Ali, visiblemente molesto, se dirigió a Jazmín con tono más amenazante.
—Muévete de mi camino, florecita de lo contrario, no voy a responder por las consecuencias —gruñó Ali, esperando intimidarla.
Pero Jazmín no se movió. Al contrario, se interpuso aún más firmemente.
—Tendrás que esperar hasta que mi jefa salga. No pienso dejar que te acerques sin su consentimiento —dijo Jazmín, con una voz firme y desafiante.
Ali estaba furioso. Nunca en su vida había sido desafiado de esa manera. Apretó los dientes y lanzó una mordaz crítica.
—Más te valdría regar plantas y no pretender ser un hombre en un trabajo que no te corresponde, Jazmíncita —dijo Ali, con desprecio.
Jazmín no se dejó intimidar, ya nada le afectaba. Mantuvo su mirada fija en Ali y respondió con calma y determinación.
—Que sea mujer no significa que no pueda darte una paliza si es necesario. No subestimes lo que soy capaz de hacer. Mi trabajo es proteger a Ainara, y lo haré a cualquier costo —dijo Jazmín, sin perder la compostura.
Ali sintió que iba a explotar de ira, tanto por la actitud de Jazmín como por las sensaciones desconocidas que surgían en su interior. En ese momento, Ainara salió de la tienda, notando la tensión entre ellos.
—¿Qué está pasando aquí? —preguntó Ainara, mirando a ambos con curiosidad.
Ali aprovechó la oportunidad para quejarse.
—Tu incompetente guardaespaldas no sabe hacer su trabajo. Necesito hablar contigo y ella me lo ha impedido, se le olvida quién soy —dijo Ali, con tono acusador.
Ainara hizo un gesto a Jazmín, indicando que lo dejara pasar.
—Está bien, Jazmín. Déjalo, quiero escuchar qué tiene que decir —dijo Ainara.
Ali sonrió, sintiéndose victorioso, pero su sonrisa se desvaneció con la respuesta de Ainara.
—Mi guardaespaldas hace el mejor trabajo. Si fuera incompetente, te habría dejado hacer lo que quisieras —dijo Ainara, con firmeza.
Ali apretó los dientes, tratando de mantener la compostura.
—Te invito a comer. Necesitamos hablar en un lugar más adecuado —dijo Ali, intentando recuperar el control de la situación.
Ainara asintió, decidiendo aceptar la invitación para descubrir qué tenía que decir Ali. Se dirigieron a un restaurante cercano, con Jazmín siguiendo de cerca para asegurarse de que Ainara estuviera segura.
Después de ordenar la comida, Ainara miró a Ali con desconfianza y preguntó:
—¿Qué es lo que tanto quieres hablar conmigo?
Ali sonrió, sabiendo que tenía toda su atención.
—Quiero hacer un trato contigo —dijo Ali, con una mirada intensa.
Ainara lo miró con desconfianza.
—¿Qué tipo de trato? —preguntó Ainara, sin dejar de observarlo detenidamente.
Ali se recostó en su silla, estudiándola con cuidado.
—¿Cómo está tu madre? —preguntó Ali, cambiando de tema.
Ainara frunció el ceño, visiblemente molesta.
—No quiero saber absolutamente nada de esa mujer.
Ali soltó una risa sarcástica, incrédulo por lo que escuchaba.
—La gente como tú siempre perdona a quien le hace daño. ¿Por qué no lo has hecho tú? Dicen que el rencor pudre el alma —preguntó Ali, con tono provocador.
Ainara se cruzó de brazos y lo miró con determinación.
—Una cosa es perdonar y otra es querer saber de esa persona. Yo le he perdonado todo a Estela, pero no la quiero en mi vida porque no es alguien que se haya ganado esa oportunidad. El perdón no implica olvidar ni permitir que la misma persona te dañe nuevamente, hay actos que tienen consecuencias y límites que no se deben cruzar —dijo Ainara, con convicción.
Ali asintió, impresionado por la firmeza de Ainara.
—Hablas como toda una abogada —dijo Ali, con una sonrisa.
—Soy abogada —respondió Ainara, sin perder la compostura.
Ali sonrió de nuevo, reconociendo su error.
—Cierto, eso ya lo sé. Pero vayamos al punto, necesito hablar contigo porque creo que podemos llegar a un acuerdo que nos beneficie a ambos —dijo Ali, con un tono más serio.
Ainara lo observó con cautela, sopesando sus palabras. Aunque no confiaba del todo en Ali, decidió escuchar lo que tenía que proponer.
—¿Qué trato puede ofrecer Ali Montoya, y que sea beneficioso para ambos?
—¿No te gustaría hacerle un pequeño regalo a Estela en la cárcel? Considero que 30 años prisionera no son suficiente castigo para todo lo que ha hecho esa mujer —dijo Ali, con tono provocador.
Ainara sonrió y asintió, pero su mirada se mantuvo firme.
—Estoy de acuerdo, pero yo no voy más allá de las leyes. Tengo principios por los que me guío, y jamás sería como esa calaña —respondió Ainara.
Ali soltó una carcajada, divertido por la respuesta de Ainara.
—Eso lo entiendo, pero yo no soy un hombre que se guíe por normas impuestas por otros. Hago mis propias reglas. Lo que tengo en mente es hacerle un hermoso regalo a Estela en la cárcel. Pero como conozco todo lo que te hizo, quiero que el regalo lo elijas tú —dijo Ali, con una sonrisa astuta.
—No estoy interesada en venganzas personales. Mi lucha es por la justicia, no por la venganza. Además, cualquier acción que tome debe estar dentro de los límites de la ley. No puedo ni quiero ser parte de algo que comprometa mis principios —respondió Ainara, sin titubear.
Ali asintió, reconociendo la firmeza de Ainara.
—Hablas como toda una abogada, pero con principios y ética. Eso es admirable, pero a veces, para lograr verdaderos cambios, hay que ir más allá de las reglas establecidas —dijo Ali, tratando de persuadirla.
—Entiende que mi deber es respetar la ley y actuar con integridad. No quiero nada que tenga que ver con Estela fuera de lo que dicta la justicia —respondió Ainara, firme en su postura.
Ali suspiró, sabiendo que Ainara no se dejaría convencer tan fácilmente.
—Entiendo tu posición. Solo quería ofrecerte una oportunidad de tomar control sobre una situación que te ha causado tanto dolor. Pero respeto tu decisión de mantenerte dentro de los límites de la ley, no te estoy pidiendo algo más allá de eso, es solamente un lindo regalo que se le dará a esa mujer —dijo Ali, con un tono más serio.
Editado: 24.02.2025