Al salir de la sala de audiencias, Ainara estaba radiante de felicidad. Se volvió hacia Mauro con una sonrisa que iluminaba su rostro.
—Mauro, ahora sí me siento libre. Ya no tengo esa angustia ni ese miedo —dijo Ainara, con una voz llena de alivio y alegría.
Mauro la abrazó con ternura.
—Estoy más feliz porque fuiste valiente, Ainara. Afrontaste todo lo que pasó con una fuerza increíble —respondió Mauro, sus ojos brillando de orgullo y amor.
—Eso es porque tengo a la mejor familia.
—De eso no hay dudas, cariño, no somos perfectos, pero siempre daremos lo mejor como familia.
Minutos después, salía Rafael junto a Francisco y el abogado.
—Rafael, muchas gracias por todo. No podríamos haberlo logrado sin tu dedicación y esfuerzo —dijo Ainara, estrechando la mano de Rafael con gratitud.
Rafael sonrió.
—Fue un trabajo en equipo, Ainara. Todos pusimos de nuestra parte para que esto se resolviera. Estoy muy contento de que se haya hecho justicia —respondió Rafael, con una sonrisa sincera.
Ainara y Mauro también se acercaron a agradecer al abogado que defendió su caso.
—Gracias, licenciado Hernández, por la excelente defensa que presentó. Su apoyo fue crucial para que se hiciera justicia —dijo Mauro, estrechando la mano del abogado.
El hombre sonrió y asintió.
—Fue un honor representar su caso. Me alegra haber podido ayudar a que se hiciera justicia —respondió el abogado con modestia.
Después de despedirse de Rafael y Josué Hernández, Mauro se volvió hacia Francisco con una pregunta en mente.
—Francisco, ¿dónde está mi madre? —preguntó Mauro, con curiosidad.
Francisco recordó lo que María le había dicho.
—Me comentó que tenía que hacer algo y que no podía quedarse para escuchar el veredicto. Dijo que nos veríamos en casa —respondió Francisco.
Ainara y Mauro quedaron sin saber qué decir, con una curiosidad creciente por saber a dónde había ido María.
Mientras tanto, María se dirigía a una casa en el barrio El Bolívar, al oeste de Barquisimeto. Había decidido contarle a Rafael sobre el encuentro con Rodrigo y había solicitado la ayuda de un oficial del CICPC para asegurarse de que todo se llevara a cabo de manera segura. El oficial la acompañaba, atento a cualquier eventualidad.
Al llegar a la casa, se acercó a la puerta y tocó suavemente. No pasó mucho tiempo antes de que la puerta se abriera, revelando a Veruzka, con lágrimas en los ojos.
—¿Veruzka? Soy María. Estoy aquí para ayudarte —dijo María con suavidad, tratando de consolar a la niña.
Veruzka, aun llorando, asintió y permitió que María y el oficial del CICPC entraran en la casa. María se agachó para estar a la altura de la niña y la abrazó con ternura.
—No te preocupes, todo estará bien, te lo prometo, estoy aquí para cuidarte a ti y a tu hermano. Todo estará bien —dijo María con voz reconfortante.
La pequeña Veruzka sollozaba, con lágrimas cayendo por sus mejillas. Sus ojos reflejaban una tristeza profunda y una desesperación que era difícil de soportar.
—Quiero ver a mi mamá, ¿sabes dónde está? Papá dijo que iríamos de viaje, pero nos dejó aquí y no ha vuelto. Tengo miedo —dijo Veruzka entre sollozos, su voz llena de angustia y desconsuelo.
María sintió un nudo en el corazón al escuchar las palabras de la niña. La situación era desgarradora, y no podía evitar sentir una profunda empatía por Veruzka.
—Veruzka, entiendo cómo te sientes. Pero prometo que haré todo lo posible para cuidar de ti y de tu hermano. No estás sola —dijo María mientras la abraza luego preguntó—. ¿Dónde está Emiliano, cariño?
Veruzka, aun sollozando, respondió con tristeza.
—Se quedó durmiendo. Ha estado llorando mucho por papá. Está triste porque siente que tanto mamá como papá nos han dejado aquí porque no nos quieren, pero yo aún… no quiero creer eso —dijo la niña, sus ojos llenos de lágrimas.
María sintió un profundo dolor al escuchar esas palabras, pero se esforzó por mantener la calma y consolar a Veruzka.
—Veruzka, eso no es verdad. Tus padres te quieren mucho. Tu papá me envió aquí para ayudarte y asegurarse de que estén a salvo. No estás sola. Se irán a vivir conmigo por unos días, ya que tanto Estela como Rodrigo no podrán cuidar de ustedes por un tiempo —dijo María, acariciando suavemente el cabello de la niña.
Veruzka miró a María con una mezcla de esperanza y alivio. La presencia reconfortante de la mujer y sus palabras llenas de amor le dieron un poco de consuelo en medio de la confusión y el miedo.
—Gracias, estoy asustada, pero confío en ti —dijo Veruzka, abrazando a María con más fuerza.
María, sintiendo el abrazo de la niña, supo que había tomado la decisión correcta. Se levantó y tomó la mano de Veruzka.
—Vamos a buscar a tu hermano. Nos aseguraremos de que esté bien y juntos iremos a un lugar seguro —dijo María con determinación.
Ambas se dirigieron hacia la habitación donde Emiliano estaba durmiendo. Mientras caminaban, trató de infundirle un poco más de esperanza a la niña.
—Veruzka, Ainara y Mauro nos están esperando. Ellos también están deseando verte a ti y a tu hermano —dijo María con una sonrisa cálida.
Escuchar los nombres de sus hermanos mayores alegró a Veruzka, y una chispa de esperanza brilló en sus ojos.
—¿De verdad? Quiero ver a Ainara y Mauro. Los extraño mucho, hace mucho que no los veo —dijo Veruzka, con una voz un poco más animada.
María asintió, sintiendo la alegría de la niña. Al entrar en la habitación, encontraron a Emiliano durmiendo, su rostro reflejando la inocencia y la vulnerabilidad de un niño de tan solo nueve años.
María se acercó a Emiliano y lo despertó suavemente.
—Emiliano, cariño, despierta. Soy María.
Emiliano abrió los ojos lentamente y, al ver a María y a su hermana Veruzka, se incorporó con una expresión de sorpresa.
—¿María? ¿Qué está pasando? —preguntó Emiliano, aún confundido y con un poco de miedo en su voz—. ¿Dónde están mi mamá y papá?
Editado: 24.02.2025