Capítulo 43: Solo Tú
Kathleen.
Ha transcurrido una semana desde que recibí la noticia sobre la abuela. Cada día la situación empeora, la abuela ya no responde a los tratamientos en vía oral con la misma efectividad, y los médicos insisten en realizar la cirugía lo más pronto que podamos. Katherine tuvo que pedir un préstamo a su jefe y vaciar todo el contenido de su caja de ahorros, pero incluso así, no reunimos lo suficiente para costear la operación.
Debo admitir que no he tenido cabeza para pensar en algo más que no sea la cirugía de la abuela. No he querido contarle la situación a Mikhail, sé que el podría ayudarnos, pero es precisamente ese el motivo por el cual prefiero reservarme esa información. No quiero que se sienta en la obligación de solucionar mis problemas.
Paso mis manos por mis rodillas húmedas. He estado caminando de una farmacia a la otra en busca de los farmacos administrados por los médicos para la abuela. He pedido a la señora Janssen la tarde libre para poder hacer todas las diligencias que he estado posponiendo durante las últimas semanas. Entre los exámenes finales de la preparatoria, el trabajo cada vez más intenso en casa de los Janssen, y ahora el imprevisto con la abuela, mi mundo parece estar derrumbandose sin haberme avisado antes.
Eduardo ha insisto en acompañarme en las caminatas a las distintas farmacias, pues a el le encantan las caminatas, y además, creo que es una oportunidad para pasar tiempo juntos antes de que se terminen las clases. Eduardo Bennett tiene uno de los más altos promedios intelectuales en la ciudad, compitiendo siempre con sus otros compañeros de la misma altura. Tengo la plena seguridad de que tendrá un brillante futuro, pues, gracias a su extraordinario desempeño durante la preparatoria ha obtenido una beca para estudiar ciencias políticas en una universidad de Nueva York.
Me siento muy feliz por él, sé que algún día ganará uno de esos premios científicos con los que tanto se ha hecho ilusión.
—No conseguí nada. ¿Y tú? —resopla, colocando sus manos sobre sus caderas en posición inclinada.
Niego con la cabeza, —No puedo creer que no encontramos un estúpido fármaco en todas las farmacias que hemos recorrido. ¡Ya no siento mis piernas!
Eduardo ensancha una sonrisa de labios cerrados, y se asegura de que su mochila se encuentre asegurada.
—El atletismo no es tu fuerte —comenta, siguiendo el camino a través de la acera, y poniéndome nerviosa. Me da la impresión de que puede fallar un paso, caerse y arrancarse los dientes.
No estás en destino final, Kathleen.
Nunca se sabe.
—En mi defensa, levantarme de la cama para ir a la cocina es suficiente cardio en un solo día —me excuso, cruzando ambos brazos por encima de mi pecho, y aplastando la receta entre mis antebrazos.
Eduardo se echa a reír, perdiendo un poco el equilibrio.
—Me recuerdas a tu hermana.
Una sonrisa pícara se instala en mis labios, y giro el cuello para tener una mejor vista del rostro sonrojado de mi amigo.
Subo una ceja, —¿Te refieres a Katherine? ¿huh?
Eduardo se desconcentra, consecuentemente, perdiendo el control de los movimientos de sus pies hasta tambalearse y bajar del bordillo. Reprimo una sonrisa, y el lleva una mano a su nuca como gesto de nerviosismo.
—Me parece que alguien se ha enamorado —canturreo, poniéndolo más sonrojado. El alza una mano como negación, y evita el contacto visual.
—No digas tonterías, Kathleen. Es solo...
—¡Oh, mira! ¡Es Katherine!
—¿Katherine? ¿En dónde? —eleva su cabeza por encima de los ciudadanos que se encuentran caminando a nuestro alrededor, y suelto una carcajada cuando se da cuenta que le he hecho una broma. Esboza una sonrisa canina, y menea la cabeza en modo de desaprobación—. Eres una ridícula.
—Y tu eres un ridículo enamorado de mi hermanita —le sobo un hombro, y el aparta el brazo con brusquedad. Me encanta hacerle enfadar—. Estás enamorado de Katherine, estás enamorado de Katherine —tarareo mientras avanzamos hasta la estación de bus más próxima.
—¡Oh, Dios mío! ¡Mira es Mikhail Janssen! —exclama de pronto, haciendo que mi corazón de un brinco enérgico.
—¿En dónde...? —me detengo abruptamente cuando caigo en cuenta de que está usando la misma jugada que usé con él. Meneo la cabeza, y aprieto los labios—. No voy a caer en tu juego, Eduardo Bennett. Yo ya usé ese truco, no tiene ni la más mínima probabilidad de que pueda creer que Mikhail está...
Cierro la boca cuando intercepto su cabello rubio a la distancia. Ha estacionado en un aparcamiento privado frente a una clínica. El lleva puesto una camiseta blanca que se adhiere increíblemente sensual a sus bíceps, y unos jeans azules con apariencia desgastada que contrastan con las zapatillas blancas que calza. Su cabello rubio se encuentra desordenado como siempre, pero mi corazón deja de latir cuando el brazo de alguien más rodea su codo.
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Editado: 17.11.2021