Mauro se queda embelesado ante la belleza que ven sus ojos. Ambos sienten una sensación de atracción hacia el otro que los envuelve en una nube de tensión y deseo.
Ainara, con su piel blanca y su cabello pelirrojo que brilla con la luz, parecía una visión casi celestial, por lo que él estaba sin palabras. Ambos se miraban fijamente, donde parecía que el tiempo se detenía y todo lo demás quedó atrás.
Mauro empezó a caminar lentamente hacia ella, con una sonrisa coqueta, mientras observa cada curva de su cuerpo con intensidad. Ella puede sentir su mirada ardiente que recorre su piel desnuda, enviando escalofríos de excitación por todo su cuerpo. Pero está estática, que no hace nada por cubrir su desnudez.
Sin decir una palabra, él toma la franela y la coloca sobre los hombros de ella, como si así fuera a cubrir un poco su desnudez de manera delicada.
Ainara se mordió el labio inferior, al sentir cómo el calor de la pasión empieza a apoderarse de ella. Las manos de Mauro acarician suavemente su rostro, logrando que ella cierre sus ojos, luego bajan por su cuello y se deslizan por su espalda desnuda.
Pero es que con cada caricia, el deseo se intensifica, creando esa corriente eléctrica que los conecta de una manera, única, amorosa y salvaje.
—¡Eres preciosa! —susurra él—. Tu cuerpo es una provocación que me incita a pecar, a querer perderme en tu templo, porque no puedo resistirme a tu belleza, Ainara.
Ella se ha quedado sin palabras, ante la declaración de él. Mauro acerca más su rostro al de ella, sintiendo el calor de sus cuerpos a punto de fundirse en uno solo. Sus labios se encuentran en un beso apasionado, lleno de deseo y anhelo, en el que ambos se entregan por completo.
Las manos de Mauro no se quedan quietas, ya que recorren cada centímetro de la piel de Ainara, provocando algunos gemidos de placer que se escapan de sus labios entre besos. Ella se aferra a él con fuerza, sintiendo la intensidad del momento que los consume por completo.
Cuando ambos se separan, sus miradas dicen más que mil palabras dichas, pero en ese momento, ella lo empuja, aunque su cuerpo pide otra cosa, sin poder creer que acaba de tener el mejor beso de su vida y con su hermanastro.
—¡Vete! Esto es una locura —dice mientras se cubre su rostro con sus manos—. Esto no puede pasar.
Mauro se divierte al ver lo avergonzada que está su linda esposa, pero por lo menos sabe que un beso no se lo rechaza y eso ya es un gran paso para él, así que sonríe satisfecho, su plan salió mejor de lo que planeó.
—¡Preciosa, no puedes negar que has disfrutado de nuestro beso, tanto como yo!
—¡Por favor! Sal del cuarto —pide ella.
Antes de irse, Mauro se detiene en la puerta y le lanza otro piropo más.
—Cariño, eres tan tentadora que me resulta imposible resistirme a ti y te espero para cenar.
Mientras escucha los pasos de Mauro alejándose de la habitación, un torbellino de emociones la invade, pero intenta recuperar la compostura mientras su corazón late desbocado en su pecho.
Se sienta al borde de la cama, tratando de ordenar sus pensamientos. Ainara se muerde el labio inferior, luchando contra la tentación de ir tras Mauro. Un nudo se forma en su garganta mientras intenta procesar lo que acaba de suceder. Se siente confundida, excitada y culpable a la vez.
—Si eso, fue solamente por un beso… —murmuró, pero fue incapaz de terminar la oración al imaginar si las cosas hubieran pasado a otro nivel.
Después de unos minutos, su estómago rugió, recordándole que no había cenado, no tenía más opción, tenía que ir a comer. Bajó al comedor y encontró a Mauro allí, esperándola. Al verla con su camiseta, el joven sonrió, con una chispa de diversión en sus ojos.
—Te queda mucho mejor —mientras contemplaba lo sexi que le quedaba a ella.
Ella solo asintió y ambos se sentaron a cenar en silencio. Aunque no se decían nada, la conexión entre ellos era palpable. Pero es que cuando el amor es verdadero, no hay ningún impedimento para hacerse presente.
Ainara intentó concentrarse en su comida, pero no podía evitar sentir la mirada constante de Mauro sobre ella. Cada vez que levantaba la vista, lo encontraba observándola con intensidad, lo cual hacía que su corazón latiera más rápido.
Cuando terminaron, ella lavó los platos. Esa noche, ni Francisco ni María regresaron a casa. Ainara, todavía abrumada por el beso, decidió ir a dormir, pero antes atravesó una silla en la puerta, como si así asegurara que Mauro no entraría en la madrugada.
—Es mejor prevenir que lamentar —dijo mirando la silla.
Al día siguiente, cuando ella se despertó, con la luz del sol filtrándose por las cortinas. Miró el reloj y vio que eran más de las 9 de la mañana. Espantada, se apresuró a lavarse y bajó corriendo a desayunar. Para su sorpresa, estaba sola en la casa, pero había un plato en la mesa con una nota encima y una flor.
Al ver la nota, su corazón se aceleró, sintiendo una mezcla de emoción y un cálido sentimiento de ser especial. La nota, escrita por Mauro, decía:
—Por favor, no te olvides de comer bien, lo preparé especialmente para ti, pimentón. Te amo más allá de las estrellas y del infinito.
Ainara no pudo evitar sonreír mientras leía las palabras. Se sentó a desayunar, disfrutando de la comida y de la sensación de ser cuidada. Después de comer, y dejar todo limpio en la cocina, se dispuso a terminar de lavar la ropa, pero se encontró con otra sorpresa.
Toda su ropa ya estaba lavada y colgada. En la lavadora había otra nota más, que decía:
—He lavado toda tu ropa. Quiero que descanses hoy, ya que mañana comienzan las clases.
Ainara sintió una mezcla de asombro y gratitud. La nota de Mauro hizo que su corazón latiera más rápido, y no pudo evitar sentirse profundamente conmovida por su gesto.
—¿Por qué haces esto?
Editado: 24.02.2025