—El contrato es un acuerdo de voluntades que genera derechos y obligaciones. En el Derecho Civil, estudiaremos no solo los elementos esenciales de los contratos, sino también sus efectos y modalidades —explicaba el profesor el tema de ese día, mientras caminaba de un lado a otro frente a la pizarra.
Ainara y Mauro, tomaban apuntes con diligencia, aunque de vez en cuando la mente de ella divagaba hacia los recientes eventos con él. Sentía una mezcla de emociones que la mantenían en constante alerta.
Mauro, por su parte, parecía concentrado en la clase, pero de vez en cuando lanzaba miradas hacia Ainara, lo cual la hacía sonreír de manera involuntaria. El aula estaba llena de murmullo y el sonido de bolígrafos escribiendo rápidamente.
Cuando finalmente terminó la clase, Mauro se volvió hacia su esposa.
—Espérame para que nos vayamos juntos a casa, claro, si quieres, tampoco es obligado.
Ainara, incapaz de rechazarlo, asintió.
«Ese cactus tan feo, ¿por qué hace que mi corazón se sienta atrapado en sus espinas?», pensó al verlo salir.
Al salir de la universidad, el sol de la tarde bañaba el campus con una luz cálida. Sin embargo, la sonrisa de Ainara se borró al ver a Santiago esperándola. Este se acercó con la intención de saludarla con un beso, pero ella, con un gesto de la mano, lo detuvo.
—¿Qué quieres? —preguntó Ainara, con voz firme—. Te dije que no quiero verte.
Santiago, a pesar del rechazo, mantuvo su compostura y ocultó la ira que sentía.
—Mi amor te extraño, ¿acaso no me extrañas?
—Para nada es más, hasta olvidé que existías —respondió ella cruzándose de brazos.
—Debemos ir a arreglar la documentación —dijo Santiago—. Pero como no quieres contestar mis llamadas, tuve que venir.
—¿Qué documentación? —preguntó Ainara, confundida.
—Debemos renovar las cédulas —explicó Santiago, con voz calmada.
—Mi cédula aún está vigente —replicó ella.
Santiago insistió, argumentando:
—Debemos actualizar nuestro estado civil, cariño.
Ainara frunció el ceño y su mueca reflejó claramente su fastidio.
—No es necesario. Eso no es obligatorio, no quiero llevar tu apellido, quiero continuar usando mis apellidos de mis padres —dijo, tratando de deshacerse de la idea.
Santiago, manteniendo su calma externa a pesar de la frustración que sentía, respondió:
—Ya pedí las citas en el Saime por favor Ainara, debemos ir, mañana temprano.
—¿Citas? —preguntó Ainara, con incredulidad en su voz.
Santiago suspiró y se frotó la frente antes de explicar:
—Bueno, solo pedí la mía porque no pude acceder a tu cuenta. No sé qué datos son, ya que cuando quise registrarte, el sistema me dijo que ya estabas registrada. Pero hable con un amigo, me hará la segunda para que puedas hacer el trámite sin la cita.
Ainara miró a Santiago con más desconfianza, sintiendo cómo una nueva oleada de frustración la invadía. No quería pasar más tiempo con él ni seguir bajo su control, así que ella no pudo evitar sentir un nudo en el estómago.
—No haré tal trámite, primero porque aún dudo que seas mi esposo y, hasta que no compruebe eso por mí misma, no hay renovación de mi estado civil. Por tal motivo, soy soltera. Segundo, odio cualquier trámite que se haga sea por palanca, mientras que hay millones y millones de personas quemándose las manos para obtenerlo.
Santiago frunció el ceño, claramente molesto, pero antes de que pudiera responder, Mauro se acercó, quien había estado observando la escena a distancia, su mirada era seria.
—¿Todo bien, pimentón? —preguntó Mauro, lanzándole una mirada amenazante a Santiago.
La presencia de Mauro le dio a Ainara una sensación de poder y seguridad que no había sentido antes, por lo que, tomó a Mauro por el brazo y, con firmeza, añadió:
—Sí, todo bien —dijo, luego miró a Santiago y agregó—. Además, debo estudiar. Eso sí, es más importante que una renovación innecesaria de cédula.
Santiago se quedó sin palabras por un momento, sorprendido por la actitud desafiante de Ainara. Pero lo que más le molestaba era esa cercanía que tenía con ese hombre, cuando a él lo rechazo. Intentó mantener la calma, pero era evidente que su paciencia estaba al límite.
Mauro, con una sonrisa de satisfacción, lanzó una mirada desafiante a Santiago y dijo:
—Vamos, pimentón. Tenemos mucho que hacer.
Ainara y Mauro se alejaron, dejando a Santiago atrás. Ainara sentía una mezcla de alivio y orgullo por haber sido capaz de enfrentarse a Santiago. Mientras caminaban, la calidez del sol y el bullicio de la universidad los envolvía, creando un ambiente de energía y pensamientos positivos.
—¿Estás bien, de verdad? —pregunto preocupado mientras caminan.
Ainara sonrió, su mirada iluminada por un destello de ternura. Se detuvo por un momento y miró a Mauro, sintiendo la calidez de su presencia.
—Gracias, Mauro —dijo suavemente.
Mauro, intrigado, levantó una ceja y preguntó:
—¿Por qué me das las gracias?
—Eres como un cactus. Puede que a veces parezcas espinoso y difícil de tocar, pero en el fondo, eres suave, reconfortante, como un oso de peluche. Cuando estoy contigo, me siento poderosa, capaz de desafiar incluso mis propios miedos.
Mauro la miró con sorpresa y una sonrisa se dibujó en su rostro. No podía evitar sentirse conmovido por las palabras de Ainara. Lentamente, levantó una mano y acarició su mejilla, sintiendo la suavidad de su piel bajo sus dedos.
—Pimentón, no tienes idea de lo importante que eres para mí —dijo Mauro, con una voz cargada de emoción.
Ainara sintió su corazón acelerarse y un sentimiento de calidez la envolvió, miró a su alrededor y luego fijó sus ojos verdes en él, directamente a los ojos de Mauro. Sin pensar mucho, sintió un impulso.
—Bésame —le pidió, su voz llena de firmeza y deseo.
Mauro quedó completamente sorprendido por la petición. Sus ojos se abrieron de par en par y, con una mezcla de incredulidad y asombro, tuvo que preguntar.
Editado: 24.02.2025