Atracción Irresistible ©

Capítulo Cuarenta Y Cinco

 

Capítulo 45: ¿Por qué no?

 

 

 

KATHLEEN

 

Estar con Mikhail significa mucho más de lo que en algún momento llegué a creer. Sin poder predecir que encontraría el mayor tesoro de mi vida, llegué a casa de los Janssen un día buscando solo una cosa, sin saber que encontraría mi otra mitad. Esa parte de mí que en algún momento me di cuenta que me hacía falta. Pues, Mikhail es esa parte. La otra mitad de mí.

Mi abuela siempre me incrustó pensamientos romanticones en mi cabeza. Crecí pensando que la felicidad un día tocaría mi puerta. No fue así, yo entré sin permiso. Sonrío al recordar ese día. Toda inexperta, jamás había cuidado a un niño antes de Mickey, y a pesar de mala vibra contra mí, conseguí ganarme su cariño, su respeto y aún más importante, su confianza.

Comprendí asuntos que quizás antes ignoraba. Las familias millonarias tienen los mismos problemas que cualquier otra, los chicos lindos pueden estar realmente rotos y dañados por dentro. No toda persona que sonría es porque de veras se encuentren bien, pueden estar sufriendo y esconder su debilidad al mismo tiempo en el que se dedican a pretender estar bien, sin necesitar a nadie. Aprendí que la humildad nace en el ser humano cuando la buscas, y lo que buscas con tanto ahínco lo encuentras.

Los Janssen me enseñaron que se puede vivir en medio de una tormenta e intentar ser felices al mismo tiempo.  Me enseñaron el verdadero significado de la lealtad, la amistad, la confianza, y el amor.

Si pudiera mirar hacia atrás antes de tomar el riesgo de ser niñera, no cambiaría nada que hubiese ocurrido en el pasado. Como seres humanos que son, los tres chicos Janssen son las personas más imperfectas que pueden existir, sin saber que es esa precisa imperfección lo que los vuelve verdaderamente irresistibles.

¿Qué chica no sueña con un chico imperfecto que sea solamente perfecto para ella?

Bueno, con los Janssen te ganas la lotería.

Han pasado seis meses desde que les conocí. Recuerdo haber quedado entorpecida cuando les vi por primera vez, bajando por aquellas escaleras que conducen a la sala de estar.

Luego está aquella fiesta en la que la botella se detuvo frente a Mikhail y yo. Y tras ello, un sinfín de recuerdos que hacen que mi corazón se apretuje adentro de mi pecho.

La Kathleen que danza en mi interior, cierra sus parpados mientras se abraza a sí misma. No podría suprimir ni un segundo que he pasado a su lado…al lado de ninguno de los tres chicos más torpes pero encantadores que alguna vez he conocido.

Pienso en Mikhail. El color irresistible cristalino de sus ojos. Esos malditos ojos que me eclipsaron desde el primer momento.

Pienso en Micah. Su extrovertida personalidad, pareciera que es un libro abierto cuando la realidad es que esconde más secretos entre sus páginas de lo que aparenta. He aprendido a leer sus páginas. He aprendido mucho de Micah.

Pienso en Mickey. El más parecido a Mikhail. Con sus luceros azules y esa actitud arisca pretende alejar a cada persona que intenta acercarse pero solo porque tiene miedo de salir herido.

Tan diferentes pero similares a la vez.

Ha pasado una semana desde el cumpleaños de Mickey. Debo admitir que fue un mal momento cuando la madre de Lana nos sorprendió cuando descendimos de la atracción. Lana tuvo que desmentir su falsa enfrente de todos los invitados, desde ese día no la he vuelto a ver. Por otro lado, Mikhail también ha estado ausente de mi vida desde entonces. Enfocado en sus estudios en su escuela para millonarios. Suspiro, mientras recuerdo todos los momentos que hemos pasado juntos.

Katherine ha estado ausente. Eduardo ha estado ausente. Jessica ha estado ausente. Micah ha estado ausente. Todos parecen querer salir de mi vida, ampliar espacio entre nosotros. Todo lo que me hace feliz está derrumbándose nuevamente.

Y como si las cosas no pudieran empeorar, el teléfono de casa empieza a sonar causando un estridente sonido que me obliga a levantarme del sofá. Con mal humor, pereza y mucho sueño, llevo el aparato a mi oído.

— ¿Hola?

— ¿Kathleen? La abuela…agravó —la voz de Katherine se quiebra en mitad de la conversación.

Ella cuelga sin esperar una respuesta. Siento como el tiempo se congela durante breves segundos. Coloco el teléfono en su sitio antes de correr hacia el hospital sin siquiera importarme estar en pijamas.

Extiendo mi mano para detener al primer taxi se cruza en medio de mi camino, y sin preguntar cuánto planea cobrarme, me subo, dándole las indicaciones para llegar al hospital. No demoramos más de los minutos necesarios que se toma la ruta desde mi casa hasta el hospital. El taxista se detiene en frente de la entrada del hospital. Por un instante se me olvida que he salido de casa únicamente que en pijamas por lo que he olvidado mi monedero, y no he traído dinero para cancelar el taxi.

Ladeo una sonrisa de disculpas, abriendo la puerta con rapidez.

—¡Señorita, no puede bajarse sin pagar! —le escucho gritar al amable señor del taxi.




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