La ceremonia de graduación del colegio Inmaculada Concepción estaba en pleno apogeo. Las luces brillaban intensamente, y la emoción flotaba en el aire. Los graduados, vestidos con sus togas y birretes, esperaban ansiosos a ser llamados uno por uno. Ainara y Mauro, los mejores estudiantes de su promoción, ocupaban un lugar destacado en primera fila.
—Bueno, aquí estamos, graduándonos con honores —dijo Ainara, con una sonrisa que mezclaba orgullo y picardía—. ¿Qué opinas, Mauro? ¿Nos ganamos estos títulos solo por ser los más simpáticos del colegio?
Mauro rio, ajustando su birrete.
—Claro, es difícil competir con nuestro encanto innato. Aunque, tal vez el hecho de que nunca faltáramos a clases, e hiciéramos todas las tareas también ayudó un poco.
Ainara lo miró de reojo, con una sonrisa sarcástica.
—O tal vez fue tu increíble habilidad para corregir a los alumnos en medio de las clases, como si fueras el profesor. Eso definitivamente dejó una impresión duradera.
—Lo mismo digo de tu tendencia a responder las preguntas antes de que los profesores terminaran de formularlas. Todo un espectáculo, ¿no crees? —replicó Mauro, con una sonrisa.
—Pero creo que en todos estos cinco años, hicimos lo impensable —Ainara se giró centrando sus ojos en Mauro.
Mauro sonrió al saber a lo que se refería.
—Soportarnos, logramos coexistir en el mismo espacio.
Ainara soltó una risa, sin poder evitar sonreír ante la respuesta de Mauro.
—Exactamente. Soportarnos a pesar de nuestras diferencias. ¿Quién lo hubiera dicho? —dijo Ainara, con una mezcla de sarcasmo y sinceridad en su voz.
Mauro asintió, disfrutando del momento.
—Sí, debe ser un récord mundial o algo así. Sobrevivir a las clases, a los exámenes y a nosotros mismos. Realmente merecemos una medalla, ¿no crees?
Ainara rodó los ojos, pero seguía sonriendo.
—Tal vez deberíamos añadirlo a nuestros diplomas: “Graduados con honores y sobrevivientes del sarcasmo mutuo”.
Mauro rio, apreciando la broma.
—Definitivamente. Ahora, vamos a disfrutar de este momento antes de que nos toque enfrentarnos a la próxima aventura.
Ainara asintió.
La directora subió al escenario, y el bullicio de la audiencia se acalló. Comenzaron a llamar a los graduados, uno por uno, hasta que llegó el turno de Ainara y Mauro. Ambos caminaron juntos hacia el escenario, sus pasos sincronizados.
—Ainara y Mauro, dos de nuestros estudiantes más destacados, no solo por su desempeño académico, sino también por su dedicación y compromiso —anunció la directora, con una sonrisa cálida—. Felicitaciones a ambos.
Le entregaron los diplomas, y los aplausos resonaron en el salón. Ainara y Mauro intercambiaron una mirada cómplice, sabiendo que este era solo el comienzo de sus logros.
—¿Preparada para conquistar el mundo? —preguntó Mauro mientras bajaban del escenario.
—Solo si tú vienes conmigo —respondió Ainara, sin perder el tono sarcástico—. Alguien tiene que asegurarse de que no corrijas a todos en el camino.
Ambos rieron, conscientes de la atracción irresistible que había estado creciendo entre ellos, pero que ninguno estaba listo para admitir. La ceremonia continuó, pero para Ainara y Mauro, ese momento juntos en el escenario marcaba un hito especial.
Al terminar la ceremonia, salieron del salón con sus familias, disfrutando de la euforia del momento, les esperaba un futuro lleno de promesas y desafíos por delante.
—¿Qué te parece si celebramos esta noche con una pizza? —propuso Ainara, con una sonrisa traviesa.
—Solo si prometes no lanzar queso esta vez —respondió Mauro, en tono de broma.
—Bueno será mañana porque más tarde es la fiesta y no me la pienso perder.
Y así, entre risas y sarcasmo, el día de graduación se convirtió en otro recuerdo imborrable, dejando en suspenso lo que el futuro podría deparar para ellos.
Después de un almuerzo en un lujoso restaurante. Ambos llegaron a la casa, para prepararse para la fiesta que sería en la noche.
—En vista que solo hay un baño, porque el otro está siendo usado por nuestros padres —Mauro la miro con una pícara sonrisa—. ¿Qué te parece una carrera? Lástima por quien llegue de último.
—¿Crees que tengo miedo? —Ainara arqueo una ceja—. Soy más rápida que tú.
Mauro soltó una risa y asintió. Contaron hasta tres y salieron corriendo como si fueran unos niños.
En su prisa por llegar primero, Ainara tropezó con la alfombra del pasillo y cayó hacia adelante, aterrizando justo en los brazos de Mauro. Ambos quedaron congelados por un segundo, sus rostros a solo centímetros de distancia. Ainara sintió cómo su corazón se aceleraba, y Mauro, sorprendido, no supo qué decir.
—Ehm… ¿Estás bien? —preguntó Mauro, finalmente, con una voz temblorosa.
—Sí, sí, estoy bien —respondió Ainara, sonrojándose intensamente mientras se apartaba rápidamente de él.
Ambos se quedaron de pie, incómodos y sin saber qué hacer. Ainara se levantó y, sin decir una palabra más, se dirigió al baño, cerrando la puerta detrás de ella. Mauro se quedó en el pasillo, sintiendo que su corazón aún latía con fuerza.
El momento incómodo dejó a ambos adolescentes más confundidos que nunca, sin saber cómo interpretar lo que acababa de suceder.
Unas horas después, Ainara bajaba por las escaleras, llevaba un elegante vestido azul que resaltaba su cabello pelirrojo y Mauro lucía un traje negro con una corbata que hacía juego con el vestido de Ainara, el cual le quedaba a la perfección.
Mauro no pudo evitar sonreír al verla bajar. Sus ojos marrones estaban fijos en ella, incapaz de quitar su mirada.
—Vaya, creo que alguien decidió dejar de lado los libros por una noche —dijo Mauro con una sonrisa irónica.
Ainara rodó los ojos, pero no pudo evitar sonreír también.
—Mira quién habla, el que siempre quiere hablar de matemáticas.
Mauro se encogió de hombros, fingiendo inocencia.
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Editado: 22.10.2024