Mauro sintió un encanto ante la firmeza de Ainara. Caminó lentamente hacia ella, mientras ella retrocedía ligeramente, consciente de la intensidad de sus sentimientos.
—¿De verdad no recuerdas nada de nosotros dos? —preguntó Mauro, su voz baja y llena de curiosidad.
Ainara lo miró con una mezcla de desafío y vulnerabilidad.
—No, no recuerdo nada, Mauro —respondió, tratando de entender el significado detrás de sus palabras—. ¿Debería recordar algo más que el hecho de que somos novios?, ¿Por qué no me lo dices?
Mauro sonrió, sus ojos brillando con una mezcla de amor y picardía.
—Hay mucho más que eso, pimentón. Nuestra historia está llena de momentos que nos hicieron quienes somos. Cada risa, cada pelea, cada reconciliación… Todo nos ha llevado hasta aquí —dijo él mientras daba suaves caricias en el brazo de ella.
Ainara sintió una oleada de emociones y es que con solo un toque, su cuerpo se encendía en una bruma de deseo por él. En ese momento, justo cuando la atmósfera entre ellos se volvía más intensa, fueron interrumpidos por la voz alegre de doña Rosa.
—Lamento estropear su burbuja de amor, queridos, pero la cena ya está servida —anunció Rosa desde la puerta, con una sonrisa cálida.
Ainara y Mauro se miraron y no pudieron evitar reírse. La interrupción de la abuela rompió la tensión sexual y les recordó que no estaban solos.
—Gracias, abuela. Ya vamos —respondió Ainara, con una sonrisa.
Doña Rosa asintió y regresó a la cocina. Mauro tomó la mano de Ainara y le dio un suave apretón.
—Supongo que la cena nos espera —dijo Mauro con una sonrisa.
—Sí, será mejor que vayamos antes de que la abuela venga a buscarnos de nuevo —respondió Ainara, riendo.
Juntos, se dirigieron al comedor, donde la mesa estaba preparada con una cena deliciosa.
—Buen provecho a todos —dijo Rosa, luego de que Mauro terminara con la oración.
Los días siguientes, Mauro intentó contactarse con su padre, pero no obtuvo ninguna respuesta. Lo llamó varias veces, pero el teléfono sonaba sin respuesta. Decidido a encontrarlo, se dirigió a la empresa de bienes raíces que su padre manejaba, solo para encontrarla cerrada.
La fachada de la empresa estaba desierta, con todas las ventanas cerradas y un cartel de “Cerrado” en la entrada. Mauro frunció el ceño, sintiendo que algo no estaba bien.
Volvió a casa y decidió hablar con su madre, con la esperanza de obtener alguna información.
—Mamá, he estado tratando de localizar a Rodrigo, pero no he tenido suerte. La empresa está cerrada y no responde a mis llamadas. ¿Sabes algo de él? —preguntó Mauro.
María negó con la cabeza.
—No sé nada, hijo. Rodrigo y yo no hemos tenido contacto en muchos días. Es raro que no te haya respondido. ¿Has intentado hablar con alguno de sus socios o empleados?
Mauro suspiró, sintiéndose frustrado.
—No, todavía no. Pero lo haré. Necesito saber qué está pasando.
María le dio un suave apretón en el hombro, tratando de consolarlo.
—¿Qué ha pasado? ¿Qué hizo ahora?
—Solo necesito confirmar algo, porque el ministro de Economía, vino con un famoso contrato que no he firmado.
—Espero que lo encuentres antes de que algo malo pase, Rodrigo es… —María se detuvo, sentía ira en ese momento.
—Es un cobarde —concluyó Mario—. Es una rata que piensa salirse con la suya y no lo dejaré, mamá.
—Ten fe, pero deberías descansar, te ves muy agotado.
—No he tenido tiempo —dijo Mauro mientras se sentaba.
—Creo que deberías pausar una de las carreras, hijo, entiendo que quieras estar cerca de ella, pero… recuerda cuidarte.
—Mamá, necesito estar cerca de ella, no quiero perderla de nuevo, tengo miedo.
María abrazó a su hijo.
—Eso no lo vamos a permitir.
—Sí, yo la hubiera protegido más, ella no habría pasado por lo que pasó —dijo con un suspiro mientras sentía la culpa en sus hombros.
—Hijo, hay cosas que no podemos controlar, lo que pasó no es tu culpa.
Mauro suspiró.
—Quizás tengas razón, pero estaré cerca de ella, tanto como me sea posible —Mauro se levantó—. Iré a estudiar, mamá, hablamos más tarde.
—¿Cuándo le dirás? —preguntó María—. Creo que no deberías ocultarle más que están casados.
Mauro la miró y, tras un momento de silencio, respondió con una mezcla de determinación y vulnerabilidad.
—Pronto, mamá. Si veo que sigue sin recordarlo, se lo diré.
—Está bien, hijo.
Mauro entró en la habitación y se encontró con una Ainara que lo miraba con ojos fulminantes. Se quedó petrificado, sin saber qué decir. Ella se acercó, su mirada fija en él, y le preguntó con voz fría:
—¿Quién es Daira?
Mauro sintió una risa nerviosa burbujeando en su garganta, pero al ver la seriedad en la expresión de su esposa, supo que reírse no sería una buena idea.
—¿De dónde sacaste ese nombre? —preguntó Mauro, tratando de mantener la calma.
—Lo acabo de recordar —respondió Ainara, con una mezcla de desafío y tristeza en su voz—. Recordé que te estabas abrazando con otra mujer, y ella llevaba ese nombre.
Mauro se sintió atrapado y sin salida, porque no sabía cómo explicarle sin que ella fuera a malinterpretar las cosas.
—Esa pelirroja es…
Ainara lo miró con determinación y lo amenazó.
—Si no hablas, serás un cactus muerto, ¿quién es ella? ¿Tu ex? ¿Tu peor nada?
Mauro dio un paso hacia ella, tomando su rostro con ternura, y le dio un beso suave. Luego, mirándola a los ojos, le dijo con sinceridad:
—Ainara, la única pelirroja que puedo amar es a ti, porque eres mi pimentón favorito, el cual quiero para siempre y quiero… devorar.
Ainara lo miró con incredulidad, pero la ternura y deseo en los ojos de Mauro la desarmó. Aunque los celos seguían presentes, la sinceridad y el amor en sus palabras la hicieron sentirse un poco más tranquila.
—Entonces, ¿quién es Daira? —insistió Ainara, buscando respuestas.
Editado: 24.02.2025