┆Cuatro años después.
El sol de septiembre brillaba intensamente sobre el Colegio Inmaculada Concepción. Ainara caminaba por los pasillos, nerviosa pero emocionada por el primer día de clases. Su falda plisada de color azul marino se movía suavemente con cada paso, mientras que su camisa azul, perfectamente planchada, reflejaba un leve destello bajo la luz del sol. Los zapatos negros relucían, completando su uniforme impecable.
A su alrededor, los estudiantes se saludaban y compartían sus experiencias del verano, pero a medida que avanzaba, podía sentir las miradas curiosas de algunos compañeros, pero Ainara mantenía la cabeza en alto, decidida a hacer de este año el mejor de todos.
«Este año será diferente. Tengo que concentrarme en mis estudios y no dejar que nada me distraiga» pensó Ainara.
Mientras tanto, Mauro entraba al colegio con una expresión de aburrimiento. No le emocionaba el inicio del año escolar, y menos aún la idea de tener que ver a Ainara todos los días, porque estaba seguro de que aún seguiría estudiando en ese colegio.
«Otro año más de lo mismo. Solo espero que no sea un desastre total» Pensó él.
Ambos se cruzaron en el pasillo, intercambiando miradas de desdén. Ninguno de los dos sabía que este año escolar cambiaría sus vidas para siempre.
«Diosito, que no me toque estudiar con él», rogó Ainara en silencio.
«Dios, quiero cualquier otro castigo, menos estudiar en la misma sección que esa sifrina», pensó Mauro.
Al llegar al aula, Ainara se detuvo en seco al ver la lista de estudiantes pegada en la puerta. Su corazón dio un vuelco al leer el nombre de Mauro justo debajo del suyo. Mauro, que había llegado unos segundos después, también vio la lista y soltó un suspiro de frustración.
—Parece que estamos en la misma sección —dijo Ainara, tratando de mantener la compostura.
—Sí, parece que sí —respondió Mauro con un tono seco.
Ambos entraron al aula, conscientes de que el destino había decidido unir sus caminos una vez más, aunque ninguno de los dos estaba preparado para lo que eso significaría.
Ainara y Mauro tomaron asiento en lados opuestos del aula, tratando de ignorarse mutuamente. La profesora guía entró y comenzó a pasar lista, confirmando que ambos estarían juntos en la misma sección durante todo el año.
A medida que avanzaba la mañana, Ainara se concentraba en lo que explicaban los profesores, decidida a no dejar que la presencia de Mauro la afectara. Sin embargo, no pudo evitar lanzar miradas furtivas hacia él de vez en cuando. Mauro, por su parte, hacía lo mismo, aunque intentaba disimular su irritación detrás de una fachada de indiferencia.
Durante el recreo, Ainara se dirigió al patio, buscando un lugar tranquilo para leer. Encontró un banco bajo un árbol y se sentó, disfrutando de la sombra y la brisa suave. Apenas había abierto su libro cuando escuchó una voz familiar que la irritó, era su momento de viajar a otro universo.
—¿Puedo sentarme aquí? —preguntó Mauro, señalando el espacio vacío a su lado.
Ainara levantó la vista, sorprendida. Dudó por un momento, pero finalmente asintió con un suspiro.
—Haz lo que quieras —respondió con desdén.
Mauro se sentó y ambos permanecieron en silencio durante unos minutos, cada uno inmerso en sus propios pensamientos. Finalmente, Mauro rompió el silencio.
—No esperaba verte aquí —dijo, mirando a Ainara de reojo—. Aunque es lógico, siendo del mismo nivel, pensé que te irías a otro colegio.
—Yo tampoco —respondió ella, cerrando su libro con un chasquido. —Pero parece que el destino tiene un sentido del humor retorcido.
Mauro soltó una risa sarcástica.
—Sí, parece que sí. Espero que no arruines este año como hiciste con los anteriores.
Ainara lo miró, sus ojos brillaban de furia.
—¿Arruinar? Eres tú el que siempre está buscando problemas —exclamó.
—¿Yo? —Mauro se inclinó hacia ella, su voz baja y peligrosa. —Eres tú la que siempre se mete en mis asuntos.
—¡Porque tus asuntos siempre terminan afectando a todos! —replicó Ainara, levantándose de golpe, mientras recordaba el pasado.
Mauro también se puso de pie, enfrentándola.
—Pues este año, mantente fuera de mi camino.
—Lo mismo te digo —respondió Ainara, antes de girarse y marcharse, dejando a Mauro con el ceño fruncido.
Ambos sabían que este año escolar sería un campo de batalla, y ninguno estaba dispuesto a ceder.
Ainara se alejó con rapidez, quería estar lo más lejos de su enemigo, su corazón latiendo con fuerza. No podía creer que Mauro tuviera el descaro de culparla por los problemas del pasado, cuando era el quién los iniciaba.
Mientras caminaba hacia la cafetería, intentó calmarse, pero la rabia seguía burbujeando en su interior.
En la cafetería, Ainara se encontró con su mejor amiga Camila, quien notó de inmediato su estado de ánimo.
—¿Qué pasa, Ainara? Pareces un volcán a punto de explotar —dijo Clara, preocupada.
—Es Mauro —respondió Ainara, dejando caer su bandeja en la mesa con un golpe. —¡No puedo creer que tengamos que estar en la misma sección otra vez!
Clara suspiró, comprendiendo la situación.
—Lo sé, es un fastidio, bueno para ti. Pero tal vez este año sea diferente, ya no estamos en la escuela, es la secundaria.
—Lo dudo mucho —replicó Ainara, cruzando los brazos. —Ese chico es imposible, es un inmaduro, arrogante, egocéntrico.
Mientras tanto, Mauro se encontraba en el otro extremo de la cafetería, hablando con su amigo Alan.
—¿Qué te pasa? —preguntó Alan, notando la expresión sombría de Mauro.
—Ainara —respondió Mauro, con un tono de frustración. —No puedo creer que tengamos que soportarnos otro año más y los que faltan hasta que nos graduemos como bachilleres.
Alan se rio.
—Vamos, no puede ser tan malo. Tal vez este año las cosas cambien, ya dejamos la escuela.
—No lo creo —dijo Mauro, sacudiendo la cabeza. —Esa chica siempre encuentra la manera de meterse en mis asuntos, es tan fastidiosa, tan sifrina, es una molestia, como una piedra en mi zapato.
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Editado: 22.10.2024