A pesar de sus diferencias, ambos disfrutaban de la compañía de sus amigos, aunque siempre estaban atentos a las posibles bromas del otro.
—¿Esto está pasando? —dijo Camila con lágrimas en los ojos.
—Sí, amiga, ya se acabó este año y vamos al siguiente —respondió Ainara con emoción.
—¡Sí, qué emoción!
—¿Qué harás en estas vacaciones?
—Según mi padre, tendremos muchas salidas en familia.
—¡Genial! Me alegro mucho por ti, amiga. Antes tu padre era muy cerrado, ni siquiera te llevaba a ningún lado, y mira ahora.
Ainara rodó los ojos.
—Solamente lo hace para que me lleve bien con Mauro.
—Puede ser, pero no me digas que no te gusta pasar estos momentos con tu padre.
Ainara suspiró, mirando al suelo. Sabía que Camila tenía razón, pero no quería admitirlo. En ese momento, Mauro apareció detrás de ellas, con su típica sonrisa sarcástica.
—¿De qué tanto hablan? —preguntó, fingiendo interés.
—De lo emocionada que está Ainara por pasar tiempo contigo estas vacaciones —respondió Camila, guiñándole un ojo a Ainara.
Mauro levantó una ceja, divertido.
—Oh, claro, porque no hay nada que desee más que pasar tiempo con mi querida hermanastra.
Ainara le lanzó una mirada fulminante, pero no pudo evitar sonreír ligeramente. A pesar de sus constantes peleas, había algo en la presencia de Mauro que la hacía sentir… diferente.
—Bueno, chicas, las dejo. Tengo cosas más importantes que hacer —dijo Mauro, alejándose.
—¿Más importantes que molestarme? —murmuró Ainara, lo suficientemente alto para que él la escuchara.
Mauro se giró y le lanzó una sonrisa pícara.
—Nunca.
Camila rio y Ainara no pudo evitar unirse. A pesar de todo, sabía que estas vacaciones serían interesantes.
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Las vacaciones comenzaron y, como había dicho, Francisco planearon varias salidas en familia. Ainara y Mauro se encontraron pasando más tiempo juntos de lo que hubieran imaginado.
Una tarde, mientras paseaban por el Parque del Este, Ainara y Mauro se quedaron atrás del grupo. Ainara observaba a su padre y a la madre de Mauro caminando juntos, riendo y disfrutando del día. Mauro, notando su mirada, rompió el silencio.
—¿Te molesta que ellos sean felices? —preguntó Mauro, con una mezcla de curiosidad y preocupación.
Ainara suspiró, sin apartar la vista de sus padres.
—No es eso. Es solo que… a veces siento que están forzando esta relación entre nosotros.
Mauro asintió, comprendiendo.
—Sí, lo sé. Pero, ¿sabes qué? Algún día nos estaremos llevando bien y ellos estarán más felices, ya verás que tengo razón.
Ainara lo miró, sorprendida por su sinceridad.
—¿De verdad lo crees? Creo que es algo imposible, de acaso nos soportamos un poquito.
Mauro sonrió, esta vez sin sarcasmo.
—Sí lo pienso. A veces, cuando no estamos peleando, me doy cuenta de que no eres tan mala compañía, sobre todo que no eres tan sifrina, chamita.
Ainara rio suavemente.
—Tú tampoco eres tan insoportable, cuando quieres.
Continuaron caminando en silencio, pero esta vez, la tensión entre ellos parecía haberse aliviado un poco. A medida que avanzaban las vacaciones, comenzaron a descubrir pequeños detalles el uno del otro que antes habían pasado por alto.
Una noche, mientras todos dormían, Ainara no podía conciliar el sueño, ya que tenía pesadillas Decidió salir al jardín a tomar un poco de aire fresco. Para su sorpresa, encontró a Mauro sentado en el columpio, mirando las estrellas.
—¿No puedes dormir? —preguntó Ainara, acercándose.
Mauro negó con la cabeza.
—No, demasiadas cosas en la mente.
Ainara se sentó a su lado, en el césped.
—¿Quieres hablar de ello? ¿Qué tantas cosas puede tener un chico de quince años?
Mauro la miró, sorprendido por su oferta, a la vez que soltó una risa amarga.
—Más de las que te imaginas. —Hizo una pausa, mirando las estrellas—. A veces siento que tengo que ser alguien que no soy, solo para encajar.
Ainara lo miró con curiosidad.
—¿A qué te refieres?
Mauro suspiró, sin saber por dónde empezar.
—Es complicado. Siento que tengo que ser el hijo perfecto para mi madre, el hermano perfecto para ti… —Se detuvo, dándose cuenta de lo que había dicho—. Bueno, ya sabes a lo que me refiero.
Ainara asintió, entendiendo perfectamente.
—Yo también me siento así a veces. Es como si todos esperaran algo de nosotros y no podemos ser nosotros mismos. Pero creo que, si nos apoyamos mutuamente, como ellos dicen, puede que todo sea más fácil, sin embargo, somos tercos, tal vez un poco orgullosos porque aún seguimos con nuestras diferencias.
—Gracias, Ainara, haré el intento por… —Mauro se detuvo—. Mejor no prometo nada, ja, ja, ja, dejemos las cosas a su día.
Ainara le devolvió la sonrisa.
—De nada, Mauro.
Mauro sonrió, agradecido, por su empatía, pero su expresión cambió cuando Ainara añadió:
—Para eso están los hermanos, ¿no?
Mauro frunció el ceño y apartó la mirada.
—No somos hermanos, Ainara. —Su voz era firme, casi fría.
Ainara se quedó en silencio, sorprendida por la reacción de Mauro. Él, por su parte, luchaba con sus pensamientos. No podía decirle lo que realmente sentía, lo que le pasaba por la cabeza cada vez que la veía, porque incluso el mismo no los entendía. Pero no eran hermanos, y esa verdad le pesaba más de lo que quería admitir.
—Lo siento, no quise… —comenzó Ainara, pero Mauro la interrumpió.
—No, está bien. Solo… no me gusta que nos llamen hermanos. No es lo que somos. Ainara es que, todo esto de ser “hermanos”. —Hizo comillas en el aire con los dedos—. No me gusta. No somos hermanos, Ainara.
Ainara sintió un nudo en el estómago. Sabía que Mauro tenía razón, pero escuchar esas palabras en voz alta era diferente.
—Lo sé. Pero, ¿qué somos entonces? ¿Enemigos? ¿Nada?
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Editado: 22.10.2024