Atracción Irresistible ©

Capítulo Treinta Y Dos

 

Capítulo 32: Tu Eres La Razón

 

Kathleen.

Si pudiese describir la situación a mi alrededor en una sola palabra, diría: una cagada.

Sólo que esas son dos palabras, y es que no existe una sóla palabra que englobe todo ese desastre de cita en el que me había metido. Lo admito, metí la pata, la pierna, las orejas, el culo... todo adentro de la misma mierda.

Sabía que involucrar a los Janssen con los Collins sería una martirio, podría haber desatado la tercera guerra mundial, pero mi estúpida consciencia que dicta los estúpidos pensamientos tomó la delantera una vez más.

La situación no podría ser más incómoda, y embarazosa, por un lado tenemos a los hermanos Janssen sonriendo con fascinación, mientras que frente a mi Jessica entierra la cabeza en la pizza, casi a segundos de levantarse y sacarnos el dedo corazón, Kay se mantiene fulminante con todos los presentes, eso me incluye, y no puedo culparle, me merezco eso, y mucho más. Merezco que el día de mi boda me atropelle un camión que transporte serpientes y estas me transmitan su veneno. En resumen; no merezco asistir a mi propia boda.

Ya me hacía la ilusión de colocar un muñeco rubio, y una morena encima del pastel de cinco pisos.

Eduardo junto a Katherine permanecen en un silencio que amenaza con hacerme quebrar los oídos de tanta parsimonia. Ellos no hablan, no discuten, no miran a nadie, y se limitan a existir en un silencio nada agradable.

Dios no debe quererme mucho, quizás prefiere a mi hermana por ser más inteligente.

¿Por qué se desactiva mi cerebro cuando más le necesito?

—Mikhail... —le susurro por lo bajo, enderezandome en el asiento que compartimos junto a su hermano. El me dedica una mirada discreta, y veo esa sonrisa burlona en sus labios.

Al menos no se lo tomó a mal, pensé que después de esto no tendría ganas ni de asistir al funeral después de la boda.

Mi mundo gira alrededor del drama.

—¿Huh? —el lleva un pedazo de pizza a sus labios, y mastica con lentitud.

El movimiento de su mandíbula al masticar es realmente sexy, y siento que hiperventilo. Jodido, ojizarco sensualon.

—Lo siento... —emito en un susurro que cuesta percibir. El parece escucharme, traga el trozo de pizza, y luego clava sus bonitos ojos azules en los míos.

No hay rastro de burla, pero en el fondo debe pensar que soy una estúpida.

—Hablaremos sobre esto después, Kathleen —es lo único que dice antes de volver su atención a su hermano.

Esto no puede ser más incómodo. Creo que estoy a dos pasos de levantarme, y tomar camino hacia casa. Hasta que escucho los murmullos agudos de Mickey en la mesa, lo cual me hace prestarle atención.

El tiene sus mejillas sonrojadas, su cutis es perfectamente blanco, suave, y dos adorables motas rojas cubren la piel de sus mejillas. Su cabello rubio cae despeinado sobre su frente, y sus hermosos azulejos brillan con intensidad. Viste un suéter azul con un pug en el medio, además de un pequeño pantalón de color caqui.

Me siento una pedofila por estar mirando a un niño de la manera en la que lo hago.

Llamen a protección a menores, por favor.

O a un psiquiatra.

—Ey, amiguito. ¿Todo está bien? —le pregunta Micah con dulzura.

Esa fase de los Janssen que ninguna chica conoce, y que había tenido el privilegio de presenciar en más de una ocasión. Todas las chicas en el pueblo al escuchar el apellido Janssen, se imaginan a dos playboys, mujeriegos, que juegan con los sentimientos de las chicas, y cuando una chica ya nos les sirve ni se toman la molestia de reciclarla. Debo admitir que cuando los conocí pensaba de la misma manera que ellas. La reputación de los hermanos Janssen no es la más adecuada, y mucho menos, asertiva.

En tan solo tres meses me habían demostrado que son más de lo que las personas dicen de ellos. ¿Son mujeriegos? Sí. ¿Son arrogantes? Sí. ¿Tienen lo que quieren? Algunas veces. Pero nadie habla sobre el lado dulce que tienen con sus más allegados, nadie hace acotación acerca de lo adorable que pueden llegar a ser con su hermano, lo leal que son entre ellos, siempre juntos sobre todas las cosas.

Existe un lazo entre ellos que nadie nunca podrá quebrar, y eso es digno de admiración para mí.

Mickey se apretuja los ojos con sus manos empuñadas, mientras sus hermanos le prestan atención. Micah le aparta las manitas de su rostro, y le mira con una suave expresión de confianza.

—Una niña me pegó —se queja, haciendo una adorable mueca con los labios. Son rosados, y se ven húmedos. Sus facciones son bien parecidas a las de Mikhail.

Mikhail suelta un suave risita que se escucha como la melodía más candeciosa para mis oídos, y juro que si pudiera le haría una grabación para escucharla cada noche.

Eres una tonta, Kathleen.

Me da verguenza ser tu subconsciente.

—¿Una niña te golpeó? ¿por qué? —le encuesta Micah, acercando a Mickey junto a él para inspeccionar el pequeño moretón que le han hecho en la mejilla.




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