Capítulo 50: Efecto Mariposa
MIKHAIL
Querido, Mikhail.
¿Has escuchado hablar del efecto mariposa? Su nombre proviene de un antiguo proverbio chino: “el aleteo de las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo”.
La idea es que, dadas unas condiciones iniciales de un determinado sistema natural, la más mínima variación en ellas puede provocar que el sistema evolucione en formas totalmente diferentes. Sucediendo así que, una pequeña perturbación inicial, mediante un proceso de amplificación, podrá generar un efecto considerablemente grande. Es ese efecto que sucede cuando hay muchas piezas de dominó paradas en el mismo sentido y una persona mueve la primera y se empiezan a caer a partir de la caída anterior.
En este preciso momento, te estarás preguntando por qué te escribo una carta hablando sobre la teoría del caos. He aquí la respuesta: Imagina que hay una chica al otro lado un enorme muro. Siempre ha estado allí en medio de la soledad aislada en la que ella misma ha preferido vivir. Sus muros son tan altos, fuertes e inquebrantables, nada ni nadie podría derrumbarlos. Entonces, de repente, llega una persona; no se trata de cualquier individuo, sino una persona con la intención de rescatarla de la soledad, una persona con la intención de derrumbar cada muro que les separa. Y sin nada de esfuerzo, consigue echar uno de los muros abajo, y tras ese otro muro, y otro…imagina que esa persona eres tú y que la chica aislada del mundo soy yo.
Tú, Mikhail Janssen, derrumbaste cada pared que había labrado en mi corazón. Sigo preguntándome cómo fue que lo lograste tan rápido. Tú, como el efecto mariposa esclarece, generaste un cambio de 180 grados en mi vida. No me siento de la misma manera en la que solía sentirme antes de conocerte. Lo sé, lo siento, estoy siendo una cursi, y probablemente no entiendas porqué no he ido a decirte todos desvaríos en persona.
No espero que lo entiendas, porque, francamente, ni yo misma lo entiendo. Solo no he encontrado el valor para enfrentar la realidad. Nuestra realidad. Mi realidad. Tal vez en el preciso momento en el que estés leyendo esta carta, ya me encuentre en camino a mi nueva vida, mi nuevo comienzo, mi nuevo destino…mi nueva búsqueda.
Solo necesito que sepas lo mucho que significas para mí, Mikhail Janssen. Necesito que sepas que tú fuiste quien me cambió a mí. Tú cambiaste mi vida. De un momento a otro, pasé de ser la chica de la vida vacía a ser la chica que lo había encontrado todo. Al comienzo no estaba segura sobre s confesarte esto, pero…tú fuiste la razón por la que continué después de tantas caídas. Incluso, cuando llegué a tropezarme con lo que sentía por ti y la inolvidable forma en la que me hacías sentir. Extrañaré todo de ti, ojizarco. Sin duda alguna, esos malditos ojos azul infinito quedarán guardados en mi memoria para siempre.
Tú fuiste el efecto mariposa que azotó mi vida en el momento en que menos esperé.
Tú y solamente tú.
Mikhail Janssen, el dueño de los irresistibles ojos azules.
Y, mi atracción irresistible.
Con amor, Kathleen Taylor.
***
Es la enésima vez que leo la carta.
¿Cuándo podré asimilarlo? ¿A caso está bromeando? ¿Se está mofando de mí? No me sorprende, Kathleen es impredecible.
Pero, mientras le marco a su teléfono celular, mi cabeza va analizando lo que ha leído en más de una ocasión. Esta carta ha llegado a mi buzón esta mañana. Me he levantado temprano para salir con Micah a una tienda de trajes de graduación, cuando me he encontrado con la sorpresa de recibir una carta. No cualquier carta. Una, específicamente dirigida a mí persona, escrita a puño y letra por Kathleen Taylor.
Lanzo el teléfono contra la pared con violencia. El aparato se vuelve añicos volando sobre el suelo de la habitación. Releo la carta una vez más.
¿Por qué se ha ido sin despedirse?
¿Por qué me ha abandonado?
¿Por qué?
La puerta de la habitación se abre. Micah entra, alborotando su cabello mientras enarca ambas cejas, destilando desconcierto. No deseo tocar el tema. No deseo hurgar adentro de la herida.
—¿Mikhail? Te he escuchado romper algo… —realiza una leve inspección a la habitación, reparando en los pequeños trozos de cristal que se encuentran esparcidos sobre la moqueta—. No suelo ser practicante de la adivinación, pero me parece que esa carta no te ha puesto de buen humor. ¿Eh? —habla, deteniéndose en medio de mi camino.
El papel se ha arrugado entre mis dedos de tantas veces que lo he apretado para después volver a leerlo. Siento una desagradable punzada en medio de mi estomago, y puedo asegurar que no son nervios.
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Editado: 17.11.2021