Atracción fatal: un amor que desafía la muerte.

Un paso más

Ainara y Mauro estaban disfrutando de un almuerzo en un lujoso restaurante de Barquisimeto junto a sus amigos, Alan y Camila. El ambiente era relajado y agradable, lleno de risas y conversaciones amenas.

Todo estaba bien hasta que Liliana entró en el restaurante, vistiendo algo provocativa. Al ver a Mauro, sus ojos brillaron con una chispa de determinación. Ella estaba segura de que este era el momento perfecto para acercarse a él, creyendo que no sería rechazada.

«No hay nadie mejor que yo, todos me aman, y este hombre no será la excepción, estará a mis pies» pensó ella.

Con una sonrisa seductora, Liliana se acercó a la mesa y se dirigió directamente a Mauro, ignorando a los demás, pues los consideraba inferiores a ella.

—Hola, Mauro. ¡Qué sorpresa verte aquí, tan galán como siempre! —dijo Liliana, intentando tocarle el brazo—. Cariño, necesitamos hablar, tenemos un tema pendiente.

Mauro, sin perder la compostura, se apartó sutilmente, evitando que Liliana lo tocara. Su expresión se volvió seria mientras la miraba.

—Hola, Liliana —respondió Mauro con firmeza y mientras tomaba la mano de Ainara agregó—. Estoy con mi esposa, te agradecería que no molestes, y no tengo nada que hablar contigo.

Liliana se quedó sin palabras por un momento, claramente sorprendida por la respuesta de Mauro, intentando mantener la compostura, no pudo ocultar su sorpresa, y la ira que sentía.

—¿Esposa? No sabía… —dijo Liliana, claramente incómoda y con un gesto de repugnancia.

Ainara sonrió con confianza, sintiendo el respaldo inquebrantable de su esposo.

—Ya lo sabes, espero que te ubiques en el espacio y tiempo —dijo Ainara con amabilidad, pero dejando claro que no había espacio para malentendidos.

Mauro, sin soltar la mano de Ainara, volvió su atención a Liliana.

—También espero que lo entiendas, y que tanto a tu padre como a ti, no olviden que no tienes ningún lugar en mi vida —dijo Mauro con serenidad—. Te agradecería que respetaras nuestro espacio y te fueras, porque aquí no eres bienvenida.

Liliana, dándose cuenta de que sus intenciones no tendrían éxito, frunció el ceño y respondió con desdén:

—Este desprecio no lo dejaré pasar, Mauro. Ya verás.

Con esas palabras, Liliana se retiró visiblemente molesta. Mauro volvió su atención a Ainara, con una mirada llena de amor y compromiso.

—Lo siento, mi pimentón. Pero esa mujer es más fastidiosa que una mosca y le falta cerebro —dijo Mauro, apretando la mano de Ainara.

Ainara sonrió, sintiéndose segura y amada.

—No te preocupes, Mauro. Sé que siempre estás a mi lado, y eso es lo único que importa. También sé que siempre habrá una muerta de hambre por ahí, queriendo comer lo que no le corresponde.

—De verdad que es un fastidio esa gente, piensan que porque tienen dinero, todo el mundo se va a arrastrar —agregó Camila.

—No tienen vergüenza —dijo Alan con una expresión de desdén—. Pero lo que no saben es que hay cosas que el dinero nunca podrá comprar, como la lealtad y el amor verdadero.

Mauro asintió, sintiéndose agradecido por tener amigos que comprendían lo que realmente importaba en la vida.

—Así es, amigo mío.

Después de la tensa interrupción de Liliana, la conversación fluía con naturalidad, entre los amigos, pero Mauro no podía evitar notar algo en la forma en que Alan y Camila interactuaban.

Con una mirada fija y una sonrisa cómplice, Mauro decidió preguntar.

—Alan, ¿qué hay con ustedes dos? —dijo Mauro, señalando sutilmente a Alan y Camila—. Y no vengan que no pasa nada, porque no les creeré. Hemos notado que han pasado más tiempo juntos de lo normal.

—Sí, dígannos. Se nota que hay algo más —agregó Ainara, mirándolos con expectación.

Alan y Camila se miraron por un momento, intercambiando una mirada de complicidad. Finalmente, Alan suspiró y sonrió.

—Bueno, creo que ya no podemos mantenerlo en secreto —dijo Alan, tomando la mano de Camila—. Hemos estado saliendo desde hace un par de meses.

Camila sonrió tímidamente y asintió.

—Sí, queríamos estar seguros antes de decírselo a todos. Aparte de que también queríamos que ustedes estuvieran mejor de tantas cosas que han pasado. Pero estamos felices juntos —confesó Camila, sintiéndose aliviada de compartir la noticia.

Ainara y Mauro sonrieron, felices por sus amigos.

—¡Eso es increíble! Me alegra mucho saberlo —dijo Mauro, con una sonrisa—. Celebremos por los nuevos comienzos y las hermosas sorpresas.

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Mientras ellos disfrutaban de su almuerzo y conversación, en otro lugar de la ciudad, el tío de Alan, el Comisario Ramírez estaba exultante de felicidad.

Había trabajado incansablemente por varios meses para recopilar pruebas que incriminaran a Santiago en el secuestro y accidente, pero siempre se encontraban con una barrera que les impedía avanzar, pero ahora tenía en sus manos las piezas clave que necesitaba.

Rafael revisaba los documentos una vez más, asegurándose de que todo estuviera en orden. Cada prueba, cada testimonio, todo apuntaba a la culpabilidad de Santiago y no solo eso, los padres de él estaban metidos en otros delitos. Con estas pruebas, podía obtener una orden de arresto para Santiago y llevarlo ante la justicia.

—Lo hemos logrado —dijo Rafael a su equipo de investigadores—. Con estas pruebas, podemos obtener la orden de arresto para Santiago. Además, que ahora no habrá poder que lo impida. Es solo cuestión de tiempo antes de que pague por todo lo que ha hecho.

El equipo de investigadores compartió su entusiasmo y determinación. Sabían que el camino hacia la justicia había sido largo y arduo, pero finalmente estaban viendo los frutos de su esfuerzo al no dejarse sobornar.

—Voy a presentar estas pruebas ante el juez de inmediato —continuó Rafael, con una sonrisa de satisfacción—. Santiago no podrá escapar de esto.

—Se lo dijimos, jefe —dijo uno de ellos—. Las ratas siempre caen en las trampas.




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