En la sala de estar de la casa, Francisco y María están sentados en el sofá, con dos cajas envueltas en papel brillante sobre la mesa. Ainara y Mauro se acercaron a ellos, curiosos por la sorpresa que sus padres les han prometido.
—Bueno, chicos, María y yo estamos muy orgullosos de ustedes. Han trabajado muy duro y se han graduado con excelentes notas. Así que pensamos que se merecen un premio especial —dijo Francisco sonriendo.
—Y como ya tienen 17 años, creemos que es el momento adecuado para confiarles algo importante —agregó María.
Ainara y Mauro se miran, intrigados. Francisco les entrega las cajas.
—¿Qué es, papá? —Ainara estaba ansiosa.
—Solo hay una forma de saberlo —dijo Mauro riendo.
Ambos empiezan a abrir sus cajas con entusiasmo. Ainara es la primera en descubrir el contenido y sus ojos se abren de par en par.
—¡Un celular! ¡Es increíble! —exclamó Ainara.
—¡Wow, esto es genial! ¡Gracias, Francisco! ¡Gracias, mamá! —dijo Mauro sacando su celular de la caja.
—Nos alegra que les guste. Creemos que ya son lo suficientemente responsables para tener sus propios celulares —María sonrió con calidez.
—Y dentro de unos meses serán mayores de edad, así que es un buen momento para empezar a confiarles más responsabilidades.
—Papá, no me hagas sentir vieja —dijo Ainara con una risa—. Todavía faltan doce meses, no menciones eso, deja disfrutar mi adolescencia antes de pasar a adulta.
Todos soltaron una carcajada, luego Ainara y Mauro se acercan a sus padres y los abrazan con gratitud.
—¡Gracias, de verdad! Papá, María. Esto significa mucho para nosotros —dijo Ainara emocionada.
—Sí, prometemos usarlos con responsabilidad —dijo Mauro.
—Sabemos que lo harán. Estamos muy orgullosos de ustedes —María acariciaba el cabello de Ainara mientras la abrazaba.
—Y como pronto es su graduación, podrán tomar muchas fotos —dijo Francisco.
—La graduación, solo falta un mes —respondió Ainara sonriendo.
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El sol de la tarde se colaba por las ventanas de la cocina mientras Francisco y María preparaban todos los ingredientes para una divertida jornada familiar cocinando pizza. La idea era pasar un día juntos, reír y disfrutar del proceso. Aunque Ainara y Mauro no están muy entusiasmados, acceden a participar.
—Vamos, chicos, ¡es hora de ponernos manos a la masa! —exclamó Francisco, con una sonrisa entusiasta.
—Sí, necesitamos la ayuda de los mejores chefs —añadió María, guiñando un ojo a Ainara y Mauro.
Ainara y Mauro se acercaron a la mesa, ya llenos de bromas y risas.
—¿Quién hubiera dicho que papá sabe cocinar algo más que cereal? —dijo Ainara, bromeando.
—Hey, me esfuerzo —respondió Francisco, con una falsa expresión de ofensa.
Mauro se unió a las risas.
—¿Y mamá, qué tal tus habilidades con la pizza? —preguntó Mauro, con una sonrisa pícara.
—No subestimes mis habilidades, joven —dijo María, con una mirada fingidamente severa—. Ahora, a trabajar.
—Cada uno puede elegir sus ingredientes favoritos —dijo Francisco.
La familia comienza a preparar los ingredientes. Ainara y Mauro, aunque al principio están distantes, poco a poco se van involucrando más en la actividad.
—¿Puedes cortar los tomates, por favor? —dijo María mirando a Ainara.
—Claro, María —dijo asintiendo.
—¿Y tú, Mauro? ¿Puedes rallar el queso? —pregunto Francisco.
—Sí, Francisco. No hay problema.
Después comenzaron a amasar la masa, riendo y jugando mientras añadían los ingredientes. Mauro lanzó un poco de harina en dirección a Ainara, quien le devolvió la jugada esparciendo un puñado de queso en su camisa.
—Oye, eso no era necesario —dijo Mauro, tratando de sacudir el queso.
—Bueno, tú empezaste —replicó Ainara, sacando la lengua de forma juguetona.
El ambiente se tornó un poco más tenso cuando, en medio de una discusión sobre los ingredientes, las bromas dieron paso al sarcasmo.
—Claro, porque tú siempre sabes lo que es mejor, ¿verdad, Mauro? —dijo Ainara, con los ojos entrecerrados.
—Al menos, no intento controlar todo lo que pasa en la cocina, Ainara —respondió Mauro, con un tono mordaz.
Francisco, notando la tensión, intentó intervenir.
—Vamos, chicos, es solo una pizza. No hay necesidad de pelear. Tampoco es una competencia. Solo queremos pasar un buen rato juntos.
—Sí, ¿por qué no intentan divertirse un poco? —añadió María, colocando una mano en el hombro de Mauro.
Pero la tensión ya estaba en el aire.
—¿Por qué siempre tienes que meterte en todo lo que hago? —preguntó Ainara, cruzando los brazos.
—No me meto en todo, solo en las cosas que importan, como que nuestra pizza tenga al menos un poco de sentido —contestó Mauro, con un tono sarcástico.
Francisco y María intercambiaron miradas preocupadas, conscientes de que esta discusión no se resolvería tan fácilmente.
—Está bien, tal vez debamos tomar un descanso y relajarnos un poco —sugirió Francisco, tratando de calmar a su hija.
—Sí, vamos a calmarnos, ¿de acuerdo? —dijo María, mirando a Mauro con una mezcla de preocupación y cariño.
Pero ni Francisco ni María tuvieron éxito en calmar la situación. Ainara y Mauro seguían intercambiando miradas desafiantes, la tensión palpable en el aire.
—¡BASTA! —grito Francisco al ver que no los escuchaban, logrando que ambos jóvenes dejaran de discutir.
El silencio en la cocina era ensordecedor. Finalmente, Ainara rompió la tensión con un suspiro exasperado.
—Lo siento, Mauro. Solo quiero que todo sea perfecto y me frustra que no estemos en la misma página.
Mauro, sintiéndose un poco culpable, suavizó su postura.
—Sí, yo también.
Francisco y María intercambiaron miradas de alivio.
—Bien, ahora que eso está resuelto, ¿qué les parece si añadimos extra queso? —dijo Francisco con una sonrisa, tratando de aliviar la atmósfera.
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Editado: 22.10.2024