Ainara y Mauro llegaron a casa después de una larga consulta médica. Ella miró al joven fijamente. Notaba algo extraño en él, una tristeza que no había visto antes.
—Voy a bañarme —dijo ella, observándolo con preocupación—. ¿Estás cansado?
Mauro asintió, pero no dijo nada. Ainara le dio un beso en los labios y le sugirió.
—Descansa un rato, cariño.
Ella se dirigió al baño mientras Mauro se desplomaba en el sofá, sintiéndose abrumado por una ola de emociones. Cerró los ojos y, sin querer, su mente se sumergió en un recuerdo del pasado.
ᨏᨐᨓ 𝑭𝒍𝒂𝒔𝒉𝒃𝒂𝒄𝒌 ᨓᨐᨏ
Era una tarde soleada y cálida. Ambos están en el jardín disfrutando del aire libre. Ainara se había distraído cuidando algunas plantas mientras él, con una sonrisa traviesa en el rostro, planeaba una broma.
Mauro tenía algunas serpientes plásticas que eran de juguete. Recordó cómo ella gritó en el zoológico cuando entraron al serpentario, así que tuvo una idea. Con cuidado, se acercó a Ainara y, sin previo aviso, lanzó la serpiente de plástico a sus pies.
—¡Ainara, cuidado! ¡Es una serpiente! —gritó Mauro, fingiendo alarma.
Ainara soltó un grito agudo y retrocedió rápidamente, su rostro pálido de miedo. Mauro, al ver su reacción, no pudo evitar reírse. Pensó que era solo una broma inocente, pero no se dio cuenta del pavor genuino en los ojos de Ainara.
—¡No es gracioso, Mauro! —exclamó Ainara, visiblemente temblando.
—La pimentón, es una cobarde, qué niña tan llorona.
Mauro, aun riendo, decidió seguir con la broma. Agarró otra serpiente de juguete y se la lanzó, provocando que Ainara gritara de nuevo.
—Vamos, pimentón, solo son juguetes —dijo Mauro, sin comprender el impacto de sus acciones.
Ainara, incapaz de soportar más, salió corriendo hacia la casa, sus gritos atrayendo la atención de Francisco. Este último se apresuró a ver qué sucedía y encontró a Ainara en un estado de pánico.
—¿Qué pasa, Ainara? —preguntó Francisco, preocupado.
Ainara, sollozando, señaló hacia el jardín donde Mauro estaba parado con las serpientes de juguete. Francisco entendió de inmediato y, sin perder tiempo, llevó a Ainara al médico cuando la niña se desmayó en sus brazos.
ᨏᨐᨓ 𝑭𝒊𝒏 𝒅𝒆𝒍 𝒇𝒍𝒂𝒔𝒉𝒃𝒂𝒄𝒌ᨓᨐᨏ
El remordimiento llenó el corazón de Mauro. ¿Cómo no había visto el terror genuino en los ojos de Ainara? Quería llorar, pero se contuvo, sintiendo el peso de su error.
Poco después, Ainara bajó del baño, fresca y revitalizada. Al ver a Mauro tumbado en el sofá, lo llamó:
—Mauro, ¿todo bien?
Él no reaccionó de inmediato, perdido en sus pensamientos. Ainara se acercó y lo llamó de nuevo, esta vez más cerca de él.
—Mauro…
Él volvió a la realidad al escuchar su nombre, y cuando la miró, sus ojos estaban llenos de lágrimas. Ainara se preocupó.
—¿Qué pasa, Mauro?
Mauro la miró con dolor en sus ojos y, con voz entrecortada, dijo:
—Perdóname, Ainara… No sabía que le tenías tanto miedo a las serpientes.
Ainara frunció el ceño, sin entender del todo a qué se refería. Mauro, aún lleno de remordimiento, explicó:
—Recuerdo aquella vez que te hice una broma con una serpiente de juguete. Estabas tan asustada y yo… Yo seguí asustándote. No me di cuenta del daño que te estaba haciendo. Lo siento tanto, pimentón.
Ainara se acercó a él, conmovida por su sinceridad y dolor. Tomó su mano y le dijo con ternura:
—Está bien, eso es pasado mi cactus. No tenías forma de saber cuánto me asustaban. No te guardo rencor por eso, y si lo recordará, no lo haría. Estoy aquí contigo ahora, y eso es lo que importa.
Mauro sintió una mezcla de alivio y gratitud. El amor y la comprensión de Ainara eran la fuerza que necesitaba para seguir adelante, aun con los ojos llenos de lágrimas, se disculpó una vez más.
—Me porté tan mal contigo, mi princesa. No puedo creer que no me diera cuenta del daño que te estaba haciendo, mi broma no era para juego, no contigo.
Ainara, conmovida por su sinceridad, no pudo evitar reírse un poco para aliviar la tensión.
—Vamos, Mauro. Yo tampoco era una monedita de oro para caerle bien a todos, te caí mal y ¿qué podría hacer? —dijo Ainara con una sonrisa—. También recuerdo que te hice algunas bromas, así que estamos a mano.
Mauro levantó una ceja, intrigado.
—¿Ah sí? ¿Qué clase de bromas? —preguntó, ahora con una sonrisa en los labios—. Yo no recuerdo.
Ainara soltó una risita, le dio un empujón en el hombro.
—Bueno, ¿recuerdas esa vez que llené tus zapatos con confeti antes de una exposición importante de Biología? Te vi sacudiendo los pies como loco tratando de sacarlo todo.
Mauro rio al recordar la escena.
—¡Es cierto! Me tomó una eternidad quitar todo ese confeti —dijo, todavía riendo.
Ainara, con una sonrisa traviesa en el rostro, dijo:
—También recuerdo aquella vez en la que habías quedado en tener una cita con una chica.
Mauro soltó una carcajada y respondió:
—¡Por supuesto que recuerdo ese suceso! Porque a ti se te ocurrió la brillante idea de tomar todos mis calzones mientras yo me estaba bañando.
Ainara rio, recordando su travesura.
—Ah, sí. Los tomé y los sumergí en una mezcla de pega y escarcha. Los dejé secar colgados, brillando como una bola de discoteca.
Mauro no pudo evitar reírse al recordar ese día.
—¡Quedaron inutilizables! —exclamó Mauro, riendo—. No sabía si odiarte o admirar tu ingenio, porque no pude ir a la cita. ¡No tenía ni un calzón que usar! No iba a andar por la calle sin ropa interior, claro está.
Ainara se unió a sus risas, sintiéndose feliz de que pudieran recordar esos momentos con humor.
—Bueno, pero al menos te hubieras puesto el pantalón, nadie iba a saber que andabas con las bolas sueltas —dijo Ainara, aun sonriendo.
—Ja, ja, ja, ¡qué chistosa! Nunca me aburro contigo —respondió Mauro, mirándola con cariño.
—¿Y qué pasó con la cita? O sea, con la chica.
Editado: 24.02.2025