A medida que avanzaban con el proyecto, Ainara y Mauro se encontraron pasando más tiempo juntos, aunque la tensión entre ellos seguía siendo palpable.
Un día, mientras trabajaban en la biblioteca, Ainara notó que Mauro parecía distraído.
—¿Qué te pasa? —preguntó, tratando de sonar indiferente.
—Nada que te importe —respondió Mauro, sin levantar la vista de sus notas.
Ainara frunció el ceño, pero decidió no insistir. Sin embargo, la curiosidad la carcomía. Sabía que algo estaba molestando a Mauro, y aunque no quería admitirlo, le preocupaba.
Finalmente, Mauro rompió el silencio.
—Es mi papá—dijo, con un suspiro, olvidando a la persona que tenían delante—. Al parecer se olvidó que tiene un hijo.
Ainara se sorprendió por la confesión. No esperaba que Mauro compartiera algo tan personal con ella.
—Lo siento —dijo, sinceramente, ella lo entendía en ese momento porque también sufría por la ausencia de su madre—. Debe ser difícil para ti.
Mauro asintió, agradecido por la comprensión, algo extraño para él.
—Sí, lo es. Pero no quiero hablar de eso ahora. Tenemos que terminar este proyecto.
Ainara asintió y volvieron a concentrarse en su trabajo. A pesar de sus diferencias, empezaban a encontrar un ritmo de colaboración. Sin embargo, la tregua no duró mucho.
Unos días después, durante una discusión sobre el contenido de la presentación, las tensiones volvieron a estallar.
—¡No puedes simplemente cambiar todo sin consultarme! —exclamó Ainara, frustrada.
—¡Y tú no puedes esperar que haga todo a tu manera! —replicó Mauro, levantando la voz.
—¡Esto es ridículo! —gritó Ainara, cerrando su cuaderno de golpe. —¡No puedo trabajar contigo!
—¡Lo mismo digo! —respondió Mauro, empujando su silla hacia atrás y levantándose.
Ambos se quedaron mirándose fijamente, respirando con dificultad. La biblioteca estaba en silencio, y algunos estudiantes los miraban con curiosidad.
Finalmente, Ainara rompió el contacto visual y recogió sus cosas.
—Voy a terminar mi parte en casa. Nos vemos mañana —dijo, antes de salir apresuradamente.
Mauro se quedó allí, sintiéndose frustrado y agotado. Sabía que trabajar con Ainara sería difícil, pero no esperaba que fuera tan complicado. Sin embargo, también sabía que no tenía otra opción. Tenían que terminar el proyecto juntos, les gustara o no.
«¿Por qué me castigas de esta manera?» —Mauro fijo sus ojos en el techo de la biblioteca, aunque no creía mucho en Dios, de alguna manera sentía que lo escuchaba.
«Aunque mi mamá dice que tú no castigas a nadie, pero esta sifrina me exaspera, ¿lo entiendes?»
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El sol comenzaba a ponerse, creando un bello crepúsculo en el cielo. Ainara caminaba por el parque, disfrutando de un momento de tranquilidad después de un día agotador.
—¡Al fin! Lejos de ogros molestos—exclamo.
El aire fresco de la tarde le acariciaba el rostro, y el sonido de las hojas crujientes bajo sus pies le proporcionaba una sensación de paz.
De repente, su tranquilidad se vio interrumpida cuando vio a Mauro acercándose por el sendero. Su corazón se aceleró y una mezcla de irritación y ansiedad la invadió. Mauro también la vio, y su expresión se endureció al instante.
—Genial, justo lo que necesitaba —murmuro Ainara para sí misma.
Mauro se detuvo a unos metros de ella, sus ojos llenos de desdén.
—¿Qué haces aquí, princesa? ¿No tienes algún lugar mejor donde estar?—pregunto Mauro con su voz llena de sarcasmo.
Ainara sintió cómo la rabia le subía por el pecho. El sonido de la voz de Mauro era como un zumbido molesto en sus oídos, deseaba que fuera un zancudo al cual pudiera aplastar entre sus manos.
—Este parque es lo suficientemente grande para los dos. No tengo que explicarte nada —respondió ella con su voz tensa.
Mauro soltó una risa seca, cruzando los brazos sobre el pecho.
—No te preocupes, no planeo quedarme. Solo vine a despejarme un poco, lejos de tu constante quejido —dijo él con voz fría.
Ainara apretó los puños, tratando de contener su ira.
—No sé por qué siempre tienes que ser tan desagradable. ¿Qué te hice para merecer esto?
Mauro la miró fijamente, sus ojos llenos de una mezcla de resentimiento y algo más profundo que Ainara no podía identificar.
—No es solo contigo, Ainara. Es todo. Todo esto me supera —dijo Mauro en voz baja.
Ainara se quedó en silencio, sorprendida por la sinceridad en la voz de Mauro. Por un momento, la tensión pareció disiparse, dejando al descubierto la vulnerabilidad de ambos.
—Quizás podría llevarnos bien —susurro Ainara.
Mauro la miró, sus ojos suavizándose ligeramente. Pero antes de que pudiera responder, sacudió la cabeza y dio un paso atrás.
—No necesito tu compasión, Ainara. Solo quiero que me dejes en paz —dijo Mauro con voz dura.
Sin decir más, Mauro se dio la vuelta y se alejó, dejando a Ainara con una sensación de tristeza y frustración. Mientras lo veía irse, se preguntó si alguna vez podrían superar la barrera que los separaba, porque de lo contraria sentía que acabarían muy mal.
«Sacate esas ideas ridículas» Pensó Ainara agitando su cabeza.
Al día siguiente ninguno se dirigió la palabra en el colegio, ni mucho menos de reunirse para el proyecto que tenían.
La tarde comenzaba a caer en la ciudad, y el cielo se teñía de tonos anaranjados y rosados. En la casa de la familia Villalobos, María, estaba en la cocina, preparando los últimos detalles para la cena que estaba planificando. Mauro entró, dejando su mochila en el suelo.
—Mauro, el sábado en la noche tenemos una cena importante. Necesito que ese día te pongas algo elegante y te comportes.
Mauro frunció el ceño, claramente molesto.
—¿Otra cena? ¿Por qué siempre tenemos que ir a esas cosas aburridas? —su voz estaba irritada, pensado en las infinitas cenas anteriores a las cuales ha asistido.
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Editado: 22.10.2024