Atracción fatal: un amor que desafía la muerte.

Un espejo.

Ainara estaba en el centro comercial Sambil, buscando algo especial para regalarle a Mauro. Había pasado un rato explorando tiendas y finalmente encontró un regalo perfecto. Con una sonrisa de satisfacción, salió de la tienda con la bolsa en la mano.

Mientras caminaba hacia la salida, de repente sintió un tirón brusco en su cabello. Una mujer la había agarrado sin previo aviso. Ainara se giró rápidamente y reconoció a Liliana, con una expresión furiosa en su rostro.

Las guardaespaldas de Ainara, que estaban cerca, se acercaron de inmediato, listas para intervenir. Pero ella les hizo una señal con la mano, indicándoles que podía manejar la situación.

—¿Qué crees que estás haciendo, Liliana? —preguntó Ainara, manteniendo la calma a pesar del dolor.

Liliana soltó una risa sarcástica y apretó más fuerte.

—¿Crees que puedes quitarme a Mauro, maldita perra, y salirte con la tuya? —respondió Liliana con desdén—. No voy a permitir que una zorra como tú se interponga en mi camino, porque ese hombre será para mí.

Ainara, manteniendo su compostura, hizo un movimiento rápido y liberó su cabello de las garras de Liliana. Con firmeza y elegancia, se enderezó y miró a Liliana a los ojos.

—Liliana, si realmente quieres ver una zorra, solo necesitas un espejo —dijo Ainara con diplomacia—. Y me parece que no tienes ni una pizca de dignidad, aunque si lo pienso, no todos pueden ser bendecidos con sentido común, claramente. Mauro me eligió a mí, y no puedes hacer nada al respecto, además de que ese hombre nunca ha sido tuyo, solo mío. Así que, te sugiero que te comportes como una adulta y te alejes de nosotros.

Liliana, furiosa por la respuesta de Ainara, intentó abalanzarse sobre ella nuevamente, pero la joven estaba preparada. Con una rápida maniobra, Ainara bloqueó el intento de Liliana y la empujó, haciendo que perdiera el equilibrio y cayó de espaldas, aterrizando de lleno sobre su trasero.

—No voy a permitir que ensucies mi día ni mi relación con el hombre que me ama y yo amo —añadió Ainara con calma—. Ya es hora de que aceptes la realidad y sigas adelante con tu vida.

Liliana, derrotada y humillada, retrocedió, lanzando una última mirada de odio hacia Ainara antes de darse la vuelta y marcharse. Las guardaespaldas de Ainara se acercaron para asegurarse de que todo estaba bajo control.

—Gracias por estar atentas, chicas. Puedo encargarme de personas como ella —dijo Ainara, agradecida por su apoyo.

Después de salir del centro comercial, Ainara se dirigió a su apartamento. Mientras tanto, el día avanzaba, Mauro estaba saliendo de la universidad, listo para subirse a su bicicleta y dirigirse a casa. Sin embargo, antes de que pudiera hacerlo, fue interceptado por unos hombres desconocidos que lo agarraron con fuerza y lo arrastraron hacia un lujoso auto negro estacionado cerca.

Dentro del auto, Mauro se encontró cara a cara con Carlos Mendoza, el ministro de Economía. A pesar de la situación, Mauro no mostró ningún miedo, cosa que molesto al hombre.

—¿Te crees muy valiente? ¿Eh?

—No esperaba que el ministro de Economía fuera tan canalla —dijo Mauro, mirando fijamente a Carlos.

Carlos Mendoza sonrió con frialdad y se inclinó hacia adelante.

—Tienes que casarte con Liliana, mi hija es todo lo que un hombre desea, Mauro, o es que ¿Crees que mi hija no podrá satisfacer tus necesidades?

—Tendrá que buscarle otro marido a su hija, porque yo no quiero serlo.

—Bien, en este caso tendrás que pagar el precio por no cumplir con el contrato —respondió Mendoza con tono amenazante.

Mauro se mantuvo firme y negó con la cabeza.

—No pienso casarme con Liliana, esa mujer no es la que quiero en mi vida. No firmé ese contrato y no me dejaré manipular, no me importa el rango que tienes en este país —dijo Mauro con determinación.

La expresión de Mendoza se volvió más oscura. Sin perder tiempo, ordenó a uno de sus hombres que golpearan a Mauro. El hombre obedeció de inmediato, propinándole un fuerte golpe en el estómago a Mauro.

Mauro se dobló de dolor, pero aun así se enderezó y miró a Mendoza con desafío en sus ojos.

—Puedes golpearme todo lo que quieras, pero no cambiaré de opinión —dijo Mauro, respirando con dificultad—. Ainara es mi esposa y no voy a traicionarla.

Carlos Mendoza, visiblemente frustrado, apretó los dientes.

—Eres un necio, Mauro. Pero te aseguro que esto no ha terminado. Te haré pagar por tu insolencia.

Los hombres de Mendoza lo sacaron del auto, le dieron unos golpes más y lo dejaron en el suelo antes de marcharse.

Mauro, adolorido y aun recuperándose del ataque, se levantó lentamente del suelo. Justo cuando intentaba recuperar el aliento, uno de los hombres de Rafael, se acercó rápidamente y lo ayudó a mantenerse en pie.

—¿Estás bien? —preguntó el hombre, con preocupación en su voz.

Mauro asintió con dificultad, agradecido por la ayuda.

—Sí, gracias. Esos tipos son unos cobardes.

Mauro alcanzó dentro de su chaqueta y sacó un pequeño dispositivo de grabación que había logrado activar durante el encuentro. Se lo entregó al hombre.

—Aquí tienes. Grabé todo lo que pasó desde el momento en que me subieron al auto. Espero que esto sea útil —dijo Mauro, entregándole el dispositivo.

El hombre tomó el dispositivo y le agradeció con una sonrisa.

—Gracias, Mauro. Esto será crucial para nuestra investigación. Con estas pruebas, podremos incriminar a Carlos Mendoza y sus hombres.

Mauro sintió un alivio al saber que sus esfuerzos no habían sido en vano.

—Gracias por tu ayuda. Esto nos acerca un paso más a la justicia —respondió Mauro, apretando la mano del hombre en señal de gratitud.

El hombre asintió, mostrando su apoyo.

—No están solos en esto. Estamos trabajando para asegurar que la justicia prevalezca.

El hombre, con cuidado, lo ayudó a levantarse y lo llevó hasta la clínica, donde el médico examinó a Mauro y atendió sus heridas.




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