El sol de la mañana ilumina los pasillos del Colegio Inmaculada Concepción. Los estudiantes, con sus uniformes impecables, se dirigen a sus aulas. Ainara y Mauro caminan juntos, aunque con una distancia prudente entre ellos.
—No puedo creer que ya estemos en quinto año. Parece que fue ayer cuando empezamos el bachillerato —dice Ainara mirando el horario.
—Sí, el tiempo vuela. ¿Estás lista para los desafíos de este año? —dice Mauro sonriendo.
—No sé. Entre las materias y los exámenes, va a ser un año difícil. Pero supongo que lo superaremos, como siempre —dice Ainara suspirando.
Ambos llegan a la puerta del aula y se detienen. Mauro mira a Ainara con una mezcla de curiosidad y algo más profundo.
—Ainara, sé que no siempre nos llevamos bien, pero quiero que sepas que estoy aquí para ayudarte en lo que necesites, sobre todo si Santiago… —dice Mauro en tono serio.
—Gracias, Mauro —responde Ainara sorprendida, pero luego recuerda algo—. Aunque quizás tu amiga necesite ayuda también, así que no es necesario que te preocupes por mí.
Mauro frunció el ceño, ya que no entendía a quién se refería ella. En ese momento, suena el timbre y los estudiantes comienzan a entrar al aula. Ainara y Mauro se miran por un instante más antes de seguir a sus compañeros. La tensión entre ellos es palpable, pero también lo es la promesa de un nuevo comienzo, quizás sin tantos roces.
Ainara estaba atenta a la primera clase, sus ojos verdes se desviaban constantemente hacia la puerta del aula, como si esperara que alguien nuevo entrara. El murmullo de los estudiantes y el suave aroma a tiza llenaban el aire, pero Ainara apenas los notaba. Su amiga Camila, sentada a su lado, no pudo evitar percatarse de su inquietud.
—¿Esperas a alguien? —preguntó Camila con curiosidad, sus cejas arqueadas.
—No —negó Ainara, aunque su voz sonó menos convincente de lo que hubiera querido.
—Diría que sí, ¿por qué miras tanto la puerta? —insistió Camila, con una sonrisa traviesa.
Ainara se mordió el labio antes de susurrar, su voz apenas audible sobre el zumbido de la clase.
—Pensé que tendríamos un compañero nuevo.
—¿A estas alturas? No lo creo. Y si hay algún nuevo ingreso para este año, quizás lo mandaron a otra sección —respondió Camila, encogiéndose de hombros.
—Puede ser, no había pensado en eso —admitió Ainara, tratando de sonar despreocupada.
—Cuéntame, sé que algo me ocultas —Camila la señaló con un dedo acusador, sus ojos brillando con curiosidad.
Ainara soltó una risita nerviosa, su amiga la conocía demasiado bien.
—Verás, en las vacaciones conocí a una amiga de Mauro.
—¡Oh! Entiendo —Camila sonrió con picardía, sus ojos chispeando de interés.
—No es lo que estás pensando, Cami. Es que vive en nuestra urbanización y nunca la había visto. Ya sabes que este es el mejor colegio, por lo que creí que estaría aquí. Es probable que sean nuevos.
—Pero es probable que esté estudiando en otro colegio.
—Puede ser —Ainara respiró hondo, aliviada de que esa fuera una posibilidad.
Sin embargo, cuando estaban de regreso a casa, Ainara no pudo contenerse y tuvo que preguntarle a Mauro sobre su amiga. El sol de la tarde bañaba las calles con una luz dorada, y el sonido de sus pasos resonaba en el pavimento.
—¿Tu amiga estudia en otro colegio? —preguntó Ainara, tratando de sonar casual.
Mauro se detuvo y sus ojos marrones se fijaron en ella, una chispa de diversión brillando en ellos.
—¿Cuál amiga? —preguntó, fingiendo confusión.
—La que me presentaste la otra vez, ¿lo recuerdas? La pelirroja —dijo Ainara en voz baja, sintiendo un nudo de celos en el estómago.
—¿Celosa? —Mauro sonrió, disfrutando de la situación. Ver a Ainara tímida y vulnerable era algo raro y fascinante para él.
—¿Qué? ¿Celosa? ¿Yo? ¿De ella? ¡Jamás! Mi cabello es mucho más hermoso y mis ojos resaltan más mi color rojizo —respondió Ainara, levantando la barbilla con orgullo, aunque su corazón latía con fuerza.
Ainara y Mauro continuaron caminando hacia la casa, el silencio entre ellos cargado de tensión. Ainara no podía dejar de pensar en la amiga de Mauro, y cada vez que lo hacía, sentía una punzada de celos. El sol comenzaba a ocultarse, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y rosados.
—¿Por qué te interesa tanto mi amiga? —preguntó Mauro, rompiendo el silencio, su tono era burlón.
—No me interesa —respondió Ainara rápidamente, aunque sabía que no sonaba convincente.
—Claro, claro —dijo Mauro, riendo suavemente—. No te preocupes, Ainara. Ella no es nada comparada contigo.
Ainara sintió un calor en sus mejillas, una mezcla de vergüenza y satisfacción. No quería admitirlo, pero las palabras de Mauro la hicieron sentir un poco mejor.
—De todas formas, no la verás mucho. Ella estudia en una escuela pública —añadió Mauro, mirando hacia adelante.
—¿En serio? —preguntó Ainara, tratando de sonar indiferente.
—Sí, Daira, estudia en la escuela técnica Eleodoro Pineda. Aunque sus padres son bastante influyentes, prefirieron una educación técnica para su hija. Ella tiene 16 años, igual que nosotros, pero tendrá que estudiar un año más porque son seis años en vez de cinco —explicó Mauro, disfrutando de la situación.
Ainara asintió, sintiéndose aliviada. Al menos no tendría que verla todos los días. Mientras caminaban, el aroma de las flores de los jardines cercanos llenaba el aire, y el sonido de los grillos comenzaba a hacerse notar.
—¿Por qué te importa tanto? —preguntó Mauro de nuevo, esta vez con un tono más serio, sus ojos marrones fijos en ella.
Ainara se detuvo y lo miró a los ojos, sus propios ojos verdes brillando con determinación.
—No me importa ella, Mauro, solo que pensé que la vería por acá —respondió ella tratando de calmar sus pensamientos.
Mauro se quedó en silencio por un momento evaluando sus palabras, y luego asintió lentamente.
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Editado: 22.10.2024