Rafael estaba en su oficina, revisando los documentos cruciales para el caso en curso. Su concentración fue interrumpida cuando su superior, el Comisario General, entró con una expresión severa en el rostro.
—Ramírez, te aconsejo que no metas tus narices donde no te han llamado. Muchas veces la justicia tiene que inclinarse a favor de los fuertes y no de los débiles —dijo el Comisario con un tono autoritario.
Rafael sonrió, sabiendo muy bien que su jefe era uno de aquellos que se beneficiaban de la corrupción y la injusticia.
—Comisario Cuevas, respeto su posición, pero mi sentido de la verdadera justicia es lo que me ha llevado hasta aquí. No me importa cuán grande sea el número que alguien tenga en el banco, porque ante la ley, eso no vale, si alguien comete un delito debe pagar por ello —respondió Rafael con firmeza, sin perder la compostura.
El Comisario General frunció el ceño, claramente irritado por la respuesta de Rafael.
—Estás jugando con fuego, Ramírez, eres uno de mis mejores hombres, así que será una lástima verte perder porque no sabes a quiénes te estás enfrentando. Si no te cuidas, podrías terminar perdiendo mucho más que tu puesto —advirtió el Comisario, su voz llena de amenaza.
Rafael mantuvo su mirada fija en su superior, sin mostrar miedo ni vacilación.
—Estoy dispuesto a aceptar las consecuencias de mis acciones, Comisario. Pero no puedo cerrar los ojos ante la corrupción y la injusticia. Mi deber es proteger a los ciudadanos y hacer cumplir la ley, sin importar quién esté en el camino —respondió Rafael con determinación.
El hombre permaneció en silencio por un momento, antes de dar media vuelta y salir de la oficina, dejando una atmósfera cargada de tensión.
Rafael suspiró, sabiendo que el camino que había elegido no sería fácil, pero estaba dispuesto a luchar por la verdad y la justicia, sin importar los obstáculos. La integridad y el compromiso con sus principios eran lo que lo había llevado hasta ese punto, y no tenía intención de retroceder.
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Santiago estaba en su casa, caminaba de un lado a otro dándole vueltas a su situación. De repente, una idea brillante cruzó su mente. Decidió pedirle a uno de sus sirvientes que le prestara su celular, ya que no podía usar alguna de sus líneas telefónicas. Santiago tomó el teléfono y marcó el número de su amigo, Ali Montoya.
Ambos tenían la misma edad y venían de familias con influencias y dinero. Ali manejaba una famosa empresa automotriz en Barquisimeto y siempre había estado rodeado de lujos y poder.
La llamada se conectó, y la voz de Ali se escuchó al otro lado de la línea.
—¡Santiago! ¿Qué tal? —dijo Ali con tono jovial.
—Ali, necesito un favor —dijo Santiago, sin rodeos, no estaba para saludar.
Ali se rio a través de la llamada.
—No puedo creer que no hayas logrado enamorar a la mujer que dices amar. Siempre fuiste el encantador, ¿qué pasó? —se burló Ali.
Santiago sintió una punzada de frustración, pero se mantuvo firme.
—No se trata de eso, Ali. Es complicado. Necesito tu ayuda para salir de este lío —respondió Santiago, tratando de transmitir la urgencia de la situación.
Ali dejó de reír y su tono se volvió más serio.
—De acuerdo, dime qué necesitas —dijo Ali, aunque con cierto escepticismo.
—Necesito que te acerques a Ainara, que la mantengas vigilada, y bueno… que también la seduzcas. Haz lo que sea necesario para separarla de Mauro. Es importante, Ali —explicó Santiago, con la esperanza de que su amigo aceptara.
Ali soltó una carcajada.
—¿Estás loco, Santiago? No tengo ninguna intención de acercarme a Ainara. Aunque es hermosa, no es el tipo de mujer que busco. Además, no me quiero involucrar en tus problemas, y mucho menos si hay un Lewusz en medio del camino —dijo Ali, con un tono de rechazo.
Santiago sintió una oleada de desesperación, pero trató de mantener la calma.
—Por favor, Ali. Te lo estoy pidiendo como un amigo —insistió Santiago.
Ali suspiró, sin dejarse convencer.
—Lo siento, Santiago, pero no puedo ayudarte en esto. Tienes que encontrar otra manera. Cuídate —dijo Ali, antes de colgar la llamada.
Santiago se quedó mirando el celular, sintiendo cómo las opciones se reducían. Sabía que la situación era crítica y que tenía que actuar rápido para encontrar una solución.
—¡Estúpido! —gritó Santiago, furioso.
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Ali Montoya, un joven de 24 años, era conocido en Barquisimeto como un poderoso y despiadado empresario. Su empresa automotriz, Montoya Motors, había estado involucrada en múltiples proyectos oscuros y poco éticos. Sin embargo, Ali siempre había logrado mantenerse fuera del alcance de la justicia gracias a su habilidad para manipular personas y situaciones a su favor.
Después de colgar la llamada con Santiago, Ali se quedó sentado en su lujosa oficina, reflexionando sobre la conversación. Se recostó en su silla de cuero y miró por la ventana, contemplando la ciudad que parecía estar a sus pies.
—¿De verdad quiere que me acerque a Ainara y la seduzca para separarla de Mauro? —murmuró Ali para sí mismo, una sonrisa sarcástica en sus labios.
La idea de involucrarse en los problemas de Santiago no le resultaba atractiva. Sabía que su amigo estaba desesperado, pero Ali tenía poco que ganar en esa situación. Sus propios intereses y reputación estarían en juego, y no estaba dispuesto a arriesgarlo todo sin una buena razón.
Sin embargo, la mente calculadora de Ali comenzó a evaluar las posibles ganancias. Tal vez, si pudiera conseguir algo valioso, a cambio, podría considerar la propuesta de Santiago. Pero mientras más lo pensaba, más claro se volvía que no había mucho que ganar en este escenario.
—Santiago es un tonto por dejarse llevar por sus emociones —pensó Ali, recordando las palabras de su amigo—. Ainara puede ser hermosa, pero no es el tipo de mujer que busco. No tiene sentido involucrarme en sus problemas.
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Editado: 24.02.2025