Atracción Irresistible ©

Capítulo Cuarenta Y Siete

 

Capítulo 47: Polaroids

 

 

KATHLEEN

 

 

Me fijo en la dirección de las agujetas del reloj de muñeca que se cierne alrededor de mi muñeca. Las mismas marcan la media noche. Extraigo mi teléfono de la bolsa de fiesta que he traído, para comprobar algún mensaje reciente en la bandeja de entrada. Mis dedos oscilan debido a los nervios. Necesito la aprobación de Jessica para mostrarle el regalo a Mikhail.

Corrección, mostrarle a Mikhail al regalo.

Una nueva canción aborda su curso en medio de la oscuridad y las luces fosfóricas parpadeantes. Mikhail se ha perdido junto a Des desde hace más de veinte minutos y me ha dejado plantada hasta que me salgan raíces al lado de su grupo de amigos cabezas huecas.

Miro por la comisura del globo ocular a la chica junto a mí. La reconozco. Se trata de Kiara. Ella escudriña sus alrededores pero su mirada carece de chispa, no luce radiante como generalmente luce. Me pregunto el porqué de su distancia e intriga pero cuando me decanto por abrir la boca, mi teléfono vibra entre mis dedos indicándome la entrada de un nuevo mensaje.

¡Enhorabuena!

Me levanto de la silla de plástico, estirando mis entumecidas extremidades. Intento ubicar al ojizarco de la irresistible mirada entre el tumulto de personas aglomeradas en los bordes de la alberca. Ubico su cuerpo junto a un par de chicos, el sonríe ampliamente. Ineludiblemente, mis labios se curvan en una sonrisa.

¿Por qué tienes una irresistible sonrisa, ojizarco?

No consigo comprender las cualidades, virtudes y factores a favor que desprende en un simple gesto como sonreír. Me convenzo a mí misma. Debe ser el cariño que siento por él.

Nadie es perfecto.

Mikhail no es la excepción. Sin embargo, su ser corre a la velocidad de un rayo para alcanzarla.

Sacudo la cabeza. ¡Deja de ovacionarle tanto!

La vibración de mi teléfono indicándome que debo emprender mi camino hacia Mikhail se repite una y otra vez. Jessica debe estar desesperada en que lleve al ojizarco hasta la sorpresa. Le echo una ojeada a Kiara nuevamente, y en mi mente anoto la tarea de hablar con ella más tarde.

Sintiendo la música colarse a través de mis folículos pilosos, me acerco hasta el ojizarco dando suaves zancadas y culebreando entre la multitud para llegar junto a él. Por un momento se pierde fuera del alcance de mi vista. Muevo la cabeza, buscando su mirada. Micah se cruza en mi vista, su amigo de pelo rojizo pero no encuentro al ojizarco por ningún lado.

Mis entrañas se retuercen cuando unas manos se posicionan alrededor de mis caderas sobre la delicada tela de mi vestido azulado. No consigo evitar tensarme, todo mi cuerpo se tensa: mi vientre, mis hombros e incluso mis labios.

Su cálida y húmeda respiración se expone rozando mi piel. —¿Me estabas buscando, ninfa? —musita contra el lóbulo de mi oreja. Una inexorable sonrisa se dibuja en mis labios pero no hago el más minúsculo esfuerzo en girarme. Su mano derecha se desliza paulatinamente hacia abajo. Retengo la respiración por su atrevimiento—. Ya es media noche —me recuerda en un susurro áspero—. ¿Me darás mi regalo ahora o prefieres que lo tome yo mismo? ¿Huh? —sus manos aprietan la parte baja de mi espalda, unos centímetros por encima de mis glúteos. Puedo imaginar la sonrisa socarrona que se ha plasmado en sus delicados labios.

—¿Cuál piensas que es el regalo que tengo para ti? —curioseo. Mikhail apoya su barbilla contra mi hombro, abriéndose espacio en el hueco de mi cuello.

Menea la cabeza mientras exhala. —¿Me darías una pista? —pide mientras asiento sin pensarlo—. ¿Es tangible o intangible?

Ladeo la cabeza como si estuviese considerando su pregunta.

—Tangible.

El asiente. —¿Tiene algún olor?

Su consulta me arrebata una sonrisa de los labios.

—Supongo que sí.

Repite el movimiento de su cabeza. Esta vez demora unos lacónicos segundos más en responder.

—¿Es comestible?

—Oh, cielos. Cualquier cosa es comestible para ti, Janssen —alego, haciéndole arrugar la nariz—. Supongo que es masticable por lo menos —señalo.

—¿Tiene piel?

—¿Qué clase de pregunta es esa, Mikhail? ¿Qué demonios piensa que puedo regalarte?

—Solo responde. ¿Respira? —meneo la cabeza—. ¿Se estimula al tacto? ¿Es rosado? ¿Peluda?




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