Atracción Irresistible ©

Capítulo Veintidos

 

Capítulo 22:  El Secreto

 

Podría hacer esto todo el día

 

Podría hacer esto todo el día.

Podría hacer de esto mi pasatiempo preferido.

Podría hacer de esto más que solo una pesadilla.

El teléfono suena en el momento en el que me aparto de la ventana de la cocina de los Janssen. He estado observando a la inadaptada de pie grande durante las últimas semanas mientras le transpasa sus gérmenes al ojizarco. Suelto un bramido. El también es un inadaptado. Me tenía fuera de lugar que aceptara estar con ella. Salir con ella. Pasearse frente a mí con ella. Ir a pasear al perro con ella. Y eso que ni siquiera recuerdo haber visto al primer animal en esta casa.

Oh, error.

Los Janssen son todos unos malditos animales.

Camino hasta el pequeño aparato cuya campanilla resuena con dureza en mis delicados tímpanos. Inhalo una bocanada de aire antes de llevar el teléfono a mi oído y hablar.

¿Se encuentra Nox? ¿Nox Proulx está allí? ¿aló?

Exhalo todo el aire contenido en mis pulmones a la vez en la que mis delgados dedos se aferran con fuerza al teléfono y no tardo en querer cortar. Entonces recuerdo que esto me traería problemas si la bruja de la mamá de los Janssen se entera de que he cortado una llamada. Ya he tenido varios problemas por no contestar llamadas. Así que suspiro antes de volver a retomar la conversación con la voz gruesa y áspera de acento extranjero que se halla al teléfono.

—Ella no se encuentra en estos momentos pero...

Elle est bête! Mais bête! Conne!grita el chico conmocionado haciéndome estallar en una carcajada nerviosa.

—Yo no puedo entenderte...—le explico decidida a cortar el teléfono de una buena vez cuando de pronto tras varios gritos otra persona toma su lugar en el teléfono. Se trata de un chico con voz tan suave como el algodón y puedo imaginarlo con gafas alrededor de sus ojos y alergias. El chico también tiene acento extranjero pero por lo que puedo percibir habla inglés.

Disculpe señora, lo que mi compañero le intenta decir es si por mera casualidad, ¿se encuentra una chica de más o menos setenta pies de altura y actitud anticuada por algún lado? —esbozo una sonrisa de labios cerrados echando un vistazo a través de la ventana. Un pequeña olla de agua hierve a mi costado haciéndome dar un respingo con su chirriante sonido—Va te faire foutre!  Conne!  —escucho gritar al chico anterior que no hablaba ni una pizca de inglés.

Muerdo mis labios y chasqueo la lengua adentro de mi boca sin entender qué demonios está ocurriendo y con las ganas de mil demonios de cortar el puto teléfono.

—Ella vive aquí...—luego recuerdo que solo se encuentra temporal y cierro los ojos con fuerza para evitar malos comentarios. Echo una miradita a través de la ventana y la encuentro riéndose animadamente junto al ojizarco y su pequeño hermano, Mickey—. Pero justamente ahora no se encuentra, ¿desea dejarle algún mensaje?

Otros gritos más se escuchan por parte del francés antes de que el otro chico vuelva a hablarme en un idioma que si entienda.

—Pues si, vamos saliendo para allá. Dígale que mi compañero Ben se encuentra enojado y decepcionado por la actitud inmadura que tomó el día de su boda —suelta antes de colgar el teléfono y dejarme estupefacta con mil palabras en la boca.

¿Boda?

¿Nox Proulx está casada?

¿El Ojizarco lo sabrá?

Sin embargo, antes de que pueda seguir formulando pensamientos en mi pequeña cabecilla el susodicho aparece con su cabello alborotado, sus ojos malditamente azules escaneando el lugar con una sonrisa jodidamente perfecta en sus labios. Aprieto mis manos en un par de puños e ignorando su presencia dejo caer el teléfono en su lugar.

Solo puedo sentir un fuego descender a través de mí nuca como sí extraordinariamente su mirada pudiese penetrar los poros de mi piel. Me giro camino a la nevera para sacar de ella una jarra de agua ya que la conversación con el francés me ha dejado exhausta. Entonces al girarme lo encuentro sentado sobre el taburete. Con su mirada clavada en mí mientras escuchamos las risillas que suelta Nox de vez en cuando desde afuera.

Procurando no mostrar vacilaciones, decido irrumpir.

—¿Qué puedo hacer por ti?—le cuestiono sirviendo agua en un vaso para llevarla a mis labios. Sus ojos siguen cada uno de mis movimientos como perrito obediente.

—Deberías ser más respetuosa con tus jefes, ¿no crees, Kathleen?

Un hormigueo recorre mí espalda al escucharlo decir mi nombre con esa increíble y masculina voz que brota de su garganta.




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