Ainara estaba en su habitación, sintiendo una mezcla de ira y rabia que hacía que su sangre hirviera, después de enterarse de que fue secuestrada por la persona que dice ser su esposo.
Ahora entendía algunas cosas, solo que todavía no podía entender cómo había permitido que Santiago la manipulase de esa manera. ¿En qué momento había tomado la decisión de casarse con él? Algo no cuadraba.
En medio de su tormento emocional, escuchó un suave toque en la puerta. Mauro entró con una expresión de preocupación en su rostro.
—¿En qué momento decidí casarme con ese imbécil de…? —preguntó Ainara, con voz temblorosa—. Algo no cuadra, no creo que por voluntad propia firme algo así.
Mauro se acercó a ella. Sostuvo su rostro con suavidad y respondió, mientras unía su rostro al de ella.
—Yo tampoco lo entiendo, mi princesa. Pero en todo caso, ese matrimonio no es real, no tiene ninguna validez ante la ley.
Ainara sintió un nudo en la garganta y, con temor, preguntó:
—¿De verdad me amas?
Mauro asintió, su mirada sincera y llena de amor.
—Te amo más que a mi propia vida —dijo Mauro, con voz baja y emocionada.
Ainara, aun con dudas, formuló otra pregunta:
—¿Y tu novia?
Mauro sonrió y respondió con firmeza:
—Mi novia eres tú.
Las palabras de Mauro llenaron el corazón de Ainara con una calidez indescriptible. Sus emociones turbulentas comenzaron a calmarse, sintiendo la seguridad y el amor de Mauro envolviéndola.
Mauro sacó su celular y comenzó a mostrarle a Ainara algunas fotos donde se veían momentos felices y memorables que habían compartido juntos, antes del accidente. Ainara observaba las fotos con ojos brillantes, cada imagen despertando una chispa de emoción en su corazón.
—Mira está, pimentón —dijo Mauro, señalando una foto de ambos sonriendo ampliamente en el teatro—. Fue el día en que fuimos a esa obra de teatro que tanto querías ver.
Ainara sonrió, reconociendo el Teatro Juárez y la alegría que emanaba de la foto. Sentía una mezcla de nostalgia y felicidad mientras repasaban esos momentos juntos.
—Tengo al novio más guapo del mundo —dijo Ainara, con una sonrisa traviesa—. Y solo es de mi exclusividad.
Mauro sonrió ampliamente y la abrazó con ternura.
—Y tú eres la novia más increíble del universo, pimentón. Solo tú tienes mi corazón.
—¿Te quedarás a dormir conmigo esta noche? —preguntó ella con picardía.
—¿Solo a dormir? —inquirió Mauro.
Ainara le dio un empujón.
—Obvio, a dormir, al menos que…
—¿Al menos que?
Ainara soltó una carcajada.
—Nada, olvídalo.
Mauro, no dispuesto a dejar pasar la oportunidad, le hizo cosquillas, haciendo que Ainara soltara carcajadas y se retorciera de risa.
—¿Al menos que qué? —insistió Mauro, sin dejar de hacerle cosquillas—. Vamos, dilo, pimentón.
—¡Para! Ja, ja, ja.
—No, hasta que me digas.
—No diré nada —respondió ella entre risas. Ambos cayeron en la cama.
—A partir de ahora, no dormirás sola, estás castigada, porque vendré todas las noches y tendrás que dormir conmigo y abrazados —dijo Mauro sin dejar de reír.
—Encantada con este castigo.
●◉◎◈◎◉●
A medida que pasaba el tiempo, Ainara y Mauro continuaron con sus estudios, dedicándose con esmero a sus clases de Derecho, a la vez que él también tenía sus clases de su propia carrera. Entre las largas horas de estudio, de vez en cuando salían a dar un paseo, a petición de Ainara. Ella tenía la esperanza de que, visitando los lugares que solían frecuentar, sus recuerdos comenzarían a regresar.
Aunque los recuerdos seguían sin volver, Ainara disfrutaba de cada momento que compartía con Mauro, sintiendo cómo su conexión se fortalecía día a día.
El tiempo pasó y, antes de que se dieran cuenta, habían terminado el tercer semestre de Derecho. Llegaron las vacaciones, un merecido descanso después de tanto esfuerzo y dedicación. Ambos estaban emocionados por las semanas de relax que les esperaban antes de comenzar otro semestre más.
En todo este tiempo, ninguno llegó a tener noticias de Santiago ni mucho menos de Estela. Un día, cuando las vacaciones estaban por terminar, recibieron una visita inesperada.
Doña Rosa, llegó con una sonrisa cálida y un abrazo lleno de amor.
—¡Mi querido Mauro! —exclamó doña Rosa, abrazando a su nieto con fuerza.
—¡Abuela! —respondió Mauro, con una sonrisa radiante—. ¡Qué alegría verte, ya extrañaba estos abrazos!
Doña Rosa, una mujer de ojos brillantes y espíritu joven, se volvió hacia Ainara y la abrazó con igual cariño.
—Mi bella niña —dijo doña Rosa, con una mirada llena de ternura—. Mi nieto, ¿te trata bien?
Ainara sonrió.
—Sí, es el mejor cactus que conozco, no deja que me escape de sus espinas.
—¡Ja, ja, ja, tendría que estar loco para hacerlo, mi niña! —doña Rosa soltó una carcajada.
Leticia, y su esposo Jean, también se unieron; ella, una mujer de porte elegante y mirada cariñosa, abrazó a Ainara con amor.
—Ainara, es un placer verte de nuevo, estás más hermosa —dijo Leticia, sonriendo.
—Gracias, usted también es hermosa…
—Leticia —dijo la mujer al ver que ella no recordaba el nombre—. Sabemos que has pasado por momentos muy duros, pero eres muy valiente.
Jean, un hombre de estatura imponente y ojos bondadosos, también saludó a Ainara con cariño.
—Es bueno verte de nuevo, Ainara. Sabemos que eres una persona fuerte y estamos aquí para apoyarte en todo lo que necesites —dijo Jean, con voz amable.
Ainara se sintió abrumada por el amor y la calidez de la familia de Mauro. No pudo evitar sentirse agradecida por tener a personas tan maravillosas a su lado en momentos tan difíciles.
—Nos quedaremos por un tiempo, espero que eso no les moleste —dijo doña Rosa.
—Por supuesto que no es molestia, abuela, eres bienvenida a casa —dijo Mauro.
Editado: 24.02.2025