El juez, con una expresión de seriedad, se dirigió a los asistentes.
—Hemos escuchado los testimonios de todas las partes y hemos visto las pruebas presentadas. La corte tomará un receso para deliberar y dar un veredicto. Nos reuniremos nuevamente en una hora para anunciar la decisión final —anunció el juez, golpeando suavemente el mazo sobre su estrado.
Los asistentes comenzaron a salir de la sala, mientras los acusados eran llevados de vuelta a sus celdas temporales. Durante el receso, Ainara y Mauro se encontraron en una sala de espera, tratando de procesar todo lo que había sucedido, pronto podrían vivir en tranquilidad.
—Mauro, ¿la razón por la que ocultaste nuestro matrimonio al principio era para que ellos nunca se enteraran? —preguntó Ainara, su voz reflejando tanto curiosidad como ansiedad.
Mauro, sabiendo que era el momento adecuado para ser honesto, asintió.
—Sí, mi amor. Lo hice porque sabía que si Estela se enteraba, habría buscado la manera de divorciarnos. Y hacer eso, fue lo que se me ocurrió para proteger nuestro matrimonio y nuestra relación. Sabía que era la única manera de mantenerte a salvo en cierto sentido —respondió Mauro, con voz suave y comprensiva.
Ainara sintió una oleada de alivio al escuchar la explicación de Mauro. Sabía que, aunque las circunstancias habían sido difíciles, Mauro siempre había estado a su lado, protegiéndola y apoyándola.
—Gracias, mi Mau. Sé que todo esto ha sido muy difícil, pero estoy agradecida de tenerte a mi lado —dijo Ainara, tomando la mano de Mauro y apretándola con fuerza.
Mauro sonrió, sintiendo el amor y la conexión que compartían.
—Siempre estaré a tu lado, Ainara. Juntos enfrentaremos cualquier desafío que venga. Y pronto, la justicia se hará —respondió Mauro con determinación.
—Y ahora sí, que todos se enteren de que somos uno solo y aunque llegáramos a morir, jamás nos van a separar, porque incluso si vuelvo a vivir, te elegiría una y mil veces —agregó Ainara.
Mauro la miró con amor, luego le dio un beso en el que ambos se quedaron sin aliento.
Mientras tanto, María y Francisco se encontraban en el pasillo, conversando sobre los eventos recientes con el abogado, quien era uno de los mejores amigos de él. De repente, María sintió la necesidad de ir al baño.
—Fran, voy un momento al baño. No tardo —dijo María, con una sonrisa tranquilizadora.
Francisco asintió y se quedó esperando en el pasillo mientras María se dirigía al baño. Al entrar, cerró la puerta detrás de ella y se dispuso a lavarse las manos. De repente, alguien la sujetó por detrás, tapándole la boca con fuerza. María se tensó, tratando de liberarse del agarre, pero algo en el olor familiar del perfume la detuvo.
Era el mismo perfume que Rodrigo solía usar cuando eran novios en el pasado, una colonia que ella misma le había regalado. A pesar de los años, Rodrigo seguía usando esa misma fragancia.
—Rodrigo… —pensó María, reconociendo a la persona que la tenía sujeta.
Aunque trató de soltarse de su agarre, Rodrigo habló en un tono urgente y bajo.
—María, por favor, no te haré nada malo. Necesito que me escuches. Necesito tu ayuda —dijo Rodrigo, su voz reflejando una desesperación.
María dejó de resistirse por un momento, confundida y sorprendida por el inesperado encuentro. Rodrigo mantuvo su agarre sobre María, susurrando con urgencia.
—Te soltaré si prometes no gritar —dijo Rodrigo, su voz baja y llena de desesperación.
María asintió lentamente, y Rodrigo, poco a poco, aflojó su agarre. Ella se giró y se encontró con un hombre que apenas reconoció. Rodrigo llevaba el cabello largo y una barba descuidada, primera vez que lo veía en esas fachas. Estaba vestido con ropa deportiva, una imagen muy distinta a la que recordaba.
—Rodrigo, ¿qué te ha pasado? —preguntó María, con asombro y preocupación.
Rodrigo la miró con intensidad, mostrando esa urgencia que tenía.
—María, necesito tu ayuda.
—Rodrigo, la policía te está buscando. Deberías entregarte y enfrentar las consecuencias. No puedes seguir huyendo —dijo María.
Rodrigo ignoró sus palabras, sabiendo que no tenía mucho tiempo.
—Exactamente, porque la policía me está buscando, y no tengo a nadie más en quien confiar. Necesito que vayas a buscar a Emiliano y Veruzka. Tú eres la única persona en la que confío para cuidar de ellos —dijo Rodrigo, pasándole un papel con una dirección.
María tomó el papel.
—Pero…
—Por favor, María, no tengo tiempo para discutir. Solo hazlo por ellos. Te lo ruego. —dijo Rodrigo, con la voz quebrada por la desesperación.
María, aunque confundida y preocupada, asintió, sabiendo que no podía dejar a los hijos de Rodrigo desamparados.
—Está bien, Rodrigo. Iré a buscarlos —respondió María.
Rodrigo, al ver que María aceptaba ayudarlo, asintió con gratitud. Se giró rápidamente y salió del baño, desapareciendo entre las sombras.
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Después de un largo receso, el juez regresó a su estrado y golpeó el mazo para llamar al orden.
—La corte ha deliberado y ha llegado a una decisión. Estela García y Santiago Falcón, por los delitos de secuestro, coerción y maltrato, son declarados culpables —anunció el juez con voz firme.
El juez continuó, detallando las sentencias de acuerdo con las leyes.
—Estela García, por el delito de secuestro, será sancionada con prisión de veinte años. Por el delito de coerción y maltrato, será sancionada con prisión de diez años adicionales, según el En total, su sentencia es de treinta años de prisión.
—Santiago Falcón, por el delito de secuestro, será sancionado con prisión de veinte años, de acuerdo con la Ley Contra el Secuestro y la Extorsión. Por el delito de coerción y maltrato, será sancionado con prisión de diez años adicionales, según el Código Penal. En total, su sentencia es de treinta años de prisión.
El juez hizo una pausa antes de continuar con las revelaciones sobre los cómplices.
Editado: 24.02.2025