Capítulo 35: Mentruación Maculina
Kathleen.
Muerdo la uña de mi dedo índice mientras escucho la radio en la cocina de los Janssen. En las noticias hablan sobre el nuevo empresario del momento, Bart Dawson. Me pone los pelos de punta escuchar la mención de su nombre en boca de los periodistas, pero al parecer el contrato que ha firmando con Sara Janssen lo está volviendo la sensación del mes.
Me pregunto en qué estará metido. Hasta lo que sé mis padres siempre han sido especialistas en las mentiras, dudo que este nuevo proyecto sea honesto y transparente.
Por desgracia, no puedo a cambiar a todos los personajes de la historia de mi vida. Debo aceptar que solo puedo cambiar al que quiere ser cambiado, no todos queremos ser buenos.
Lo cierto es que sin malos, sin villanos en un mundo de personas buenas y honestas, el mundo perdería su hilo. ¿De qué sirve un héroe en un mundo atestado de personas buenas?
Me miro de reojo en el espejo de la cocina. Tengo el cabello hecho un desastre, y estoy segura de que si paso mis dedos por la superficie, quedarían estancados. Procedo a hacerme un chongo en la parte alta de la cabeza, y atando mi obra artística con una goma elástica que siempre llevo en mi muñeca. Hace calor, pues el verano es caluroso, húmedo y pegajoso. Solo quisiera andar en panties por la casa pero sé que la idea no le agradaría a la señora Janssen.
Pero a sus hijos, sí.
Ruedo los ojos, terminando de limpiar el mesón de la cocina, mientras espero a Mickey a que llegue de clases.
La semana anterior Micah se había portado de una forma extraña conmigo. Me comentó que se había enamorado, pero jamás supe de quién. El es un chico dulce, y a pesar de las conquistas que ha tenido, merece una verdadera historia de amor.
Espero que suceda pronto, me moriría por leer la historia de amor de Micah Janssen. Todo un personaje bohemio, y roba suspiros.
Por otro lado, Mikhail se había mostrado distante durante los últimos días. No entiendo qué le sucede, algunas veces no puedo evitar pensar que es la reencarnación masculina de Puca.
Si, Puca siempre está muy feliz o muy enojada.
No conoce el termino medio.
Sonrío como idiota, y me dedico a observar a través de la ventana de la cocina que me regala una linda vista del jardín. Jordana se encuentra recortando la sobra de las flores, mientras Micah se encuentra sentado sobre las escaleras hablándole con una sonrisa en sus labios. Aun lleva puesto el uniforme de su escuela costosa, que consiste en pantalones beige, camiseta azul cielo casi pálida hasta las muñecas, y una corbata naranja. Trae la camisa por fuera de los pantalones con los primeros botones deshechos, y el pelo en un monumental pero divino desorden.
Sin duda, la mejor parte de mi trabajo es poder contemplar a tales esculturas griegas.
Me sobresalto cuando escucho una profunda voz a mis espaldas. Sé quién es pero girarme para encararlo no está entre mis planes.
Todo estaba yendo de maravilla hasta que Mikhail decidió volver a presionar ese botoncito en su cabeza de color rojo con una etiqueta de advertencia que dice: No presionar «Bipolaridad».
Para comenzar, no tengo ni la menor idea de en qué punto del plano nos encontramos, no somos novios, no somos amigos, no somos enemigos. En conclusión, ¿qué mierda es esto?
¿Qué somos el uno del otro?
«Amiamantes»
«Aminovios»
«Dos idiotas que se gustan, y vuelven todo una complicación»
En definitiva, la última opción.
—¿Estás desocupada, Kathleen? —me pregunta. Su voz es firme, y sin vacilaciones. Se nota que esconde algo pero no puedo sospechar de qué se trata.
Me giro para verle. Mi pulso se acelera cuando lo veo de pie junto al mesón. Sus chispeantes ojos azules me devoran con tan solo una mirada. Tiene puesto el mismo uniforme que Micah, sólo que en él luce más salvaje, y desaliñado. Me muerdo el labio inconsciente. Se ve jodidamente caliente con ese uniforme.
Son simples trazos de tela, por el amor al chocolate.
¿Cómo puede lucir así de increíble con el uniforme de la escuela?
Eso me trae el recuerdo de mi educación primaria. En ese entonces usaba uniforme, y debo confesar que me veía como una pequeña cucharita dentro de una gigantesca bolsa.
—Kathleen, te hice una pregunta —repite, haciéndome regresar de idiotizalandia.
—Si, así es —afirmo. Las palabras salen con pereza de mi garganta.
El recarga la cintura del mesón, y puedo notar las mangas de su camiseta hasta sus codos. Tiene el cabello revuelto, y el rubio luce más claro que por lo general.
—Sara llamó. Quiere que te encargues de alistar a Mickey para la fiesta que habrá esta noche en el hotel.
—¿Solo debo encargarme de alistarlo? —pregunto para asegurarme de que entendí bien.
El frunce sus labios, y me mira con evidente hastío.
¡Jebus!
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Editado: 17.11.2021