Los días siguientes no fueron más fáciles para Ainara y Mauro. Cada clase, cada recreo, cada encuentro en los pasillos era una batalla silenciosa. Sus amigos intentaban mantener la paz, pero la tensión entre ellos era evidente para todos.
—¡No lo soporto! —se quejó Ainara mientras limpiaba la tierra de sus rodillas.
—No es para tanto, solamente tropezó por accidente.
—¿Por accidente? —pregunto Ainara con los ojos abiertos en grande—. Esa palabra no existe cuando las cosas suceden por Mauro.
—Ainara, bájale dos a tu intensidad con Mauro —dijo Camila—. Todos vimos que se tropezó por accidente y no tiene la culpa que justo en ese momento fueras a pasar por ahí.
Ainara se cruzó de brazos.
—¿Las anteriores también fueron por accidentes? —pregunto arqueando una ceja—. Él debería de irse a la luna, así dejaría de existir en la tierra y el aire sería más limpio.
—¡Ainara! ¿Qué cosas dices? Realmente que eres testaruda, nadie te hace cambiar de opinión.
Un día, durante la clase de biología, la profesora anunció un proyecto en parejas. Ainara y Mauro intercambiaron miradas de alarma cuando escucharon sus nombres juntos.
—Ainara y Mauro, ustedes trabajarán juntos en este proyecto —dijo la profesora, sin darse cuenta del conflicto entre ellos.
Ainara levantó la mano, intentando protestar.
—Profesora, ¿podría cambiarme de pareja? —preguntó, tratando de sonar educada.
—Lo siento, Ainara, pero las parejas ya están asignadas. Estoy segura de que podrán trabajar juntos sin problemas —respondió la profesora con una sonrisa.
Mauro soltó un suspiro de frustración y se acercó a Ainara cuando la clase terminó.
—Parece que estamos atrapados en esto juntos —dijo, cruzando los brazos.
—No me lo recuerdes —respondió Ainara, mirando hacia otro lado. —Vamos a terminar esto lo más rápido posible.
—Ok, te veré en la biblioteca, ni pienses que te invitaré a mi casa, ni en tus sueños eso sucederá.
Se reunieron en la biblioteca después de clases, ambos con expresiones de disgusto. Ainara sacó sus notas y comenzó a hablar sobre el proyecto, tratando de mantener la conversación lo más profesional posible.
—Necesitamos dividir las tareas. Yo puedo encargarme de la investigación y tú puedes hacer la presentación —sugirió Ainara.
—¿Por qué yo tengo que hacer la presentación? —protestó Mauro. —Podríamos dividirlo de manera más equitativa.
—Porque tú eres bueno hablando en público y yo prefiero la investigación —respondió Ainara, tratando de mantener la calma.
—Está bien, pero no esperes que haga todo el trabajo pesado —dijo Mauro, con un tono desafiante.
Ainara suspiró, sabiendo que no tenía sentido discutir más. Ambos comenzaron a trabajar en silencio, cada uno concentrado en su parte del proyecto. A medida que avanzaban, se dieron cuenta de que, a pesar de sus diferencias, podían trabajar juntos de manera efectiva.
Sin embargo, la tregua era frágil y cualquier pequeño desacuerdo podía hacerla estallar. Ainara y Mauro sabían que este proyecto sería una prueba de fuego para su capacidad de coexistir, y ninguno estaba dispuesto a ceder terreno.
¿Qué más podría pasar entre ellos? ¿Se destruirían ambos? ¿Qué podía ser más fuerte? ¿El odio? ¿El amor?
—¿Qué tal las clases? —pregunto Francisco al ver llegar a su hija.
—Bien.
—No te ves muy animada, ¿pasa algo? ¿Tienes muchas tareas? Ya verás que los años se pasarán volando, hija.
—Nada, lo mismo de siempre, papá.
—Hija —Francisco la llamó al ver que se dirigía a su habitación.
—¿Pasa algo?
—Me gustaría que salgamos un fin de semana de paseo, sé que he estado ocupado, pero quiero compartir más contigo.
Ainara suspiró y se giró.
—Papá, mejor sal con tu novia, ¿no dijiste que tenías una?
—Sí, pero quiero compartir más con mi hija.
—Bien —Ainara no dijo nada más.
Francisco suspiró, aunque su relación con su hija no era tan mala del todo, él sentía que no era suficiente lo que hacía, Ainara la mayor parte del tiempo era muy fría con él.
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La tarde estaba en su apogeo, y el sol se filtraba a través de las ventanas de la biblioteca escolar, iluminando las mesas de estudio con una luz dorada.
Ainara y Mauro estaban sentados uno frente al otro, rodeados de libros y cuadernos. El ambiente estaba cargado de una tensión palpable.
—¿Puedes dejar de mover la pierna? Me desconcentras —reclamo ella con el ceño fruncido.
Mauro la miró con desdén, sus ojos llenos de irritación.
—Claro, princesa. Todo para que puedas concentrarte en tus “importantes” estudios —respondió él con un tono sarcástico.
Ainara apretó los labios, sintiendo cómo la rabia le subía por el pecho. El sonido del lápiz de Mauro rascando el papel le resultaba insoportable, como uñas en una pizarra.
—No sé por qué tenemos que estudiar juntos. No soporto estar cerca de ti —se quejó Ainara con voz tensa.
Mauro soltó una risa seca, su mirada fija en el libro frente a él.
—Créeme, el sentimiento es mutuo. Pero si no sacamos buena nota en este proyecto, ambos estamos en problemas —dijo él con voz fría.
El aire estaba cargado de una mezcla de frustración y resentimiento. Ainara podía sentir el calor de la tarde en su piel, mezclado con el sudor frío de la tensión.
Cada vez que Mauro se movía, el leve crujido de la silla resonaba en sus oídos como un recordatorio constante de su presencia.
—Solo terminemos esto rápido —dijo ella suspirando con pesadez.
Mauro asintió, sus manos temblando ligeramente mientras pasaba la página del libro. El olor a papel viejo y tinta llenaba el aire, mezclándose con el aroma de los árboles que entraba por la ventana abierta. Ambos estaban atrapados en un ciclo de hostilidad silenciosa, cada uno deseando estar en cualquier otro lugar.
El tiempo pasaba lentamente, cada minuto estirándose como una eternidad. Ainara sentía el peso de la mirada de Mauro sobre ella, como si cada palabra que escribía fuera juzgada. Mauro, por su parte, sentía una presión en el pecho, una mezcla de rabia y frustración que no podía liberar.
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Editado: 22.10.2024