Atracción irresistible. Un amor difícil de evitar.

Un beso.

Mauro estaba en el otro extremo del patio del colegio, observando a Ainara desde lejos. Ella estaba sentada en una banca, con su cabello pelirrojo brillando bajo el sol. De repente, vio a Santiago acercarse a ella con una sonrisa en el rostro.

Su corazón comenzó a latir con fuerza, una mezcla de celos y preocupación invadiendo su pecho. No podía soportar la idea de que Santiago estuviera tan cerca de ella, de que pudiera decirle algo que la lastimara o confundiera.

La incomodidad y el nerviosismo de Ainara eran evidentes incluso a la distancia. Quería ir hacia ella, interponerse entre ellos, pero estaba atrapado en una conversación con un profesor que parecía no tener fin. Desde su posición, veía cómo Santiago se sentaba junto a Ainara y comenzaba a hablarle.

«¿Qué estará diciéndole?», pensó Mauro, mientras intentaba mantener la compostura frente al profesor.

Cada expresión de Ainara y cada gesto de Santiago parecían aumentar su ansiedad. Quería estar allí, asegurarse de que Santiago no se pasara de la raya, pero no podía moverse, y ahí estaba de nuevo ese sentimiento de impotencia, esa sensación de sentirse inútil, de no poder hacer algo cuando ella lo necesita más.

Finalmente, el profesor terminó la conversación y Mauro, sin pensarlo dos veces, se dirigió hacia ellos con pasos decididos. Al llegar, vio cómo Santiago se alejaba con una sonrisa torcida. Mauro ignoró la presencia de Santiago y se concentró en Ainara, que parecía estar aún más perturbada.

Ainara levantó la vista justo cuando Mauro llegó a su lado. Antes de que pudiera decir algo, él tomó su rostro entre sus manos, con una suavidad que contrastaba con la intensidad de sus emociones. Sus dedos temblando ligeramente por la intensidad del momento.

Sus ojos se encontraron, y Mauro sintió una oleada de emociones que lo abrumaron: miedo, deseo, protección.

—Ainara —susurró, su voz cargada de una urgencia que no podía ocultar—. ¿Estás bien?

Ainara se quedó inmóvil, sorprendida por el gesto de Mauro, ella no respondió de inmediato, tratando de procesar sus sentimientos. El calor de sus manos en su piel la hizo sentir una mezcla de seguridad y vulnerabilidad. Su corazón también latía con fuerza, y por un momento, todo lo demás desapareció. Solo existían ellos dos, y el mundo alrededor se desvaneció.

—¿Te hizo algo? —insistió Mauro, sus ojos buscando los de Ainara.

—Mauro —respondió ella, su voz apenas un susurro—. Estoy bien.

Pero Mauro no estaba convencido. Sus ojos buscaban en los de Ainara alguna señal de duda o miedo.

—¿Segura que estás bien? —volvió a preguntar con esa necesidad de protegerla.

El contacto hacía que Ainara sintiera un escalofrío, pero esta vez no era de miedo ni incomodidad, sino de algo más profundo. La calidez de las manos de Mauro y la intensidad de su mirada la hacían sentir segura y comprendida.

—Estoy bien —respondió Ainara, su voz suave y un poco temblorosa—. Solo… solo dijo cosas.

Mauro podía sentir la sinceridad en sus palabras, pero también percibía la angustia que ocultaba.

—No dejaré que te moleste más —dijo Mauro con determinación, sin apartar sus manos de su rostro.

Para Ainara, aquel gesto era más que una simple muestra de preocupación; era una confirmación de que Mauro estaría allí para ella, sin importar las circunstancias. Cerró los ojos por un momento, dejándose llevar por la sensación de seguridad que Mauro le proporcionaba.

—Gracias, Mauro —murmuró Ainara, abriendo los ojos y encontrando los de él.

—No confío en Santiago, lo mejor es que no andes sola, en lo que queda de este año escolar —dijo Mauro.

Ainara asintió lentamente, entendiendo la preocupación de Mauro.

—Lo sé —dijo, colocando una mano sobre la de él—. Gracias por preocuparte por mí.

El contacto de Ainara envió una corriente donde ambos sintieron una conexión profunda, una que iba más allá de las palabras y que ninguno de los dos estaba listo para admitir abiertamente. En ese instante, todo lo demás desapareció, dejándolos en un mundo donde solo existían ellos dos.

Ainara se quedó inmóvil mientras Mauro la miraba con intensidad, sus manos aun sosteniendo suavemente su rostro. Mauro, sintiendo una oleada de ternura y protectividad, se inclinó y plantó un beso en la frente de Ainara.

El contacto fue breve pero cargado de emociones. Para Mauro, fue un gesto que encapsulaba todos los sentimientos que había estado reprimiendo: el deseo de cuidarla, la admiración y un cariño profundo que iba más allá de las palabras. Sentía su corazón latir con fuerza, consciente de que ese simple acto había trascendido los límites de lo fraternal.

Ainara, por su parte, sintió una calidez envolvente que le recorrió el cuerpo. El beso en la frente la hizo sentir segura, querida y entendida. Había algo en la manera en que Mauro la miraba, que la hacía sentir especial, como si todo el mundo desapareciera y solo existieran ellos dos. Su corazón latía en un ritmo acelerado, y supo en ese momento que sus sentimientos por Mauro eran mucho más profundos de lo que había admitido.

Ambos se quedaron en silencio, con una mezcla de sensaciones intensas fluyendo entre ellos. La conexión que compartían era palpable, y aunque ninguno de los dos estaba listo para ponerlo en palabras, sabían que algo había cambiado.

Lentamente, Mauro bajó las manos, pero sus ojos no se apartaron de los de ella. En ese momento, supo que haría cualquier cosa para protegerla, para estar a su lado.

Ainara se apartó ligeramente, pero no rompió el contacto visual con Mauro.

—Gracias por estar aquí —murmuró, su voz apenas un susurro.

Mauro le devolvió una sonrisa suave, aun sintiendo la electricidad del momento. Después de ese intenso intercambio, Mauro y Ainara decidieron que necesitaban un respiro lejos del colegio. Caminando juntos hacia la salida, el ambiente entre ellos estaba cargado de una electricidad sutil pero constante.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.