Al día siguiente, María se acercó a Mauro con una expresión de preocupación en su rostro. Habían tenido esta conversación antes, pero sentía que era necesario intentarlo una vez más.
—¿Puedo pasar? —pregunto María.
—Claro, mamá, ¿qué pasa? —Mauro frunció el ceño al ver la expresión que tenía ella.
—Mauro, por favor, trata de llevarte mejor con Ainara. Son como hermanos, y es importante que se apoyen mutuamente —dijo María con suavidad.
Mauro sintió una oleada de frustración y enojo recorrer su cuerpo. Sus manos se cerraron en puños y su mandíbula se tensó. No podía soportar que le dijeran eso una vez más.
—¡Ella no es mi hermana y nunca lo será! —explotó Mauro, su voz resonando en la habitación—. ¡Nunca en mi vida la veré de esa manera! Mamá, y no esperes que llame a Francisco, papá, porque no lo es. Solo es tu esposo, nada más.
María retrocedió un paso, sorprendida por la intensidad de la reacción de su hijo. Podía ver el dolor y la confusión en sus ojos, pero también la firmeza de sus palabras.
Mauro estaba claramente irritado por la insistencia en que tratara a Ainara como una hermana, cuando él no la veía de esa manera. Para él, Ainara era una presencia constante que complicaba su vida, no una hermana.
Mauro se dio la vuelta bruscamente y salió de la habitación, dejando a María con el corazón apesadumbrado. Ella se giró hacia Francisco, que había estado observando en silencio desde la puerta.
—¿Qué haremos si nuestros hijos llegan a amarse, pero no como hermanos? —preguntó María, su voz, apenas un susurro lleno de preocupación.
Francisco la miró con seriedad y tomó su mano.
—No nos quedará más opción que apoyarlos, sin importar qué. Ni el qué dirán ni la sociedad importarán más que la felicidad de nuestros hijos.
María asintió lentamente, tratando de procesar las palabras de su esposo. Sabía que el camino por delante sería complicado si llegará a ser ese el caso entre sus hijos, pero también sabía que Francisco tenía razón. La felicidad de Mauro y Ainara era lo más importante.
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Mauro salió de la casa, sintiendo cómo la ira y la frustración lo consumían. Caminó sin rumbo fijo por las calles de Barquisimeto, tratando de calmarse. No entendía por qué todos insistían en que Ainara era su hermana. Para él, ella era solo una chica que había llegado a su vida de repente, complicándolo todo.
Mientras caminaba, recordó los momentos en que Ainara y él habían discutido. Pero también recordó aquellos raros momentos en los que habían compartido una sonrisa o una conversación sin pelear, y eran esos momentos que lo confundían aún más.
Finalmente, se detuvo en un parque y se sentó en un banco, dejando que la brisa nocturna enfriara su cabeza caliente. Cerró los ojos y respiró profundamente, tratando de ordenar sus pensamientos.
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Mientras tanto, en la casa, María y Francisco se sentaron en la sala, ambos sumidos en sus propios pensamientos. María no podía dejar de preocuparse por Mauro y Ainara. Sabía que la situación era complicada, pero también sabía que el amor podía surgir de las maneras más inesperadas.
—Francisco, ¿crees que realmente puedan enamorarse? —preguntó María, rompiendo el silencio.
Francisco la miró con una expresión pensativa.
—Es posible. A veces, el amor surge de la fricción y la cercanía. Lo importante es que estemos aquí para apoyarlos, sin importar cómo se desarrollen sus sentimientos.
María asintió, sintiendo una mezcla de alivio y preocupación. Sabía que el camino por delante no sería fácil, pero estaba decidida a hacer lo mejor para sus hijos.
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Ainara, que estaba en su habitación, también perdida en sus pensamientos. Había escuchado la discusión entre Mauro y su madre, y no podía evitar sentirse culpable. Sabía que Mauro no la veía como una hermana, y eso la hacía sentir aún más confundida sobre sus propios sentimientos hacia él.
Decidida a aclarar las cosas, Ainara salió de su habitación y fue en busca de Mauro. Lo encontró en el parque, sentado en un banco, con la mirada perdida en el horizonte.
—Mauro —dijo suavemente, acercándose a él.
Mauro levantó la vista, sorprendido de verla allí.
—¿Qué haces aquí? —preguntó, su tono aún cargado de frustración.
—Creo que necesitamos hablar —respondió Ainara, sentándose a su lado—. No podemos seguir así, peleando todo el tiempo. Tenemos que encontrar una manera de llevarnos bien, aunque sea solo por tu mamá y mi papá.
Mauro suspiró, sintiendo cómo la tensión comenzaba a desvanecerse un poco.
—Lo sé —admitió—. Pero es difícil. No sé cómo verte como una hermana cuando no siento eso por ti.
Ainara lo miró a los ojos, sintiendo una mezcla de alivio y temor.
—Yo tampoco te veo como un hermano —confesó ella con nerviosismo—. Pero tal vez podamos empezar por ser amigos.
Mauro asintió lentamente, sintiendo que, por primera vez, estaban en la misma página.
—Amigos —repitió—. Podemos intentarlo.
Mauro y Ainara se quedaron en el parque, hablando por primera vez sin la tensión habitual. Descubrieron que, a pesar de sus diferencias, tenían más en común de lo que pensaban. Hablaron sobre sus sueños, sus miedos y las dificultades de adaptarse a la nueva familia.
A medida que la noche avanzaba, Mauro comenzó a sentirse más relajado. Ainara, por su parte, se dio cuenta de que Mauro no era tan distante como parecía. Había una vulnerabilidad en él que nunca había notado antes.
—Gracias por venir a buscarme —dijo Mauro finalmente, rompiendo el silencio que se había instalado entre ellos.
—De nada —respondió Ainara con una sonrisa—. Creo que ambos necesitamos esto.
Cuando regresaron a casa, encontraron a María y Francisco esperándolos en la sala. La preocupación en sus rostros se desvaneció al ver que ambos jóvenes parecían más tranquilos.
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Editado: 22.10.2024