Atracción Irresistible ©

Capítulo Veinte

 

Capítulo 20: La Película

 

Mientras cuidaba del escuincle endemoniado de Mickey mi cabeza no dejaba de girar en torno a la cena en la que pie grande me dejó muy en claro mis limites infranqueables respecto a los Janssen

 

Mientras cuidaba del escuincle endemoniado de Mickey mi cabeza no dejaba de girar en torno a la cena en la que pie grande me dejó muy en claro mis limites infranqueables respecto a los Janssen. Pues por alguna razón que no conocía, ella se sentía plenamente segura de que yo haría lo que ella me ordénase, lo único que no estaba tomando en cuenta era que Kathleen Taylor no había nacido para obedecer órdenes de cualquier criatura forrada en tatuajes solo para intimidar a las demás personas. Por tanto no le daría el gusto de obtener lo que quería. No de mi.

Te has metido con la perra equivocada.

Mickey presiona los botones de su control remoto con fuerza como si su intención fuese aflojar cada uno de los círculos rojos sobre el diminuto aparato. Suspirando, decido tomar un descanso dejándome caer sobre el sofá de color azul que se encuentra en una de las esquinas de la habitación. A pesar del tiempo que tenía sirviendo en la casa, no podía acostumbrarme a la idea de las inmensas habitaciones que doblan a mi humilde aposento.

—¿Ka? —me llama Mickey, pausando su videojuego de zombies para girarse hacia mi. Si, el niño se había acostumbrado a llamarme por la primera sílaba de mi nombre. Le miro alzando mis cejas con cansancio—. ¿Te agrada Nox?—interroga haciéndome abrir mis ojos con fuerza.

Nox conocía a la familia desde que estaba en pañales, por lo tanto, podía pasar la cantidad de tiempo que quisiese en la casa junto a los hermanos. Así que por más que estaba agonizando por gritar a los cuatros vientos que pie grande me desagradaba, no podía admitirlo, al menos no frente a algún miembro de la familia, ni siquiera con Micah.

—Digamos que no somos muy parecidas —explico, encogiendo mis hombros desinteresada—. ¿Por qué preguntas?

Observo a Mickey retorcerse sobre el sofá mientras sus ojos se trasladan hacia el otro extremo de la habitación.

—Ella simplemente me asusta —se sincera, fijando su vista azulada como la del ojizarco sobre la pantalla plana.

Por primera vez coincidimos, escuincle.

Nox Proulx era tenebrosa.

Después de hacer que el niño duerma su siesta de media tarde, muevo mis pies hacia fuera de la habitación, encontrándome con el largo pasillo en el cual se encuentran las dos habitaciones restantes. Una suave melodía acústica resuena entre las paredes del corredor acariciando mis oídos, tomando una bocanada de aire, muevo mis pies inseguros y temerosos a través del pasillo hasta quedar frente al lugar del cual emerge el sonido. Sonrío atolondrada al darme cuenta de que se trata del ojizarco. Hemos tenido varias discusiones por entrar a su habitación sin permiso, al parecer no estaba en la potestad de entrar a ninguna habitación en la casa que no fuese la de Mickey.

Sin embargo, cuando estoy a segundos de girarme mi teléfono comienza a sonar ruidosamente, maldiciendo para mis adentros, intento apagar el maldito teléfono pero para cuando lo logro ya es tarde. Mikhail me ha descubierto. Madre mía.

¿Por qué nada podía salirme bien?

El dueño de los ojos azules se aclara la garganta mientras continuo intentando apagar mi teléfono. Alzo mi mirada hasta él y me doy cuenta de que una sonrisa burlona yace en sus labios. 

—Yo no estaba... —comienzo a decir en un intento de defensa pero decido guardar silencio al darme cuenta de que todos los cuchillos apuntan a mi garganta—Yo creo que debo irme, entiendo.

—¿Cuantas veces hemos tenido esa conversación en la cual no puedes estar husmeando por la vida, Kathleen Taylor? —me recuerda sín borrar la sonrisa socarrona que adorna su perfilado rostro. ¡Deja de sonreír, maldita sea!

Por momentos así en los que solo con sonreír puede ponerme a flaquear preferiría que en vez de tener esa hilera alineada de perlas blancas tuviese dientes chuecos y con agujeros.

—No sabía que tocabas un instrumento —puntualizo, dejando que mis brazos descansen sobre mi pecho.

—Soy ágil con los dedos —me guiña un ojo ajustando una sonrisa torcida en su boca. Su comentario hace que mis mejillas adquieran color propio e intento cubrirlas con mis manos—. Es innato—agrega.

—¿Lo egocéntrico también es innato? —contraataco, alzando mis cejas hacia él.

Me permito disfrutar de la mueca de dolor que esboza en sus labios cuando de pronto me empuja hacia adentro de su habitación, cerrando la puerta con pasador. Trago secamente sintiendo a mis piernas flaquear y ruego al cielo que no me fallen los pies justo ahora. Mikhail siempre haría la acción contraria a la que en verdad cruzara por su cabeza.




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