El día viernes llego, Ainara y Mauro se encontraron en el aula antes de que comenzaran las clases, toda la semana se habían estado evitando luego de su última pelea. Ambos estaban decididos a terminar el proyecto, aunque la tensión entre ellos seguía siendo palpable y los dos tenían el mismo nivel de orgullo.
—Necesitamos hablar —dijo Ainara, rompiendo el silencio.
—Sí, lo sé —respondió Mauro, cruzando los brazos. —No podemos seguir así.
Ainara asintió, tratando de mantener la calma.
—Mira, sé que no nos llevamos bien, pero tenemos que terminar este proyecto. ¿Podemos intentar trabajar juntos sin pelearnos?
Mauro suspiró, pero asintió.
—De acuerdo. Vamos a intentarlo, el proyecto no se terminará por sí mismo.
—El proyecto es importante y no puedo sacar malas notas —dijo Ainara.
—¿Crees que yo quiero sacar malas notas? —se quejó Mauro.
Ainara rodó los ojos, al parecer sería una misión titánica que trabajen sin pelear.
Pasaron el resto del día trabajando en el proyecto, tratando de mantener la paz. Aunque hubo algunos momentos de tensión, lograron avanzar significativamente. Ainara se sorprendió al darse cuenta de que, cuando no estaban discutiendo, Mauro era bastante inteligente y tenía buenas ideas.
Luego de pasar un día estudiando, ambos regresaron a sus casas, para prepararse para lo que les esperaba el día siguiente.
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El día sábado llego, el sol resplandecía en Barquisimeto y a medida que las agujas del reloj avanzaban, las horas iban como un auto de carreras.
—Mauro, hazme el favor y te cambias, pronto serán las seis de la tarde y debemos irnos —dijo María.
—Aja.
Ya la noche había caído, y las luces de la casa de Ainara brillaban cálidamente en la oscuridad. Mauro y su madre, María, llegaron a la puerta.
Mauro frunció el ceño al reconocer la casa.
—Mamá, ¿por qué estamos aquí? Esta es la casa de Ainara —pregunto confundido el joven.
—Lo sé, Mauro —respondió María con una sonrisa—. Esta cena es importante para todos nosotros. Vamos, entra sin hacer dramas, por favor.
Mauro sintió un nudo en el estómago mientras seguía a su madre al interior de la casa. Ainara, por su parte, estaba en la cocina ayudando a su padre, Francisco, a preparar la mesa. Cuando escuchó la puerta, ambos salieron para recibir a los invitados. Pero su corazón se detuvo al ver a Mauro entrar.
—¿Qué haces aquí? —pregunto sorprendida Ainara.
—Eso mismo me pregunto yo —dijo Mauro, quien solo deseaba que no fuera la casa de ella, así que su rostro también tenía una expresión de sorpresa.
Ambos se miraron con una mezcla de confusión y desagrado. Francisco y María intercambiaron una mirada cómplice antes de invitar a todos a sentarse a la mesa.
—La cena ya está lista, pasen por acá, son bienvenidos.
—Gracias Francisco —dijo María con amabilidad.
Todos se sentaron a la mesa, Francisco y María al lado de cada uno, mientras que Ainara frente a su padre y Mauro frente a su mamá. El silencio era algo incómodo, cuando la comida era servida por las mujeres de servicio.
—¡qué delicia la cena! —exclamó María intentando romper el silencio.
Empezaron a comer mientras hablaban temas triviales. María y Ainara tenían una conversación amigable, algo que alegraba a la mujer.
—Bueno, ahora que estamos todos aquí, tenemos algo importante que anunciar —dijo Francisco con una sonrisa cuando todos estaban terminando de cenar.
Ainara y Mauro se miraron, sintiendo una creciente incomodidad, y en sus mentes pensaron lo mismo, teniendo la esperanza de estar equivocados. María tomó la mano de Francisco y ambos se miraron con cariño.
—Hemos estado saliendo por un tiempo —Francisco miro al chico — He sido el novio de tu madre en todo este período Mauro —luego miro a su hija, quien quiso replicar, pero no lo permitió—. Ainara, María es mi novia, a pesar de todo hemos tratado de hacerle saber nuestra relación, pero ambos se han negado a compartir con nosotros, y lo entendemos.
—Chicos, Francisco y yo hemos decidido casarnos. Queremos formar una familia juntos —dijo María con voz suave.
El silencio cayó sobre la mesa como una losa. Ainara y Mauro se quedaron boquiabiertos, incapaces de procesar lo segundo que acababan de escuchar.
—¿Qué? ¿Van a casarse? —la voz de Ainara temblaba.
—¿Nosotros vamos a ser… hermanastros? —pregunto Mauro con incredulidad.
La tensión en el aire era palpable. Ainara sentía una mezcla de rabia y desesperación. No podía creer que su padre estuviera tomando esta decisión sin consultarla. Mauro, por su parte, sentía una oleada de frustración y confusión. La idea de vivir bajo el mismo techo que Ainara le resultaba insoportable.
—Papá, ¿cómo pudiste hacer esto sin decirme nada? —pregunto Ainara con voz quebrada.
—Ainara, sé que es una sorpresa lo de la boda, pero creemos que es lo mejor para todos. Queremos que sean felices, además te lo comente en una ocasión, solo que te has negado a conocer a María —dijo Francisco con voz calmada.
—Esto es una locura. No puedo creer que esperen que aceptemos esto así de fácil —respondió Mauro con voz fría.
—Entendemos que es difícil, pero queremos que intenten verlo desde nuestra perspectiva. Queremos ser una familia —María intentaba que entendieran, su voz era suave.
—No lo aceptamos —dijo Ainara.
—Estoy de acuerdo con ella —agregó Mauro.
Ainara y Mauro se miraron, ambos sintiendo una mezcla de traición y desesperación. La cena continuó en un tenso silencio, cada uno perdido en sus propios pensamientos, tratando de asimilar la noticia.
Ainara se levantó abruptamente de la mesa, su silla chirriando contra el suelo.
—Necesito aire, esto es ridículo —dijo, su voz apenas un susurro, pero cargada de desprecio antes de salir apresuradamente al jardín.
Mauro la siguió, no por preocupación, sino por la necesidad de confrontarla, dejando a Francisco y María en la mesa, ambos con expresiones de preocupación.
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Editado: 22.10.2024