El día siguiente llegó, pero el aroma a sexo y a amor impregnaba la habitación, mientras sus cuerpos se enredaban de forma natural. Mauro fue el primero en despertar y se quedó observando a Ainara mientras dormía. Su rostro, relajado y sereno, reflejaba la paz que solo el sueño profundo podía otorgarle.
Mauro no podía evitar sentirse embelesado por la belleza de su esposa. Cada detalle de su rostro le parecía perfecto, mejor dicho ella es perfecta, desde la delicada curva de sus labios hasta las suaves ondulaciones de su cabello. Mientras la miraba, se sentía agradecido por tenerla a su lado.
Fijo su vista en el reloj y este apenas marcaba las ocho de la mañana, por lo que decidió seguir durmiendo con su pimentón.
El tiempo pasó lentamente, y finalmente, Ainara comenzó a despertar, abrió lentamente los ojos, sintiendo la suave caricia de los rayos de sol que se colaban por la ventana. Su cuerpo aún vibraba con el eco de la intensa noche de pasión que había compartido con su amado Mauro, ella sonrió al recordar cada caricia, cada beso, cada gemido compartido.
Mauro seguía profundamente dormido a su lado, su rostro sereno y relajado, como si estuviera sumergido en los sueños más dulces. Ainara lo contempló con amor, acariciando con suavidad su cabello y suavemente besando sus labios entreabiertos. El calor de su cuerpo aún se encontraba pegado al de él y ella se sentía completa, plena, feliz.
La joven cerró sus ojos de nuevo, mientras se sumergía en algunos recuerdos, luego abrió los ojos, sintiendo cómo los recuerdos del pasado se entrelazaban con los momentos vividos del presente. Sonrió al ver que, desde un principio, su corazón le indicó que su historia con Mauro de alguna manera estaba con su vida.
Mauro entreabrió los ojos lentamente, y al verla a su lado, con sus ojos brillando de complicidad y deseo, su corazón se llenó de felicidad. Una sonrisa somnolienta se formó en sus labios.
La tomó entre sus brazos con delicadeza, acercándola a su pecho, donde podía sentir el latir acelerado de su corazón.
—Ainara… Buenos días, pimentón. Eres tan hermosa —dijo suavemente, acariciando su mejilla con ternura.
—Buenos días, cactus acaramelado —respondió ella.
Mauro la miró profundamente, sintiendo la conexión que los unía.
—¿Me vas a contar? —preguntó, su voz llena de curiosidad y ternura.
Ainara quedó sorprendida por la pregunta.
—¿Cómo lo sabes? —respondió, intentando entender cómo él había llegado a esa conclusión.
Mauro sonrió suavemente y acarició su mejilla con ternura.
—Te conozco perfectamente, pimentón, absolutamente todo de ti, quiero escucharte.
—¿De verdad me conoces? Porque tal vez me pude llevar por la tentación.
Mauro asintió.
—Conozco a mi Ainara Abigaíl Rodas… de… Lewusz, y sé que jamás sobrepasaría sus principios, y más en donde empezamos, en un lugar tan… público como la Biblioteca, no harías algo así, aunque fuera tu novio, porque si lo hubiera sido, me darías una bofetada y me dejarías ahí, es más… —Mauro hizo una pausa mientras la miraba con intensidad—. Estoy tan seguro como de mi nombre que ni siquiera hubieras permitido que te tocara como lo hice.
Ainara sonrió con picardía, acercó su rostro más hacia él.
—Y ha sido una de las mejores experiencias, el mejor sexo después de una larga sequía, con la adrenalina corriendo por nuestras venas, y con una excitación a flor de piel ¿o estoy equivocada?
—No lo niego, ha sido increíblemente excitante, pero mi amor, tú y yo, no solamente tuvimos sexo. Lo que hicimos fue algo más allá de un momento de intimidad, nuestra conexión es única. Fue como si nuestros cuerpos se fusionaran en un solo ser, como si nuestras almas se encontraran. No fue solo sexo, fue amor en su expresión más pura y genuina.
—Tienes toda la razón ¡Fue un acto de amor verdadero!
Ambos se miraron con deseo, sabiendo que cada encuentro entre ellos sería una aventura única y emocionante. Y, con esa certeza, se fundieron en un apasionado beso, ansiosos por explorar las delicias que les deparaba el futuro juntos.
—Eres luz en mi vida, mi razón de ser y anoche ha sido la más hermosa de mi existencia, compartida contigo, mi amada esposa —susurró Mauro, besando su frente y mejillas, para luego devorar sus labios.
Ainara sintió un calor en sus mejillas.
—Entonces, mi hermoso pimentón, ¿tiene sus recuerdos de vuelta?
—Sí, mi cactus… después de las terapias he comenzado a recordar más cosas. Es como si los recuerdos estuvieran volviendo poco a poco —admitió Ainara con voz suave—. Y lo más importante, es que son de nosotros.
Mauro la abrazó con fuerza, sintiendo una mezcla de alivio y felicidad.
—¿Qué fue lo primero que recordaste? —preguntó, deseando entender el proceso por el cual sus recuerdos estaban regresando.
Ainara tomó una profunda respiración y respondió, a pesar de que quería reír en ese momento, ya que su mente se empeñó en darle primero los recuerdos más intensos entre ellos.
—Hubo dos recuerdos claves que me ayudaron mucho. Primero, nuestra graduación de sexto grado, ese día sí que pinchabas demasiado. Y luego, al comienzo de la secundaria, en primer año, te odié sin saber que te amaría con tus espinas.
Mauro sonrió, sintiéndose feliz al saber que esos momentos estaban volviendo a la memoria de Ainara.
—Estoy feliz de saber que ahora me recuerdas, pimentón, aunque bueno, me porte mal.
Ainara lo miró con ojos brillantes y agregó:
—Fue mi corazón el que nunca te olvidó. Aunque mi mente haya borrado algunos recuerdos, mi corazón siempre ha sabido que tú eres la persona a la que amo, que eres mi cactus osito.
Mauro sintió una ola de emoción y amor. La tomó de la mano y la besó con ternura.
—Y yo siempre estaré aquí para ti, mi princesa. No importa lo que pase, siempre seremos nosotros.
Los dos se miraron a los ojos con intensidad, sabiendo que su amor era eterno, que su pasión era un fuego que nunca se apagaría. Y juntos, se perdieron en la calma de la mañana, enredados en sus cuerpos, en sus almas, en un amor que no conocía límites ni fronteras, porque su amor, aunque podría ser una atracción fatal, es un amor capaz de desafiar a la mismísima muerte.
Editado: 24.02.2025