Mauro y Alan estaban sentados en una de las bancas del patio del colegio, disfrutando de un breve descanso entre clases. El sol de la tarde iluminaba el lugar, y el murmullo de los estudiantes llenaba el aire.
Alan, con una sonrisa traviesa, rompió el silencio.
—Oye, pana, ¿Ainara tiene novio? —preguntó como si la pregunta no tuviera mayor importancia.
La pregunta tomó a Mauro por sorpresa. Sintió un nudo en el estómago y una mezcla de emociones que no lograba entender del todo. ¿Por qué le importaba tanto? ¿Por qué sentía esa punzada de celos?
—¿Por qué quieres saberlo? —preguntó Mauro, tratando de sonar casual, aunque su voz lo traicionaba un leve temblor.
Alan se encogió de hombros, pero su sonrisa no desapareció.
—Es que… estaba pensando en invitarla a la fiesta de graduación que ya está cerca. Me parece una chica increíble y me gustaría que fuera mi pareja, aparte de lo hermosa que es, ¿no lo crees? Tu hermanastra es una maravilla creación de Dios.
El corazón de Mauro latió con fuerza. La idea de Ainara con otro chico, incluso con su amigo Alan, le resultaba incómoda. No sabía cómo responder, así que optó por una evasiva.
—No estoy seguro, no hemos hablado de eso… —dijo finalmente Mauro, con la voz algo tensa—. Creo que deberías preguntarle directamente a ella.
Alan asintió, como si la respuesta fuera lógica y evidente.
—Bueno, igual lo intentaré. Gracias, Mauro, quizás no tenga novio aún y yo termine siéndolo.
Mauro forzó una sonrisa y asintió, pero por dentro, sus pensamientos eran un torbellino. ¿Qué significaba todo esto? ¿Por qué le afectaba tanto? Mientras observaba a Alan alejarse, supo que tendría que enfrentar esos sentimientos tarde o temprano.
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Mauro llegó a su casa y se tiró en el sofá. La pregunta de Alan sobre Ainara seguía resonando en su mente. ¿Tiene novio?
Tomó un libro y lo comenzó a hojear sin mucho interés. Su mirada se desvió hacia las escaleras justo cuando Ainara bajaba. Su cabello pelirrojo brillaba bajo la luz del atardecer, y Mauro no pudo evitar notar lo mucho que había cambiado desde que se convirtieron en hermanastros.
No siempre se llevaron bien; de hecho, la mayor parte del tiempo estaban peleando por cosas insignificantes. Pero últimamente, había algo diferente. Algo que Mauro no podía definir, pero que le hacía sentir un cúmulo de emociones confusas cada vez que la veía.
Ainara llegó al pie de las escaleras y se detuvo al ver a Mauro en el sofá.
—¿Qué lees? —preguntó Ainara, rompiendo el silencio a la vez que se sentó en el sillón frente a él, con un libro en la mano.
Mauro se encogió de hombros.
—Nada interesante, solo pasando el tiempo.
Ainara lo observó por un momento, como si estuviera evaluando algo.
—¿Estás bien? Pareces distraído.
Un silencio incómodo se instaló entre ellos. Mauro respiró hondo, sintiendo que si no preguntaba ahora, nunca tendría el valor de hacerlo.
—Ainara, ¿tienes novio? —soltó de golpe, tratando de sonar despreocupado.
Ainara se sorprendió por la pregunta, sus ojos verdes se agrandaron y un leve sonrojo apareció en sus mejillas.
—¿Por qué preguntas eso?
—Solo curiosidad —dijo Mauro, encogiéndose de hombros, aunque la palabra “curiosidad” no era suficiente para explicar el torrente de sentimientos que lo inundaba.
Ainara parecía analizarlo, como si intentara descifrar las verdaderas intenciones detrás de su pregunta.
—Bueno, ¿qué hay de ti? ¿Tienes novia? —preguntó ella, intentando devolverle la misma moneda.
Mauro negó con la cabeza, pero no pudo evitar preguntarse si ella se sentía igual de confundida y atraída como él.
Ainara se encogió de hombros, mirando hacia otro lado.
—No, no tengo novio —dijo, su voz apenas un susurro.
Mauro sintió una oleada de alivio, aunque no podía explicarlo del todo. La observó mientras ella se levantaba y se acomodaba en el sofá a su lado, sus ojos evitando los suyos.
—Me parece bien —dijo Mauro, intentando sonar despreocupado, pero su corazón latía con fuerza.
Ainara lo miró de reojo, una ligera sonrisa jugando en sus labios.
—¿Por qué te importa tanto? —preguntó, con un tono que intentaba ser juguetón, aunque había una nota de seriedad en su voz.
Mauro vaciló, buscando las palabras adecuadas. No quería arruinar el momento ni dejar entrever los sentimientos que aún no comprendía del todo.
—Solo… no sé. Somos familia, ¿no? —respondió finalmente, sintiendo que la explicación sonaba débil incluso para sus propios oídos, ya que siempre lo ha dejado en claro que no lo son.
Ainara soltó una pequeña risa, sacudiendo la cabeza.
—Sí, supongo que sí. Aunque no siempre actuemos como tal.
El comentario de Ainara resonó en la mente de Mauro. Era cierto que su relación había estado marcada por conflictos y malentendidos. Pero ahora, había algo más. Algo que no podía ignorar.
Mauro decidió cambiar de tema, temiendo que si seguían hablando de sus sentimientos, algo se desbordaría.
—Alan te va a invitar a la fiesta de graduación —dijo, tratando de sonar casual.
Ainara levantó una ceja, claramente sorprendida.
—¿En serio? ¿Te lo dijo?
Mauro asintió, tratando de no mostrar el disgusto que sentía.
—Sí, me lo mencionó hoy. ¿Qué piensas?
Ainara se quedó en silencio por un momento, jugando con un mechón de su cabello.
—No lo sé… Alan es un buen chico, pero… —vaciló, mordiéndose el labio—. No estoy segura de querer ir con él.
El alivio de Mauro fue palpable, pero se obligó a mantener la calma.
—Bueno, es tu decisión. Solo quería que lo supieras.
Ainara lo miró directamente a los ojos, y por un instante, Mauro sintió que todo lo demás desaparecía. La conexión entre ellos era innegable, pero ambos sabían que admitirlo sería complicado.
—Gracias por decírmelo, Mauro —dijo Ainara finalmente, con una sonrisa sincera.
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Editado: 22.10.2024