Atracción irresistible. Un amor difícil de evitar.

Venganza de Ainara.

En este año escolar, Ainara y Mauro seguían con su rutina diaria en el Colegio Inmaculada Concepción, pero ahora las bromas y las venganzas se habían convertido en una parte constante de su interacción.

Ainara, con su cabello pelirrojo que siempre tenía ese efecto de brillar bajo el sol, se sentía cada vez más frustrada con las travesuras de Mauro. Decidida a no dejarse vencer, comenzó a planear sus propias bromas, donde ya para la primera sabia que hacer.

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Un día Ainara observaba a Mauro desde el otro lado del aula, su pie se movía en un constante vaivén, estaba un poco impaciente. Había llegado el momento de vengarse de todas las bromas que él le había hecho. Aprovechando la oportunidad en que Mauro se distrajo hablando con un amigo, Ainara se deslizó silenciosamente hasta su pupitre y tomó su cartuchera.

Con agilidad la escondió entre su falda. Con una sonrisa traviesa, se dirigió al baño de damas y escondió la cartuchera detrás de una de las puertas.

De vuelta en el aula, Ainara se sentó y esperó. No pasó mucho tiempo antes de que Mauro comenzara a buscar desesperadamente sus colores, cuando la profesora dio inicio a la clase.

—¿Alguien ha visto mi cartuchera? —preguntó Mauro, su voz llena de frustración.

Ainara fingió indiferencia, pero por dentro se moría de risa. Mauro, sin otra opción, comenzó a pedir prestados los colores a sus compañeros, uno por uno, cada vez que necesitaba algún color en específico.

La vergüenza lo estaba matando, nunca en su vida había quitado algo prestado y ahora todos los compañeros sabían que no tenía colores. La clase avanzaba lentamente para él, cada minuto sin su cartuchera era una eternidad.

Al final de la clase, Mauro seguía buscando, pero sin tener éxito alguno. Ainara lo observaba con una mezcla de satisfacción y curiosidad.

—¿Crees que la encuentre? —susurro Bianca.

—Puede ser —Ainara se cruzó de brazos—. De lo contrario el señorito Lewusz tendrá que pedirle a su mami que le compre colores nuevos.

—Ja, ja, ja, ja —las demás chicas soltaron una risa.

—Pero seguro que la señora Villalobos lo va a castigar por no cuidar sus útiles —agregó Mirtha.

—No estaría nada mal si pasa eso —Ainara tenía una sonrisa en su rostro.

Finalmente, Mauro salió del aula y se dirigió al pasillo, buscando en cada rincón del Colegio. Ainara lo siguió a una distancia prudente, queriendo ver cómo se desarrollaba todo.

Mauro se detuvo frente al baño de damas, su rostro mostrando una mezcla de duda y desesperación, pero era el único lugar que le quedaba por buscar. Miró a ambos lados del pasillo, asegurándose de que nadie lo viera, y entró rápidamente.

Dentro del baño, Mauro buscaba frenéticamente. Ainara, que había seguido hasta la puerta, escuchaba con atención.

—¡Aquí está! —exclamó Mauro, encontrando finalmente su cartuchera y sintiendo que podía respirar de nuevo.

Ainara no pudo contenerse más y entró al baño, sorprendiendo a Mauro.

—¿Qué haces aquí? —preguntó ella, fingiendo sorpresa.

Mauro se sonrojó, sosteniendo su cartuchera como si fuera un trofeo.

—Sabía que tú tenías algo que ver con esto —dijo él, tratando de sonar enojado pero sin poder ocultar una sonrisa.

Ainara se rio, su risa resonando en las paredes del baño.

—Eso te pasa por todas las bromas que me has hecho —respondió ella, cruzando los brazos.

Mauro la miró, sus ojos brillando con una mezcla de diversión y algo más profundo.

—Supongo que estamos a mano, entonces —dijo él, dando un paso hacia ella.

Ainara sintió su corazón acelerarse, pero mantuvo su postura.

—Por ahora —respondió ella, con una sonrisa desafiante.

Ainara y Mauro se quedaron mirándose en el baño de damas, el aire cargado de tensión. Mauro dio un paso más hacia ella, su expresión cambiando de diversión a algo más serio.

—¿Por qué siempre estamos peleando? —preguntó Mauro, su voz baja y llena de curiosidad—. ¿Por qué no podemos dejar de hacerlo?

Ainara se sorprendió por la pregunta, pero no dejó que su guardia bajara.

—Porque tú siempre me estás molestando, siempre te atraviesas en mi camino —respondió ella, aunque su tono no era tan firme como esperaba.

Mauro suspiró y se pasó una mano por el cabello.

—Tal vez porque no sé cómo hablar contigo de otra manera —admitió, sus ojos buscando los de Ainara.

Ainara sintió un nudo en el estómago. No esperaba esa respuesta. Se quedó en silencio por un momento, procesando lo que Mauro había dicho.

—¿Y qué quieres decirme ahora? —preguntó finalmente, su voz más suave—. ¿Quieres ser mi hermanito?

Mauro se acercó aún más, hasta que casi no había espacio entre ellos.

—Quiero decirte que… —comenzó, pero en ese momento, la puerta del baño se abrió y una compañera de clase entró, deteniéndose en seco al ver a Mauro allí.

—¡Mauro! ¿Qué haces aquí? —exclamó la chica, sorprendida.

Mauro se sonrojó y dio un paso atrás, levantando las manos en señal de rendición.

—Solo estaba buscando mi cartuchera, estaba pérdida —dijo rápidamente, mostrando el objeto como prueba.

La chica frunció el ceño, pero antes de que pudiera decir algo más, Ainara intervino.

—Yo se la escondí aquí como una broma —dijo, tomando la mano de Mauro y tirando de él hacia la puerta—. Ya nos vamos.

Salieron del baño rápidamente, dejando a la chica confundida detrás de ellos. Una vez en el pasillo, Ainara soltó la mano de Mauro y se cruzó de brazos.

—Eso fue… interesante —dijo ella, tratando de ocultar su nerviosismo.

Mauro se rio, su risa relajando un poco la tensión.

—Sí, lo fue —respondo él con sus ojos brillando con una mezcla de diversión y seriedad.

Ainara asintió.

—De acuerdo. Hablamos después —dijo, y ambos se dirigieron a sus próximas clases, cada uno perdido en sus propios pensamientos. Él preguntándose qué le pasaba con ella y ella pensando en su próxima broma para él.




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