Las vacaciones llegaban a su fin, y Ainara había logrado terminar los trámites para retomar las clases desde el semestre que había perdido. A la vez, estudiaba puntos que tenía anotados en varias libretas que Mauro le había facilitado. Esta amabilidad de parte de Mauro la tenía confundida, aunque suponía que el cambio se debía a que él estaba madurando.
—¿Qué bicho le ha picado a este ser? —se preguntaba ella.
Aun así, decidió no darle tantas vueltas al asunto. Faltando solo una semana para el regreso esperado a clases, Mauro decidió invitarla a salir.
—¿Salir? ¿Tú y yo? —preguntó Ainara, dudosa.
—No, con la pulga del gato. Claro que tú y yo —respondió Mauro, con su característico sarcasmo, mientras rodaba los ojos.
Ainara ignoró el comentario sarcástico de Mauro y le preguntó a dónde irían.
«Estoy segura de que me está tomando el pelo», pensó ella.
—¿A dónde iríamos? —preguntó cruzándose de brazos y una mirada retadora.
Mauro sonrió con picardía y respondió:
—Vamos por una mamonada.
Ainara frunció el ceño, evidentemente confundida por la palabra.
—Ma… mam… ¿Mamonada? ¿Qué es eso? —preguntó, desconcertada.
La expresión de Ainara hizo que Mauro soltara una carcajada.
—Es una bebida típica Carora, hecha con mamones. ¡Te va a encantar! —explicó Mauro, con entusiasmo, quería disfrutar de una tarde con ella.
Ainara sintió una mezcla de recelo y curiosidad. La invitación la hacía sentir una chispa de emoción, aunque también sentía una electricidad en el aire cuando estaba cerca de Mauro, una sensación que no podía ignorar. La proximidad de Mauro hacía que su corazón latiera más rápido, y aunque intentaba mostrarse indiferente, no podía negar que la presencia del chico la hacía sentir muchas cosas.
Aunque quería ir, decidió rechazarla.
—No puedo, mmm, bueno es que tengo que lavar la ropa —dijo, tratando de sonar convincente.
En parte era verdad, no había tenido tiempo de lavar nada y ya casi no tenía ropa limpia, pero la verdadera razón era lo que sentía cada vez que estaba en presencia de Mauro. Una electricidad que la recorría y la hacía sentir tantas cosas que no quería demostrarle.
Mauro no le dijo nada, solo se encogió de hombros y respondió con indiferencia.
—Tú te lo pierdes, pimentón.
Mientras Mauro estaba a punto de salir, Ainara recordó la conversación sobre la novia. Una oleada de celos la invadió, y sin poder evitarlo, preguntó:
—¿Por qué no invitas a tu novia en vez de a mí?
Mauro se detuvo de golpe, frunciendo el ceño. La confusión se reflejó en su expresión mientras se giraba lentamente. Su mirada era seria, algo molesta, y Ainara sintió la intensidad de esa mirada penetrante.
Se acercó a ella, acortando la distancia entre ambos, y preguntó con voz firme:
—¿Novia?
Ainara, a pesar de la mirada intimidante de Mauro, no se achicó. Respondiendo con firmeza, levantó su barbilla.
—Aparte de ser feo como un cactus, también sufres de pérdida de memoria. ¿No recuerdas que tienes una novia?
—Ah, claro, mi novia —dijo él tratando de saber de dónde sacó esa idea ella.
—No sé qué le vio esa chica a él, este feo se olvidó de ella —murmuró para sí misma, pero lo suficientemente alto como para que Mauro la escuchara.
Mauro, con una sonrisa traviesa, la acorraló contra la pared. Con una voz seductora, le susurró:
—¿Quieres descubrir lo que mi novia vio en mí?
Ainara sintió esa corriente eléctrica recorrer su cuerpo, su corazón latía a mil por hora. La proximidad de Mauro y el tono de su voz la desarmaban, pero ella no quería mostrar lo afectada que estaba. Sin embargo, ella no esperaba la siguiente pregunta de él.
—Acaso, ¿Estás celosa? —preguntó con una sonrisa provocadora. Sus rostros estaban tan cerca que ella podía sentir su aliento cálido.
Ainara tragó grueso y no supo qué responder. Sentía una mezcla de emociones que no podía controlar. ¿Cómo admitir que estaba celosa cuando no debería estarlo? Porque para ella solamente eran hermanastros. Su mente se debatía entre la lógica y sus sentimientos, mientras su corazón latía descontroladamente.
Mauro observaba cada detalle de su expresión, disfrutando el efecto que tenía sobre ella. La conocía como la palma de su mano. La electricidad en el aire era innegable, y Ainara se sentía atrapada por la intensidad de sus emociones. Pero no podía dejar que Mauro lo supiera.
—No… no es eso —murmuró finalmente, tratando de sonar convincente, aunque su voz temblaba ligeramente y lo empujaba.
Mauro sonrió nuevamente, desarmando otra vez a la joven con ese gesto; ella solo quería salir corriendo como un conejito en ese momento.
—Te invité porque mi novia está ocupada, demasiado, estudiando para un examen. Además, no es tan divertida como tú, pimentón —dijo Mauro.
Ainara sintió cómo los celos se mezclaban con una extraña satisfacción. Aunque no quería admitirlo, la atención de Mauro la afectaba más de lo que le gustaría.
—Nos vemos luego, una mamonada me espera.
Ainara observó cómo Mauro salía de la casa, sintiendo una mezcla de frustración y confusión. Bufo molesta, y se dirigió a su habitación y cerró la puerta detrás de ella. Necesitaba despejar su mente de todas las emociones contradictorias que Mauro le provocaba.
—¡Idiota!
—¿Estás celosa? —murmuró imitando a Mauro.
—¿Qué se cree? En verdad es un idiota de primera.
Tomó sus audífonos y comenzó a escuchar música, dejando que las melodías la envolvieran y la ayudaran a desconectarse de la realidad. Se tumbó en la cama, cerrando los ojos mientras la música llenaba su mente. Poco a poco, las tensiones del día se desvanecieron, y sin darse cuenta, Ainara se quedó dormida.
El sonido suave de la música la llevó a un sueño profundo y reparador. Mientras dormía, la ropa que había dicho que iba a lavar quedó olvidada, apilada en una esquina de la habitación. Ainara se sumergió en un mundo de sueños, donde las preocupaciones y los sentimientos complicados quedaban temporalmente en suspenso.
Editado: 24.02.2025