Atracción Irresistible ©

Capítulo Dieciocho

 

Capítulo 18: La Invitada

 

MIKHAIL.

 

 

 

Cuando era pequeño miraba a mí alrededor y apretaba mis párpados con fuerza frente a situaciones que me enojaban. La verdad es que jamás me había considerado del tipo de chicos que buscan a su media naranja para poder pasar el resto de sus vidas junto a esa persona, por el contrario, tenía la idea de que, si llegaba a enamorarme de alguien tan profundamente, me lanzaría de un acantilado cuantas veces fuese necesario para hacerme cambiar de opinión.

Desde luego, creía en el amor, pero también sabía que así como una persona puede alegrar tus días con sólo una mirada, un roce o una simple sonrisa, de la misma manera puede darle un gran bajón a tu estado de ánimo, entristecer tu alma y destruirte tan fácilmente en sólo una chasquido de dedos. Y es que así funciona el amor, una montaña rusa de sentimientos y emociones que así como te lleva a la cima puede bajar a toda velocidad.

No hay que ser un genio con una doctorado en habilidades para darse cuenta de cuán bajo puede llegar una persona por amor, es lógica básica, todo lo que sube tiene que bajar.

Y es justo por eso que prefiero mantenerme alejado del amor y sus derivados.

—¡Concéntrate, maldita sea, Janssen! —escucho la irritante voz de Des en la entrada de mi oído, haciendo doler mis tímpanos—. Nos están pateando el trasero, esos malditos chinos, parecen unas máquinas para los videojuegos—prosigue quejándose mientras presiona los botones de su control con tanta fuerza que temo que le afloje algo.

—Calma Des, aprende a ser un buen perdedor —menciono, dejando el control a un lado y dándole suaves palmadas en la espalda como consuelo.

—Des Ross nunca pierde —replica desde el sillón.

—Nunca digas nunca, hermano —lo escucho exhalar con fuerza antes de arrojar el control sobre la alfombra en el suelo.

Al girarme hacia el lo observo con una mueca de enfado en su rostro y un puchero para nada tierno en su boca. Esbozo una mueca al mismo tiempo en que me estiro en dirección a la pequeña nevera en mí habitación, agarro una botella azul junto a una roja que procedo a lanzarla hacia Des.

—¿En dónde está tu clon, Janssen? —cuestiona de pronto haciéndome elevar mis cejas con desdén. Sabía a quién se refería al decir tu clon pero, dadas las circunstancias, no quería saber absolutamente nada sobre mi hermano. No después de que le propusiera salir a la niñera.

La verdad es que no entendía cómo Kathleen aceptó salir con alguien como mi hermano cuando perfectamente pudo haber salido conmigo. Ciertamente, no la invité a la famosa reunión en el hotel, pero ¿qué iba a saber que mí hermano iba a invitarla?

Desde que tengo memoria, siempre nos hemos dicho todos nuestros planes antes de ejecutarlos, pero al llegar a aquel lugar con mi mejor amiga y encontrarme a la niñera de los labios sensuales junto al idiota de mi hermano, la verdad es que no me lo esperaba. Fue una sorpresa bastante desagradable.

Era inevitable no poder alejarme de la niñera, mucho menos, sacarla de mi cabeza. No estaba enamorado, aún. Pero simplemente no podría quitarme la imágen de esos carnosos, sonrojados, y suaves labios de porcelana, los cuales ya había probado en más de una oportunidad para comprobar que no me equivocaba con respecto a el exquisito sabor a fresa de su boca.

No puedo creer que estés pensando esas cursilerías.

Yo tampoco, yo tampoco.

—No lo he visto en todo el día —replico, cogiendo el control a mi lado para fingir no estar interesado en hablar sobre mi hermano.

—Bueno, ya sabes como son los chicos cuando tienen novias —murmura dándole un sorbo a su bebida—, aunque para ser honesto, con una novia como la niñera yo también estaría así de ocupado, ¿entiendes? —lo veo esbozar una sonrisa perversa en sus labios para luego soltar una risotada y golpear mi brazo—. Solo bromeo, deberías estar feliz de estar soltero y sin compromisos, Mikhail, el amor es una mierda—Des alza su botella de color rojo en modo de brindis, tuerzo mí boca antes de chocar mi botella con la suya y observarle beber todo el líquido de ésta.

El amor es una mierda, Mikhail.

. . .

Mientras observaba a Des jugar su videojuego favorito, Lana no dejaba de llamarme, así que soltando un suspiro al aire, decido apagar mi teléfono.

Yo nunca había sentido con Lana lo que se supone que debía sentir, es decir, siempre me mantuve con la idea de que solo eramos amigos y nada más, e incluso sabiendo sobre sus sentimientos hacia mi no había hecho absolutamente nada para hacerle cambiar de opinión. Hacerle de frente a los problemas no era mi mayor virtud, tenía la estúpida idea de que, si ignoraba sus sentimientos no correspondidos hacia mi, le haría entender que no era el indicado para ella. Apreciaba a Lana, la veía como a una hermana y el simple hecho de imaginarnos como algo más que amigos...no podía siquiera plantearlo en mí cabeza.




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