Francisco y María están listos para salir de luna de miel. Las maletas están junto a la puerta y la abuela de Mauro, Doña Rosa, ha llegado para quedarse con Ainara y Mauro mientras ellos están fuera. Ainara y Mauro están sentados en el sofá, claramente incómodos como siempre.
—Cariño, nos vamos. Nos vemos en una semana. Por favor, pórtate bien y ayuda a la abuela —dijo Francisco mirando a su hija.
«No es mi abuela, no tengo ningún parentesco con esa gente» pensó Ainara, ya que no quería que nadie la relacionara con Mauro.
—Te quiero, hijo. Sé que todo saldrá bien —María abrazo a Mauro.
—Sí, papá. Que se diviertan —dijo Ainara forzando una sonrisa.
—Sí, mamá. No te preocupes, no quemaremos la casa —respondió Mauro con tono sarcástico.
—No se preocupen, Francisco, hija mía. Yo me encargaré de todo. Ustedes disfruten su viaje, se lo merecen después de tanto —dijo doña Rosa con una sonrisa, estaba feliz por su hija.
Francisco y María se despiden y salen por la puerta. Ainara y Mauro se quedan en silencio por un momento, mirando a Doña Rosa.
—Bien, chicos. Vamos a establecer algunas reglas. Quiero que mantengan la casa limpia y que se respeten mutuamente. ¿Entendido? —dijo Rosa con tono firme.
—Sí, doña Rosa —dijo Ainara suspirando.
—Claro, lo que tú digas abuela —exclamó Mauro cruzando los brazos.
—No quiero sarcasmos, jovencito. Esto es serio —Rosa miro a su nieto.
Esa primera noche, Ainara y Mauro intentan evitarse lo más posible. Sin embargo, la tensión es inevitable, cuando dos almas son como imanes que se atraen y aunque intenten resistirse, la vida siempre encuentra la manera de unirlas.
Ainara estaba preparando la cena, cuando vio a Mauro entrar.
—¿Puedes pasarme la sal?
—¿Por qué? ¿No puedes alcanzarla tú sola? —dice Mauro con su voz llena de sarcasmo.
—Solo pásamela, Mauro. No tengo ganas de discutir —dice Ainara molesta.
—Aquí tienes, princesa —dijo Mauro pasándole la sal.
—¿Qué está pasando aquí? ¿Por qué están discutiendo? —Rosa entró en la cocina al escucharlos.
—Nada, doña Rosa. Solo estamos… hablando —dijo Ainara suspirando.
—Sí, hablando. Como siempre abuela —dice Mauro burlándose.
—Quiero que se comporten. Sus padres confiaron en mí para cuidarlos y no quiero decepcionarlos —Rosa mirando a los jóvenes con firmeza.
—Entendido —dicen ambos al unísono.
Esa noche, después de la cena, Ainara y Mauro se retiran a sus habitaciones. Ambos están frustrados, pero saben que deben encontrar una manera de convivir, pero es algo que ven muy difícil.
—Esto va a ser más difícil de lo que pensé —susurra Ainara mientras se acuesta.
—Tal vez debería intentar llevarme mejor con ella… pero no será fácil, es una sifrina intensa y lo peor es que es linda —piensa Mauro mientras se acuesta también.
Ambos adolescentes no podían conciliar el sueño. Ainara lograba dormir por minutos, pero luego se despertaba, ella pensaba que quizás porque era la primera noche donde ambos compartían una casa y posiblemente eso la tenía inquieta. Así que se levantó y bajo a la cocina.
—¿Puedes moverte? Necesito sacar algo —dijo Ainara al ver a Mauro cerca de la nevera.
—¿Por qué no esperas tu turno? Estoy ocupado —dice Mauro sin moverse.
—¡No puedo creer que seas tan infantil! Solo quiero sacar un poco de leche —responde Ainara tratando de abrir la puerta de la nevera.
—¿Infantil? ¡Tú eres la que siempre hace un drama por todo! —responde Mauro dando un paso hacia ella.
—¡Porque tú siempre estás en mi camino! ¿No puedes simplemente dejarme en paz? —dice Ainara cruzándose de brazos—. Cómprate un boleto y vete a Marte.
—¡No, no puedo! Porque ahora vivimos juntos, ¿recuerdas? ¡No puedes escapar de mí! —dice Mauro elevando la voz.
—Solo quiero un poco de paz. ¿Es mucho pedir? —dice Ainara con los ojos llenos de lágrimas de la frustración que sentía en ese momento—. ¡Tu presencia es un fastidio!
—Tal vez, si dejaras de actuar como si fueras la única afectada por esto, podríamos encontrar una manera de coexistir —respondió Mauro bajando la voz, pero todavía molesto.
—¿Coexistir? ¿De verdad crees que eso es posible con todo este odio entre nosotros? —pregunto Ainara, respiro hondo, tratando de calmarse y que sus lágrimas no se salieran de sus ojos.
—No lo sé. Pero seguir peleando no va a ayudar a nadie, ¿no lo crees? —dice él mirándola fijamente.
—Tal vez… tal vez deberíamos intentar hablar. No gritar, solo hablar —dice Ainara con desconfianza, ya que no era la primera vez que se decían lo mismo.
—¿Hablar? ¿Sobre qué? —Mauro se sorprende sobre su petición—. Para empezar no tenemos nada en común.
—Sobre cómo vamos a hacer que esto funcione. Porque, nos guste o no, estamos atrapados en esto juntos, y nadie vendrá a ayudarnos —Ainara lo miro a los ojos.
Ambos se quedan en silencio, la intensidad del momento llenando la cocina, y la animosidad sigue presente, opacando la poca esperanza que tienen de llevarse bien. Mauro no resistió más su mirada y se apartó para que ella pudiera abrir la nevera.
A la mañana siguiente, Ainara se levantó temprano para preparar el desayuno, pues le había dicho a su padre que ayudaría a Rosa en eso. Mientras batía los huevos, sintió una presencia detrás de ella. Era Mauro, que se había levantado antes de lo habitual.
—¿Otra vez madrugando? —preguntó Mauro, acercándose a la cafetera.
—Alguien tiene que hacerlo —respondió Ainara sin mirarlo.
Mauro se quedó observándola en silencio por un momento. La luz del sol que entraba por la ventana hacía que el cabello pelirrojo de Ainara brillara intensamente. No podía negar que, a pesar de su actitud, ella era realmente hermosa.
—¿Qué miras? —preguntó Ainara, notando su mirada.
—Nada, solo me sorprende que alguien como tú sepa cocinar —respondió Mauro con una sonrisa burlona.
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Editado: 22.10.2024