Capítulo 25: Mi Chica
Kathleen.
Podría haberme derretido en sus jodidos brazos en ese mismísimo segundo, podría haber aceptado ese ansiado beso para poder saborear su boca una vez más pero eso no fue lo que pensé en ese instante. Mi mundo se detuvo durante lacónicos segundos de tormento, una nube goteando se instaló sobre mi cabeza, y un rayo impactó velozmente contra mi cerebro haciéndome reaccionar. Consciente de lo sucedería si no lo detenía, empujo al ojizarco por ambos hombros.
El retrocede, su mirada destellante confusión, pero eso era lo que menos me importaba del momento, no existía un ser sobre el maldito mundo más confundido que yo. Es decir, primero se emborracha por la Nox Perra esa, y ahora que ella lo ha mandado a volar, pretende volver a mí como si nada, ¿en serio era así de estúpido?
Ese curso debió haberle costado una fortuna...fue efectivo cien por ciento.
—¿Qué? ¿hice algo mal? —su mandíbula se mueve con pereza como si dentro de cinco minutos fuese capaz de desplomarse inconsciente en el suelo. Pues si eso sucedía, en suelo se quedaría. No pensaba ayudarlo.
Joder, estaba rabiosa. ¿Por qué?
Suspiro, llevando ambas manos a mi rostro mientras sus sensuales ojos azules siguen cada uno de mis movimiento como un perrito. Un perrito jodidamente atractivo.
¡Deja de halagarlo, estúpida!
Sí, si. Tenía que mantenerme enfocada. Pies sobre la tierra.
—¿Por qué demonios estás en ese estado, Mikhail? —no es una pregunta, es mas un reclamo.
Mikhail ladea su cabeza, sus anchos hombros se encuentran encorvados de manera que su semblante me recuerda al personaje de aquella película para niños, el jorobado. La situación me causa risa, pero me esmero por mantener mi postura. El me observa como un niño después de una fuerte reprensión, y el miedo de que en segundos se eche a llorar me abruma los sentidos.
—Yo... —suelta un resoplido enervante. Su voluble actitud se transforma, el ojizarco se gira furioso con sus ojos escaneando la estancia. Luego de unos segundos, vuelve a girarse para mirarme. Yo solo me quedo plantada como una flor a horas de marchitarse—. ¡No quiero estar aquí!
Yo tampoco. Me hubiese gustado haber conseguido otra clase de empleos. ¡Solo era una estúpida niñera!
No se supone que debería lidiar con este tipo de situaciones. Ni siquiera se trataba de Mickey, no entendía porqué seguía parada como una vaca en la mitad del camino. Mi lado compasivo es mucho más extenso de lo que supuse.
Entiendo a los otras niñeras, ahora. Ellas no renunciaron por el horrible comportamiento de Mickey, sino por sus imbéciles hermanos mayores.
—¿Mikhail, a dónde vas? —le pregunto confundida al ver que comienza a trazar su camino hacia la puerta. El me ignora, sus torpes manos forzajean con la manija—. ¿Mikhail?
Cuando logra abrir la puerta, no tarda ni un segundo en salir a través de ella. El espacio apesta a alcohol combinado con la esencia de su perfume masculino que embriaga mi nariz. El siempre huele delicioso...
—¿Mikhail, a dónde vas en ese estado?
Pero el no me ha escuchado, escucho sus fuertes, decididos y energéticos pasos a través de la calzada fuera de la casa. Resoplo, estrujando mi rostro con brusquedad para luego pasar ambas manos sobre mi cabello.
Bueno, lo intenté al menos...
¡Siguelo estúpida! ¿Vas a dejar que un camión de vacas se lo lleve por el medio?
Debería, pero no lo haré. Si alguien iba a atropellar al ojizarco ebrio, esa sería yo.
Me apresuro en coger mi chaqueta para seguirle el paso, el clima está helado afuera, puedo sentir como mis dedos se contraen con fuerza. Lo ubico caminando por la calzada manteniendo el equilibrio con los brazos estirados, la imágen me recuerda a cuando era una niña y la abuela me llevaba al parque para caminar sobre la calzada hasta que enfermó, después de eso nunca volví a ir. Se me retuerce el estómago debido al sentimiento que me produce recordar a la abuela. Hasta que de pronto un ruido me hace volver a la realidad. Su realidad.
—¡Quítate del medio, maldito enfermo!
Oh, no.
Un señor se encuentra gritándole a Mikhail, haciendo sonar la bocina del auto con fuerza. Mikhail le mira confundido, aturdido y desubicado, pero aun así es incapaz de moverse del medio de la calle.
Idiota.
La Kathleen en mi interior, le observa fulminante, sus manitas se encuentran sobre su pecho, demostrando la pena que siente por el ojizarco en estos momentos.
—¡Apaga esa maldita luz, idiota! —le replica, el ojizarco colocando sus brazos frente a su rostro para protegerse de la cegadora luz proveniente de los focos del vehículo.
Diantres. Diantres. Diantres.
—¡¿Quieres morirte o eres imbécil?! —gruñe el hombre a un paso de bajarse del auto y formar una trifulca.
Me apresuro, trotando hasta llegar al ojizarco e intentar empujarlo.
—¡¿El es tu novio?! —me ladra el tipo sacando su cuello por la ventana.
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Editado: 17.11.2021