, o sea, desde que nos conocimos todo es una pelea. ¿Cómo puedo contar con él?

Francisco sonrió suavemente, entendiendo su confusión.

—Lo sé, hija, pero las cosas cambiaron. Mauro ha llegado a ser un gran amigo para ti. Diría que es tu mejor amigo. Ha estado a tu lado en los momentos más difíciles y ha demostrado ser alguien en quien puedes confiar —aseguró Francisco, con una mirada sincera.

—¡Vasie! De enemigo paso a ser mí… ¿Mejor amigo?

Francisco asintió con una sonrisa.

«Y algo más que eso» pensó el hombre.

Ainara de pronto sintió una curiosidad que no pudo contener, así que miró a su padre y preguntó:

—Papá, ¿Mauro tiene novia?

Francisco se quedó en silencio por un momento, sin saber qué responder. Por dentro, moría por decirle a su hija que ella era la esposa de Mauro, pero no podía hacerlo por petición de él. Francisco estaba en desacuerdo con esa decisión, pero entendía que Ainara debía recuperar parte de lo que había olvidado por sí misma y dejar que el amor haga su trabajo en el corazón de ella.

Finalmente, decidió responder:

—Sí, tiene una novia.

Inexplicablemente, Ainara sintió una oleada de celos y molestia. Sin poder evitarlo, respondió de manera sarcástica:

—Vaya, vaya, ¿quién lo diría? El ogro malhumorado encontró a su princesa, pero ¿qué le vio ella? Sí, es más feo que un mono colgando de una rama.

Francisco observó a su hija, notando la reacción emocional en su rostro. A pesar de todo, estaba decidido a apoyarla en su camino hacia la recuperación de sus recuerdos y la verdad que tanto anhelaba.




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