Después de terminar la conversación con Ali, Ainara se reunió con Camila, quien estaba visiblemente curiosa por saber qué quería el hombre.
—¿Qué quería Ali Montoya? —preguntó Camila, sin poder ocultar su curiosidad.
—No es nada importante —respondió Ainara, restando importancia al encuentro. Cambiando rápidamente de tema, añadió—. Pero dime, ¿cómo van los planes para la boda?
Camila sonrió.
—Todo marcha bien. Los preparativos van según lo planeado, y cada vez estoy más emocionada, una vez crei que jamás me casaría —dijo Camila, con una sonrisa radiante.
Ainara se sintió feliz por su amiga. Recordaba cómo en un principio había creído que Bianca sería la esposa de Alan, pero las cosas no resultaron como esperaba, pues Bianca le fue infiel al pobre Alan. Sin embargo, la vida finalmente lo recompensaba con un amor verdadero, como el que Camila le ofrecía.
—Me alegra tanto verte feliz, Camila. Ambos realmente merecen esto. Al final, encontraron el verdadero amor entre ustedes —dijo Ainara, con una sonrisa cálida.
Camila asintió.
—Gracias, Ainara. Alan y yo estamos muy emocionados por comenzar esta nueva etapa juntos. Y estamos muy agradecidos por tu apoyo y amistad —respondió Camila, con gratitud.
Las dos amigas continuaron conversando y disfrutando de su paseo por el centro comercial, emocionadas por el futuro y las nuevas aventuras que les esperaban.
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En la cárcel, Estela estaba sentada en su celda, sumida en sus pensamientos, cuando una oficial se acercó y le entregó una caja.
—Tienes una encomienda —dijo la oficial, pasando la caja por la ventanilla de la celda.
Estela estaba extrañada, ya que era la primera vez que recibía algo durante su tiempo en prisión. Con curiosidad, abrió la caja, pero lo que encontró en su interior la hizo gritar con desesperación. Su mente comenzó a jugarle un sucio juego.
La caja cayó al suelo y de ella salieron varias serpientes de un color rojo, de dos tipos: Tantilla rubra y una falsa coral macho. Estela retrocedió, horrorizada, mientras las serpientes se deslizaban por el suelo de la celda.
Pero eso no era todo. Dentro de la caja también había varias fotografías. Eran imágenes de aquel chico que la dejó plantada en el altar, junto con la mujer pelirroja con la que él había huido. Estela se sintió atrapada en una pesadilla.
A partir de ese momento, Estela empezó a recibir varios regalos similares. Cada uno de ellos parecía diseñado para atormentarla y debilitar su mente. Con el tiempo, la presión psicológica fue demasiado para ella. Su mente se deterioró hasta el punto de la locura.
Estela, que alguna vez fue una figura temida ahora se encontraba desmoronándose dentro de las paredes de su celda, atrapada en su propia pesadilla personal.
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Dos meses después, Ali visitó a Ainara en el bufete, y el hombre que estaba sentado cómodamente, tomando una taza de café y con una sonrisa siniestra, le dijo:
—Hubiera sido mejor una serpiente cobra escupidora roja, que esas culebritas.
Ainara lo miró espantada, su expresión reflejando incredulidad y preocupación.
—Si haces eso, tendré que ir tras de ti —dijo Ainara, con tono firme y decidido.
Ali se rió, divertido por la reacción de Ainara.
—Por algo me conocen como el CEO más despiadado. No siento compasión por mis enemigos Ainara —respondió Ali, con una risa que resonó en la habitación.
Ainara apretó los labios, intentando mantener la calma.
—Ali, ya te lo dije antes. Si haces algo así, no tendré más opción que actuar en consecuencia —dijo Ainara, con voz firme y determinada.
Ali asintió, aún con una sonrisa en los labios.
—Entiendo, Ainara. Pero ten en cuenta que mis métodos son diferentes —dijo Ali, con tono enigmático.
Ainara lo miró con desconfianza, sabiendo que no podía bajar la guardia con alguien como él.
—Lo entiendo, pero creo que esta conversación ha terminado —dijo Ainara, señalando que era hora de que Ali se fuera.
Ali se levantó, dejando la taza de café en la mesa.
—Hasta la próxima, Ainara. Es un placer hacer tratos contigo—dijo Ali, antes de salir del bufete.
—Este hombre esta loco.
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Ainara había llegado al final de su embarazo y estaba en su casa, disfrutando de una tranquila tarde con Mauro. De repente, sintió un dolor agudo en el abdomen, seguido por otro. Era el momento.
—Mauro... creo que es hora —dijo Ainara, con la voz temblorosa mientras se agarraba el vientre.
Mauro, alarmado, se acercó rápidamente y la tomó de la mano.
—Ainara, respira profundo. Todo va a estar bien. Mi amor ¡Pásame esos dolores a mí, que no quiero que seas tú quien los soporte! —dijo Mauro, con voz suave pero preocupada, mientras intentaba calmarla.
Ainara sonrió débilmente ante el intento de Mauro de aliviar su sufrimiento.
—Ojalá pudiera, mi cactus... ojalá pudiera —respondió Ainara, tratando de mantener la calma.
Con cuidado, ayudó a Ainara a levantarse y la acompañó hasta el auto. Durante el trayecto, Mauro no soltó su mano ni un momento, brindándole todo el apoyo y amor posible.
—Todo saldrá bien, Ainara. Estoy aquí contigo —repetía Mauro, con voz tranquilizadora, mientras le acariciaba la mano.
Al llegar a la clínica, Ainara fue llevada a la sala de parto. Mauro se quedó a su lado. Los dolores eran intensos, pero Ainara se mantuvo fuerte, sabiendo que pronto tendría a su bebé en brazos.
—Eres increíble, Ainara. Estoy tan orgulloso de ti —dijo Mauro, con lágrimas en los ojos mientras la veía luchar con valentía.
Después de un esfuerzo tremendo, Ainara finalmente dio a luz a un lindo y hermoso bebé varón, con el cabello pelirrojo como ella. El llanto del recién nacido llenó la sala, y Mauro miró al bebé con una mezcla de asombro y alegría.
—Es perfecto, Ainara. Nuestro hijo es perfecto —dijo Mauro, con la voz quebrada por la emoción.
Editado: 24.02.2025