Atracción fatal: un amor que desafía la muerte.

Declaraciones.

Pasaron algunos días y Ainara se sentía mucho más tranquila y segura. Decidida a enfrentar la situación y colaborar en la investigación, le expresó a Mauro su deseo de ir a declarar.

—Mauro, quiero ir a declarar. Es hora de enfrentar esto y ayudar a que se descubra la verdad, con los recuerdos recientes que he tenido, creo que no habrá manera en que sigan deteniendo la investigación —dijo Ainara con determinación.

Mauro asintió, entendiendo la importancia de su decisión.

—Está bien, dame chance, hablaré con Alan para que se lo comunique a su tío.

Mauro sacó su móvil y llamó a Alan, quien atendió rápidamente.

—Alan, Ainara está lista para declarar. Necesitamos coordinar una cita con tu tío en el CICPC —dijo Mauro.

—Entendido, Mauro. Hablaré con mi tío de inmediato y te avisaré cuándo pueden ir —respondió Alan con seriedad.

Unos minutos después, Alan regresó la llamada.

—Mauro, ya hablé con mi tío. Pueden ir mañana por la mañana al CICPC para que Ainara dé su declaración. Él estará esperando por ustedes —dijo Alan.

—Gracias, amigo.

—Estamos a la orden hermano.

Al día siguiente, Ainara y Mauro se dirigieron al CICPC. Al llegar, se sintieron un poco nerviosos. Fueron recibidos por el tío de Alan, el Comisario Ramírez, un hombre de aspecto serio pero con una actitud profesional y comprensiva.

—Buenos días, señorita Rodas. Soy el Comisario Ramírez. Aprecio que hayas venido a declarar. Vamos a hacer esto de la manera más cómoda y segura posible para ti —dijo el Comisario, estrechando su mano.

Ainara y Mauro siguieron al Comisario a una sala de interrogatorios. La habitación estaba equipada con una mesa, sillas y una grabadora. El ambiente era serio, pero el hombre trató de hacer que Ainara se sintiera cómoda.

—Ainara, vamos a tomar tu declaración con mucho cuidado. Primero, te haré algunas preguntas para entender mejor los eventos que ocurrieron. Si en algún momento te sientes incómoda o necesitas un descanso, por favor házmelo saber —explicó el Comisario.

—Ok, está bien —Ainara asintió.

—Necesitamos que nos cuente lo que recuerde sobre el día en que fue secuestrada, ¿puede decirme?

Ainara respiró hondo, tratando de calmar los nervios. La sala de interrogatorios era fría y silenciosa.

—Voy a contarles lo que recuerdo de ese día —dijo con voz temblorosa. Las palabras fluyeron lentamente, como si estuviera sacando trozos de un rompecabezas oscuro. Recordaba el miedo, la confusión, el dolor. Pero también el rostro de Santiago, su mirada fría y calculadora—. Él… me sujetó con fuerza, me lanzó dentro del auto y… No recuerdo más.

—Tranquila —el hombre asintió y empezó a formular otras preguntas

A lo que ella comenzó a responder, tratando de recordar y describir con la mayor claridad posible los eventos antes y después del accidente. Mauro permanecía a su lado, brindándole apoyo silencioso.

La declaración de Ainara se grabó y se tomó nota de cada detalle relevante. El Comisario Ramírez fue paciente y comprensivo, permitiéndole tomarse su tiempo para expresar sus pensamientos.

Al finalizar la declaración, el Comisario Ramírez agradeció a Ainara por su colaboración y le aseguró que seguirían investigando hasta llegar a la verdad.

—Gracias por tu valentía, Ainara. Cada detalle que nos has proporcionado es invaluable para la investigación. Seguiremos trabajando para que los culpables reciban todo el peso de la ley —dijo el Comisario con seriedad

Ainara y Mauro se despidieron y salieron del CICPC. Ella sentía una mezcla de alivio y agotamiento. Mientras caminaban por la calle, tomó la mano de Mauro y lo miró con una sonrisa.

—Me gustaría comer algo dulce —dijo Ainara, tratando de animar el ambiente—. ¿Me llevas a algún lugar?

Mauro la miró con una sonrisa traviesa y preguntó:

—¿Te gustaría probar una mamonada?

Ainara arqueó una ceja.

—¿Una mamonada? Mmm bueno, quiero probar ese famoso dulce.

Mauro rio y la llevó a una pequeña tienda de dulces caroreños en el centro de Barquisimeto.

Al llegar, Mauro se acercó al mostrador y pidió dos mamonadas. El vendedor les entregó unos pequeños vasos con el granizado, el cual está hecho a base de mamón y leche.

Ainara tomó uno.

—¡Está delicioso! —exclamó Ainara, disfrutando el sabor dulce y aterciopelado.

Mauro sonrió, complacido de verla feliz.

—Me alegra que te guste. Las mamonadas son una de mis favoritas desde que las probé —dijo Mauro, saboreando el dulce.

—Wow, el sabor es sensacional.

—También tienes que probar el dulce de paleta y las empanadas de coco.

—Entonces tendrás que comprar todos esos dulces que tienen en la lista, porque los quiero probar.

—No lo dudes pimentón.

Luego de disfrutar sus mamonadas, ambos estaban llegando a casa. Mientras se acercaban a la entrada, notaron a un señor esperando junto a una joven de figura despampanante. Mauro, al verlos, sintió un nudo de náuseas en el estómago.

El hombre, en cuanto vio a Mauro, se adelantó con una expresión seria y determinación en su rostro.

—Mauro, necesitamos hablar —dijo Carlos Mendoza, con voz firme.

Mauro lo miró con frialdad y respondió, su voz teñida de desdén:

—No tenemos nada de que hablar, señor Mendoza.

Ainara observó la escena, sintiendo la tensión en el aire. La joven que acompañaba al hombre lanzó una mirada de desdén hacia Ainara, pero no dijo nada. Mauro tomó la mano de Ainara, sintiendo la necesidad de protegerla de cualquier posible confrontación.

El hombre no pareció dispuesto a rendirse tan fácilmente.

—Es importante, Mauro. No puedes seguir ignorándome —insistió el hombre.

Mauro apretó la mandíbula, tratando de mantener la calma.

—Ya te lo dije, no hay nada que discutir —respondió Mauro, decidido a no ceder.

La tensión aumentaba, y Ainara podía sentir el conflicto interno de Mauro. Decidió intervenir suavemente, colocando una mano en el brazo de Mauro.




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