Ainara y Mauro estaban radiantes de felicidad. Habían terminado un semestre más de sus carreras, y finalmente podían disfrutar de la vida sin las sombras del pasado. Decidieron celebrar este logro con una pequeña fiesta en su casa, rodeados de amigos y seres queridos.
La casa estaba decorada con luces y globos, y la música alegre llenaba el ambiente. Ainara y Mauro se movían entre los invitados, compartiendo risas y abrazos. Estaban disfrutando tanto de ellos mismos como de la vida, sintiendo que finalmente podían respirar con tranquilidad.
La abuela Rosa, que observaba a sus nietos con una sonrisa llena de orgullo y amor. Estaba profundamente feliz de ver cuánto habían avanzado y cómo habían superado todas las adversidades.
—Mis queridos, estoy tan feliz de ver cuánto han avanzado. Han enfrentado tantos desafíos y aquí están, más fuertes y unidos que nunca. —dijo Rosa, con voz emocionada.
Mauro, también conmovido, abrazó a su abuela.
—Gracias, abuela. No podríamos haberlo logrado sin tu apoyo y amor. Nos has dado fuerza en los momentos más difíciles —respondió Mauro, con gratitud.
Rosa miró a sus nietos con ojos llenos de amor y ternura.
—Lo que más me llena de orgullo es ver el amor que se tienen. Ese amor les ha dado la fuerza para superar cualquier obstáculo. Nunca dejen de cuidarse y de apoyarse el uno al otro —dijo Rosa, con una sonrisa que iluminaba su rostro.
Ainara y Mauro asintieron.
—Gracias, abuela. Prometemos cuidar siempre de nuestra familia y seguir adelante con amor —dijo Ainara, con voz firme.
La abuela Rosa abrazó a sus nietos una vez más, sintiendo una profunda satisfacción al ver cómo la familia había superado tantas pruebas y continuaba creciendo en amor y unidad.
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Meses después.
Los esposos estaban en la cocina, decididos a preparar una deliciosa torta para celebrar en familia por los logros de sus hermanos menores. Sin embargo, no podían ponerse de acuerdo en el sabor de la torta, y una pequeña pelea empezó a tomar forma.
—Mauro, la torta debería ser de chocolate. Es el sabor clásico que a todos les gusta —dijo Ainara, con una sonrisa segura.
Mauro levantó una ceja, divertido.
—¿Chocolate? ¿En serio? Es tan predecible. Yo digo que hagamos una torta de limón. Es refrescante y diferente —respondió Mauro, cruzándose de brazos.
Ainara hizo una mueca juguetona.
—Refrescante, sí, claro. Porque todos piensan en refrescarse con una torta de limón, ¿verdad? —dijo Ainara con sarcasmo—. Además, el chocolate es un clásico por una razón. Nunca falla.
Mauro soltó una risa, sabiendo que esto se convertiría en una batalla de ingenio.
—Oh, claro, porque seguir con lo clásico es tan emocionante. Vamos, Ainara, atrévete a ser un poco más aventurera. El limón es la mejor opción —replicó Mauro, con una mirada desafiante.
Ainara se acercó a Mauro, con una chispa de diversión en sus ojos.
—¿Aventurera? ¿De verdad crees que el limón es tan revolucionario? —dijo Ainara, con una sonrisa burlona—. Tal vez deberíamos probar algo realmente loco, como… no sé, torta de remolacha.
Mauro se echó a reír por la ocurrencia y es que ni en su mente se imaginaba tal cosa.
—Torta de remolacha, eh. Eso sí sería una aventura culinaria. Pero no, mantengámonos en algo más convencional. ¿Qué tal si hacemos un trato? Una de chocolate y la otra de limón —propuso Mauro, con una sonrisa conciliadora.
Ainara lo miró, evaluando la propuesta, y finalmente asintió.
—De acuerdo, creo que puedo vivir con eso. Pero solo porque te quiero tanto —dijo Ainara, acercándose para darle un beso en los labios.
Mauro sonrió, satisfecho.
—Y yo a ti. Ahora, pongámonos manos a la obra y preparemos la mejor torta de chocolate-limón que jamás hayamos hecho —dijo Mauro, tomando los ingredientes con entusiasmo.
—¡Ja, ja, ja!
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La habitación estaba iluminada solo por la luz de la luna que se colaba por la ventana, creando sombras danzantes en las paredes. Ainara y Mauro estaban tumbados en la cama, su piel se rozaba suavemente mientras se miraban con amor en los ojos.
—Señor Mauro, eres mi cactus osito, mi refugio seguro en medio de la tormenta —susurró Ainara mientras acariciaba suavemente el pecho de Mauro.
Él la miró con ternura y le acarició el rostro con delicadeza.
—Y tú, Ainara, eres el pimentón más sabroso en mi vida, le das sabor a cada momento que paso a tu lado —respondió con voz ronca.
Se besaron con pasión, dejándose llevar por el deseo que se tienen. Sus cuerpos se fundieron en un baile apasionado, explorando cada centímetro de piel con avidez.
—Te amo, Ainara, te amo con locura —susurró Mauro entre besos.
—Y yo a ti, Mauro. Siempre y para siempre —respondió ella con voz entrecortada por el placer que le invadía.
El deseo los consumió por completo, entregándose el uno al otro con toda la pasión y amor que hay en sus corazones. En ese momento, no existía nada más que ellos dos y el amor que los unía, en una melodía de gemidos y susurros que resonaban en la habitación en completa armonía.
Al día siguiente, ambos disfrutaban de un delicioso desayuno, Mauro tomó la mano de Ainara y la miró con una mezcla de ternura y admiración. Su voz era un susurro cargado de emoción.
—Ainara, jamás en mi vida me arrepentiré de haber sentido aquella atracción irresistible hacia ti. Desde el primer momento en que te vi, supe que eras especial. Nuestro amor ha enfrentado tantas pruebas y ha salido victorioso. Es un amor que no se puede evitar, y estoy agradecido a Dios por cada día al tenerte a mi lado —dijo Mauro, sus ojos reflejando un amor profundo y sincero.
Ainara sonrió y acarició la mejilla de Mauro, sintiendo la profundidad de su conexión.
—Tampoco me arrepiento de haber sentido esta atracción, Mauro. Aunque para algunos lo consideraron prohibido, nuestro amor es capaz de romper todas las reglas. Cada momento contigo es un regalo, y nada ni nadie podrá separarnos. Eres mi todo —respondió Ainara, con determinación en su mirada y una ternura palpable.
Editado: 24.02.2025