Atracción irresistible. Un amor difícil de evitar.

Divorcios.

El sol de la tarde se filtraba a través de las cortinas de la sala, creando un ambiente cálido y engañosamente tranquilo.

Estela estaba sentada en el sofá, sus manos temblaban ligeramente mientras esperaba a que su esposo llegara a casa. El sonido de la puerta abriéndose la sacó de sus pensamientos. Francisco entró, con una sonrisa cansada, después de un largo día de trabajo.

—Hola, amor. ¿Cómo estuvo tu día? Llegaste temprano hoy —dijo Francisco sonriendo

—Francisco, tenemos que hablar —la voz de Estela temblaba.

El hombre frunció el ceño, notando la seriedad en el rostro de su esposa. Se sentó a su lado, tomando sus manos.

—¿Qué pasa, Estela? ¿Estás bien? Ya me has preocupado.

—No, Francisco. No estoy bien. Hace tiempo que no lo estoy —dijo Estela mirando al hombre a los ojos.

Francisco sintió un nudo formarse en su estómago. Soltó las manos de su esposa y se inclinó hacia atrás, tratando de procesar sus palabras, algo le decía que no se refería a temas de salud.

—¿Qué quieres decir? ¿Estás enferma? ¿Qué tienes? ¿Has ido al médico? —pregunto tratando de desatar el nudo que sentía.

Estela respiro hondo antes de responder.

—Quiero el divorcio, Francisco. Ya no te amo. Lo he intentado, de verdad que sí, pero no puedo seguir fingiendo. Hay alguien más en mi vida, alguien que me hace sentir viva de nuevo.

El rostro de Francisco palideció. Se quedó en silencio por un momento, tratando de encontrar las palabras adecuadas.

—¿Alguien más? ¿Desde cuándo? —pregunto el hombre con su voz quebrada, a pesar de tener sospechas, no era lo mismo que escucharlo de su propia esposa.

—Hace unos meses. No planeé que esto sucediera, pero pasó. Y ahora, quiero ser feliz, Francisco, —las lágrimas se asomaron en los ojos de la mujer—. Quiero que ambos seamos felices, aunque eso signifique estar separados.

Francisco se levantó, caminando hacia la ventana. Miró hacia afuera, tratando de contener las lágrimas. Finalmente, se volvió hacia la mujer con una expresión de dolor, no era capaz de aceptar tal traición.

—No, Estela, tenemos una hija, ¿qué le diremos? Yo te amo, ¿por qué me haces esto?

—Sé que esto es difícil, pero es lo mejor para los dos —Estela desvío la mirada.

Francisco asintió lentamente, sabiendo que su vida estaba a punto de cambiar para siempre.

—¿Quién es él? —inquirió Francisco—. ¿Qué tiene él? Te he dado todo, jamás te he faltado el respeto, ¿por qué Estela?

Estela se levantó, con determinación en sus ojos. Caminó hacia un cajón, sacó un sobre y se lo pasó a Francisco.

—Aquí están los papeles del divorcio. Quiero que los firmes y te cederé la custodia de nuestra hija. Es lo mejor para ella, Francisco. Necesita estabilidad, y estoy segura de que tú siempre se la darás.

Francisco tomó el sobre con manos temblorosas, sintiendo cómo su mundo se desmoronaba. Miró a Estela, devastado, pero sabiendo que no tenía otra opción, pero algo cambio en él, en ese justo momento, ver cómo abandonaba a su hija, lo hizo endurecer su corazón, por lo que su expresión cambio.

—Nunca quise esto para nosotros. Pero si crees que es lo mejor, lo haré por nuestra hija —respondió, pero ahora su voz era fría como el hielo.

Estela asintió lentamente, y una sonrisa se dibujó en su rostro mientras veía al hombre firmar los documentos, ahora si podía ser feliz.

—No te preocupes por nuestra hija, es una niña muy inteligente, así que entenderá que mamá y papá ya no pueden estar juntos, pero que ambos la amamos más que nada en el mundo. Que siempre estaremos ahí para ella, aunque de formas diferentes.

Francisco cerro los ojos, mientras la voz de la mujer resonaba en sus oidos, ya estaba fastidiado por su presencia.

—Llamaré a Ainara para que te despidas de ella y seas tú quien le digas esto.

Estela parpadeo sin poder entender.

—¿A qué te refieres con que me despida en estos momentos?

—Ya firme los documentos, ¿crees que te quedaras aquí?

—No me iba a ir todavía, hasta dentro de dos semanas. ¡No me puedes correr Francisco! ¡Soy la madre de tu hija!

—No te estoy corriendo, ya no eres mi esposa, así que no puedes vivir más bajo el mismo techo que yo. Ya eres libre, ahora puedes volar directo a la cama de tu amor.

—¡Francisco! —grito la mujer.

Pero Francisco se mantuvo firme, con su expresión endurecida. Las lágrimas de Estela se deslizaron por sus mejillas, dándose cuenta de que se había precipitado un poco. Pero ya no había vuelta atrás.

Francisco se giró llamo a una de las mujeres de servicio para que fuera por su hija. Ainara corrió a los brazos de su padre y luego fue con su madre.

—¿pasa algo? ¿Por qué tienen esa cara los dos?

—Tu madre tiene que decirte algo.

Estela trago grueso antes de poder hablar.

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Mientras tanto, en el otro extremo de la ciudad, una situación similar estaba pasando. Rodrigo caminaba de un lado a otro, inquieto, a la vez que miraba el reloj que tenía en su muñeca, impaciente porque su esposa no llegaba.

—¡María! —exclamó en cuanto la puerta se abrió y entró ella.

—¡cariño! ¿Qué haces aquí? ¿No estabas de viaje?

—¿Dónde estabas? —la voz del hombre era sin emoción.

—Trabajando, como siempre.

—¿A esta hora? Es muy tarde.

—Rodrigo, ¿te pasa algo? —María se acercó y quiso acariciar el rostro de su esposo, pero él se alejó como si ese contacto le fuera a quemar.

—Necesitamos hablar, te he estado esperando desde hace cuatro horas.

—Lo siento, pase por casa de mi madre, sabes que no se ha sentido bien y el viaje es largo.

Rodrigo asintió.

—Sígueme.

María se quedó mirando la espalda del hombre a la vez que sus pies no querían moverse de donde estaba. Sentía una opresión en su pecho y sabía que no era nada bueno.

Al entrar al lujoso estudio de su esposo, este le pasó un sobre.




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