Ainara y Mauro estaban sentados en la sala de su casa, cada uno con su boletín en la mano, revisando las notas finales del año escolar. El ambiente estaba cargado de una mezcla de tensión y expectativa.
Ainara fue la primera en romper el silencio.
—¡Mauro, mira esto! ¡Saqué 19 en Matemáticas! ¿Quién lo diría? Pensé que tendría menos notas en esta materia.
Mauro, sin levantar la vista de su boletín, respondió con un tono sarcástico:
—Sí, claro, seguro que fue por tus increíbles habilidades de cálculo y no porque te pasaste toda la noche antes del examen con la calculadora en mano.
Ainara le lanzó una mirada de reojo, pero no pudo evitar sonreír.
—Bueno, al menos no me quedé dormida en clase como tú. ¿Qué tal te fue a ti, genio?
Mauro finalmente levantó la vista y mostró su boletín a Ainara.
—Nada mal, saqué 18 en Historia. Parece que mis siestas estratégicas funcionaron después de todo.
Ainara soltó una carcajada.
—Pero bueno, al menos no te quedaste dormido en el examen.
—Historia me da mucho sueño y no voy a desperdiciar el tiempo de no hacerlo.
Ambos se rieron, dejando de lado por un momento sus diferencias. Ainara se recostó en el sofá y suspiró.
—¿Sabes? A pesar de todo, creo que hicimos un buen equipo este año.
Mauro asintió, sorprendido por la sinceridad en la voz de Ainara.
—Sí, supongo que sí. Aunque no lo admitiría en público, eres una buena compañera de estudio, doña perfección.
Ainara le dio un ligero empujón en el hombro.
—No te emociones tanto, hermanito. Todavía tenemos que sobrevivir el próximo año.
Mauro frunció el ceño y se apartó un poco.
—Hermanito, ¿en serio? No soy tu hermanito, Ainara. Pero sí, tienes razón, el próximo año será otra odisea. Solo espero que no me hagas perder la paciencia… otra vez.
Mauro sonrió y, por un momento, la tensión entre ellos se disipó, dejando espacio para una complicidad que ambos sabían que, a pesar de todo, siempre estaría ahí.
Ainara miró a Mauro con una sonrisa traviesa.
—¿Sabes qué? Creo que deberíamos celebrar nuestras excelentes notas. ¿Qué tal si vamos por unas empanadas en la esquina? Las de queso son mis favoritas.
Mauro se rio.
—¿Empanadas? ¿Y qué pasó con la dieta saludable que decías que ibas a empezar?
Ainara se encogió de hombros.
—Eso puede esperar, soy muy joven para privarme de esos placeres gustativos. Además, después de todo el estrés de los exámenes, nos merecemos un premio, ¿no crees?
Mauro asintió, levantándose del sofá.
—Tienes razón. Vamos antes de que se acaben. Pero tú invitas, ¿eh? No tengo ni un bolívar.
Ainara le dio un golpecito en el brazo.
—¡Qué vivo eres! ¡Los hombres son los que pagan la cuenta! Ja, ja, ja. Está bien, yo invito esta vez. Pero la próxima te toca a ti.
Mientras se dirigían a la puerta, Mauro la miró de reojo.
—Oye, Ainara, a pesar de todo, me alegra que estemos en esto juntos… —Mauro se detuvo a mitad de su frase—. Me refiero a estar en la misma sección todo este tiempo. No eres tan mala como pensaba, eres una buena compañera, lo digo de corazón.
Ainara sonrió, sintiendo un calorcito en el pecho.
—Tú tampoco eres tan insoportable, Mauro. Vamos, antes de que cambie de opinión.
Ambos salieron de la casa, y el calor insoportable de Barquisimeto los golpeó de inmediato. Ainara se abanicó con la mano.
—¡Qué calorón! Esto sí que es un castigo el día de hoy. Vamos rápido antes de que nos derritamos.
Mauro asintió, secándose el sudor de la frente.
—Sí, mejor apurémonos. No quiero que mis empanadas se conviertan en sopa.
Ambos rieron, dejando atrás las tensiones y disfrutando de un momento de paz y camaradería mientras caminaban bajo el sol abrasador del día, dirigiéndose a la esquina donde vendían las empanadas. Al llegar, se encontraron con una fila considerable, pero eso no les importó. Estaban de buen humor y listos para disfrutar de su merecido premio.
Mientras esperaban, Mauro notó a una chica pelirroja con ojos azules que se acercaba. Su corazón dio un vuelco al reconocerla. Es Daira González, la hija del prestigioso médico cirujano y de la famosa ingeniera civil. Mauro la había visto varias veces en la empresa de su madre.
—Daira, ¡qué sorpresa verte aquí! —exclamó Mauro, con una sonrisa que Ainara no había visto en mucho tiempo.
Daira sonrió de vuelta, sus ojos azules brillaban bajo el sol.
—¡Mauro! Qué casualidad encontrarte aquí. ¿Cómo estás? Tiempo sin verte.
Ainara, que había estado a punto de hacer un comentario sarcástico sobre la fila, se quedó en silencio, observando la interacción con una mezcla de curiosidad y celos. Se sintió ignorada cuando Mauro se acercó más a Daira, dejándola a un lado.
—Estoy bien, gracias. Aquí, celebrando las notas finales con mi… hermana —dijo Mauro, señalando a Ainara sin mirarla directamente—. ¿Y tú? ¿Qué haces por aquí?
Daira rio suavemente.
—Vine a comprar unas empanadas para llevar a casa. Mis padres están ocupados y no tuvieron tiempo de cocinar hoy tenían algunos trabajos que atender y yo tengo mucha flojera de estar en la cocina y más con este calor.
Ainara cruzó los brazos, sintiendo una punzada de celos, así que se acercó a la pareja.
—Hola, soy Ainara —dijo, tratando de sonar amigable mientras se acercaba a Mauro y Daira.
Daira le sonrió amablemente.
—Hola, Ainara. Encantada de conocerte. Mauro me ha hablado de ti.
Ainara levantó una ceja, sorprendida.
—¿Ah, sí? No sabía que hablaba de mí.
Mauro, notando la tensión, intentó suavizar la situación.
—Sí, claro. Le conté a Daira sobre cómo siempre me ayudas con los estudios.
Ainara forzó una sonrisa.
—Bueno, alguien tiene que hacerlo.
La conversación continuó de manera incómoda hasta que finalmente llegaron al mostrador y pidieron sus empanadas. Mientras esperaban que las prepararan, Mauro y Daira seguían charlando animadamente, dejando a Ainara sintiéndose cada vez más desplazada.
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Editado: 22.10.2024