Ainara y Mauro se encuentran en la parada del autobús, ya que sus padres no serán sus choferes, ambos vestidos con sus impecables uniformes escolares.
Ainara ahora lleva una camisa beige de manga corta meticulosamente planchada y una falda azul marino que le llega justo por encima de las rodillas. Mauro, por su parte, luce una camisa beige similar y unos pantalones azul marino que le quedan perfectamente.
A pesar de sus quince años, ambos transmiten una elegancia y una presencia que no pasan desapercibidas. Ainara camina con la cabeza en alto, su cabello recogido en una coleta alta que se balancea con cada paso. Sus ojos, aunque a veces reflejan la tensión de su relación con Mauro, también muestran determinación y confianza.
Mauro, con su mochila colgada de un hombro, camina a su lado con una postura relajada pero segura. Sus miradas se cruzan ocasionalmente, y aunque sus comentarios sarcásticos no cesan, hay una chispa de complicidad en sus ojos.
El autobús llega y suben juntos, sentándose por primera vez uno al lado del otro en silencio. La tensión entre ellos es palpable, pero también lo es la atracción que ambos intentan ignorar. Mientras el autobús avanza por las calles de Barquisimeto, Ainara y Mauro miran por la ventana, cada uno perdido en sus pensamientos, pero conscientes de la presencia del otro.
A pesar de los roces y las diferencias, hay algo innegable que los une, algo que ambos saben que tendrán que enfrentar tarde o temprano.
Mientras el autobús avanza, Ainara y Mauro sienten el traqueteo del vehículo bajo sus pies. El paisaje urbano de Barquisimeto pasa rápidamente por la ventana, pero sus pensamientos están lejos de la ciudad. Ainara, con su mirada fija en el horizonte, se pregunta cómo será este nuevo año escolar. A su lado, Mauro tamborilea los dedos sobre su rodilla, una señal de su impaciencia habitual.
De repente, el autobús se detiene bruscamente, sacándolos de sus pensamientos. Es su parada. Ambos se levantan y luego de decirle gracias al chofer, descienden del autobús y comienzan a caminar hacia el colegio.
El camino es corto, pero está lleno de silencios incómodos y miradas furtivas. Ainara ajusta la correa de su mochila, mientras Mauro se pasa una mano por el cabello, un gesto que hace cuando está nervioso.
Al llegar a la entrada del Colegio Inmaculada Concepción, se detienen por un momento. El edificio imponente y las puertas de hierro forjado les recuerdan la responsabilidad y las expectativas que tienen sobre sus hombros. Ainara respira hondo y da un paso adelante, seguida de cerca por Mauro. A pesar de sus diferencias, ambos saben que enfrentarán este año juntos, de una manera u otra.
Dentro del colegio, los pasillos están llenos de estudiantes que se saludan y comparten sus experiencias de las vacaciones. Ainara y Mauro se dirigen juntos a su salón de clases, la misma sección que compartirán otra vez durante todo el año. Al entrar, sienten las miradas curiosas de sus compañeros, conscientes de la tensión que siempre parece rodearlos.
Ainara se sienta en una de las primeras filas, mientras que Mauro elige un asiento cerca de la ventana, pero no muy lejos de ella como lo había hecho los tres años anteriores.
La profesora Rodríguez entra al salón con una sonrisa cálida y un aire de autoridad que inmediatamente capta la atención de todos y comienza a pasar lista, y ambos responden con un “presente” casi simultáneo, lo que provoca algunas risas entre sus compañeros.
—Buenos días, queridos estudiantes, espero que hayan tenido unas excelentes vacaciones y vengan con mucha energía para este nuevo año.
La campana suena, marcando el inicio de un nuevo día y un nuevo año escolar. Ainara y Mauro se sumergen en sus clases, pero la tensión y la atracción entre ellos continúan creciendo, como una corriente subterránea que amenaza con salir a la superficie en cualquier momento. A lo largo del día, intercambian miradas y comentarios sarcásticos, pero también hay momentos de complicidad que ninguno de los dos puede ignorar.
A medida que avanzan las horas, ambos se dan cuenta de que, a pesar de sus diferencias y los roces constantes, tendrán que aprender a convivir y apoyarse mutuamente en este nuevo capítulo de sus vidas.
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Al día siguiente, Ainara y Mauro, sentados en sus respectivos lugares, observan cómo la profesora Rodríguez, después de pasar la lista, se coloca frente a la pizarra.
—Buenos días, clase, antes de comenzar, quiero presentarles hoy a un nuevo estudiante que se unirá a nosotros este año. Él viene de otra ciudad y estoy segura de que lo recibirán con los brazos abiertos. Por favor, denle la bienvenida a Santiago Falcón.
Santiago entra al salón con paso seguro. Es un chico alto, de unos dieciséis años, con el cabello castaño claro y ojos azules que parecen analizar todo a su alrededor. Su complexión atlética y su postura erguida denotan confianza. Lleva el mismo uniforme que todos, pero en él parece tener un aire diferente, como si estuviera acostumbrado a destacar.
—Hola a todos —dice Santiago con una voz profunda y clara —Soy Santiago Falcón y vengo de Caracas. Espero que podamos llevarnos bien.
La profesora Rodríguez le indica un asiento libre cerca de la ventana, justo detrás de Mauro. Mientras Santiago se acomoda, Ainara y Mauro intercambian una mirada rápida, ambos curiosos sobre el nuevo compañero, pues no esperaban eso. A medida que la clase avanza, Santiago demuestra ser atento y participativo, respondiendo a las preguntas de la profesora con seguridad.
Durante un ejercicio en grupo, la profesora Rodríguez asigna a Santiago al equipo de Ainara y Mauro. Aunque al principio hay una ligera incomodidad, pronto se dan cuenta de que Santiago es amigable y tiene un sentido del humor que aligera la tensión.
Ainara, siempre competitiva, encuentra en Santiago un rival digno, mientras que Mauro, aunque inicialmente receloso, empieza a apreciar la presencia del nuevo estudiante, aunque con cierta desconfianza.
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Editado: 22.10.2024