El ambiente en la sala de audiencias seguía siendo tenso, y Estela, sintiendo la presión de las pruebas en su contra, sentía que no podía contenerse más.
—¡Yo no tengo nada que ver con ese contrato! ¡No pueden culparme por algo que no hice! —gritó Estela, su voz llena de desesperación y miedo.
El juez, manteniendo la compostura, la miró con severidad.
—Señora de Lewusz, mantenga la calma y respete el orden en la sala. Responda a las preguntas del abogado —ordenó el juez con firmeza.
El abogado defensor de Ainara aprovechó el momento de debilidad de Estela y prosiguió con su interrogatorio. Sacó otro documento y se acercó al estrado.
—Señora Lewusz, tengo una última pregunta para usted. ¿No fue usted quien hizo un contrato con Eugenio Falcón, donde, al igual que trataron al joven Mauro, está tratando a su hija como mercancía? ¿No es esto una violación de la Ley Orgánica para la Protección del Niño y del Adolescente (LOPNA), que prohíbe la explotación y el maltrato infantil, así como cualquier acto que atente contra los derechos y la integridad de los menores? —preguntó el abogado, mostrando el documento al tribunal.
Todos en la sala jadearon al escuchar el nombre de la reconocida empresa de extracción y exportación de petróleo. Estela, visiblemente asustada, fijó su mirada en Eugenio, pensando en que había sido traicionada por él, pero el hombre, que estaba sentado en la sala, se encontraba petrificado ante la prueba presentada. Él sabía que esa revelación era devastadora y que ya no tenía escapatoria.
—Yo… —comenzó Estela, pero las palabras no salieron. Su rostro reflejaba el miedo y la desesperación de saber que había sido descubierta.
El abogado, sin perder la calma, continuó.
—Señora Lewusz, las pruebas son claras. Usted y Eugenio Falcón violaron la LOPNA, tratando a su hija como mercancía y explotando sus derechos. ¿No es cierto? —preguntó el abogado, manteniendo su mirada firme.
Estela se quedó en silencio, incapaz de encontrar una respuesta que la librara de las acusaciones. La sala de audiencias observaba en expectación, sabiendo que la verdad finalmente estaba saliendo a la luz.
En ese momento fue cuando el abogado que defendía a Estela intervino, buscando desestimar la pregunta, aunque él mismo sabía que cualquier cosa que dijeran será inútil.
—¡Objeción, su señoría! —dijo el abogado defensor, levantándose de su asiento con determinación—. La pregunta del abogado, es irrelevante, solo busca desacreditar a mi clienta sin fundamento alguno. No hay pruebas concretas que demuestren que mi cliente estuvo involucrada en el contrato mencionado. Además, esta línea de interrogatorio es una táctica para desviar la atención del verdadero enfoque del caso.
El juez, escuchando con atención, evaluó la objeción presentada por el abogado defensor. Después de un breve momento de reflexión, el juez tomó una decisión.
—Objeción denegada. Considero que la pregunta es importante y apropiada para el desarrollo del caso. La acusada debe responder a la pregunta del abogado —dijo el juez, con voz firme y autoritaria.
El abogado defensor de Ainara asintió, agradecido por la decisión del juez, y prosiguió con su interrogatorio.
—Señora Lewusz, vuelvo a preguntarle: ¿No fue usted quien hizo un contrato con Eugenio Falcón, donde, al igual que trataron al joven Mauro, está tratando a su hija como mercancía? ¿No es esto una violación de la Ley Orgánica para la Protección del Niño y del Adolescente (LOPNA) que prohíbe la explotación y el maltrato infantil, así como cualquier acto que atente contra los derechos y la integridad de los menores? —preguntó el abogado, una vez más mostrando el documento al tribunal.
Estela no respondió, solo se limitó a mirar a Francisco y a Ainara con un odio reflejado en sus ojos. El abogado sonrió, ese pequeño gesto no pasó desapercibido. Decidido a darle final a este caso, se preparó para su última pregunta, donde dejaría a Estela sin salida una vez más. Con la experiencia y astucia de un abogado experimentado, formuló la pregunta de manera precisa y penetrante.
—Señora de Lewusz —el hombre hizo una pausa antes de continuar y tenía una expresión pensativa—. Disculpe, es señora García, en vista de ya esta divorciada, ahora le tengo una última pregunta para usted. ¿Podría explicar por qué decidió usar serpientes para atacar a su hija, tanto cuando la tenía secuestrada como durante su niñez? —preguntó el abogado, manteniendo su mirada fija en Estela.
Estela, con una expresión de indignación, negó vehementemente, olvidando lo que le mencionó el hombre de su divorcio.
—¡Eso es una completa mentira! Jamás he atacado a mi hija con serpientes. Esto es una acusación absurda y sin fundamento. Yo amo a mi hija, la parí, es el mejor regalo que he tenido en mi vida. Mi pequeña Ainara, la amo más que a mi vida —respondió Estela, tratando de mantener la compostura.
El abogado esbozó una sonrisa sutil, sabiendo que tenía un as bajo la manga.
—Señora García, permítame presentar unas pruebas que contradicen su declaración. Aquí tenemos fotos de criaderos de serpientes que se encuentran en una propiedad a su nombre. Además, tenemos facturas que indican que usted ha comprado varios de estos animales, no solo recientemente, sino desde hace muchos años —dijo el abogado, mostrando las fotos y las facturas al tribunal.
La revelación fue un golpe devastador para Estela. Su rostro palideció al ver las pruebas irrefutables frente a ella. Sabía que había sido atrapada en su propia red de mentiras y que ya no tenía manera de evadir la verdad.
—Esto… esto no puede ser… —murmuró Estela, incapaz de encontrar palabras para defenderse.
El abogado, aprovechando la oportunidad, continuó con su interrogatorio.
—Señora García, las pruebas son claras. Usted ha utilizado serpientes como método de coerción y manipulación hacia su hija. ¿No es cierto? —preguntó el abogado, sin darle tregua.
Editado: 24.02.2025