Desperté la mañana del lunes con el estruendo de golpes que amenazaban con taladrarme los oídos. Alexander, mi hermano, era la persona que tocaba la puerta como siempre lo hacía antes de irnos a la universidad. Estaba acostumbrada a levantarme con el ruido de sus nudillos contra la madera.
Casi podía recordar a papá y mamá venir a despertarme cuando era pequeña. Pero desafortunadamente ellos no vivían con nosotros. Ambos se habían mudado el día en que ingresamos a la universidad, justo después de que la abuela falleciera. Papá nos dijo que era hora de volvernos independientes y arreglar nuestros propios asuntos. Yo tenía pensado conseguir un departamento para comenzar una vida aparte, pero Alexander no estuvo de acuerdo.
Al final, decidimos quedarnos en casa juntos.
Alexander tenía veinte años —dos años mayor que yo—, pero su comportamiento era de una persona de treinta. Aunque tenía que admitirlo, era un hermano responsable, se encargaba de los gastos de la casa y de cualquier inconveniente. Según él, yo debía preocuparme solamente por los estudios y por volver a casa temprano. Decía que, con mis dieciocho años, yo aún no tenía la experiencia para enfrentarme a la vida.
Me molestaba que pensara eso de mí.
Sí, era tímida e insegura, pero también tenía mi carácter. Él, en cambio, era extrovertido, sociable y arrogante. No entendía cómo su novia Karen lo soportaba la mayor parte del tiempo en las clases.
—No dejaré de tocar hasta que abras la puerta —lo escuché decir desde el otro lado.
Gimiendo de pereza, me levanté de la cama y luego de arrastrar los pies por la habitación, logré girar el pomo.
—Ya estoy despierta —me tallé los ojos y aún somnolienta, lo vi en el umbral con un aura impaciente.
—Tienes media hora —señaló el reloj de su muñeca y se dio la vuelta, dejando un aroma a perfume y jabón.
Rodeé los ojos y cerré la puerta mientras soltaba un bostezo. Me estiré y di unos cuantos pasos antes de dejarme caer en la cama de nuevo. Odiaba levantarme temprano como cualquier persona y odiaba el hábito que tenía mi hermano para venir a despertarme. Me ponía de mal humor.
Luego de cinco minutos, me levanté a regañadientes y ordené las sábanas. El teléfono comenzó a sonar y me incliné a la mesita de noche. Era una llamada de Alexander. Sabía que solo lo hacía para apresurarme. Cogí un atuendo de ropa del armario y me dirigí al cuarto de baño.
Veinte minutos después, salí de la ducha y me vestí en tiempo récord. Me colgué la mochila en un hombro y tomé la caja de materiales que el profesor de laboratorio había encargado.
No iba a tener tiempo para desayunar, eso era un hecho. Dejé salir un suspiro y me advertí mentalmente que la próxima vez me levantaría temprano.
Alexander estaba en el sofá de la sala, tecleando el teléfono y moviendo el pie. Cuando me miró, rápidamente lo guardó en sus bolsillos y me quitó la caja que sujetaba torpemente entre las manos.
—¿Qué diablos es esto? —frunció el ceño, inspeccionando lo que había dentro.
—Materiales para el laboratorio —dije tomando su mochila.
Salimos de casa y ambos subimos a la camioneta.
—Me alegra no estar en esa clase —dijo cuando comenzó a conducir.
No le tomé importancia, simplemente me digné a mirar por la ventana. El cielo estaba tornado de un color gris opaco. El panorama era algo extraño debido a que la mayor parte de los días eran soleados, pero llegué a la conclusión de que era algo normal e insignificante.
…………….
El estacionamiento de la universidad estaba invadido de autos y estudiantes. El ambiente era un poco sofocante e irritante como todos los inicios de semana. Después de un par de vueltas, Alexander localizó un lugar donde aparcar. Bajé de la camioneta y miré a mi alrededor con la esperanza de encontrar a Kim o Claire, aunque seguramente ya estaban dentro del edificio.
—Te ayudaré con esto —dijo Alexander, tomando la caja de nuevo.
Caminamos por el asfalto y mi hermano saludó a algunos de sus amigos. Cuando escuché el ruido amortiguado de una moto, miré sobre mi hombro. Había reconocido ese sonido durante estos días. Max Wilson era el único que conducía un vehículo tan intimidante y escandaloso. Lo vi bajar de la moto y comenzó a caminar dando pasos sólidos y firmes. Era evidente que le molestaba integrarse con sus compañeros, ninguno de ellos le dirigía la palabra por miedo a ser ignorado o insultado. La persona con la que se relacionaba durante las clases o en las horas de descanso era Jordan, otro chico serio y reservado.
Desde que ingresó a la universidad, las chicas no dejaban de hablar sobre lo atractivo y sexi que era. Sin embargo, dejaron de intentar entablar una conversación con él, ya que bastó un par de horas para que todos nos diéramos cuenta de su actitud fría y distante.
Max se acercó y me miró por un pequeño instante mientras se ajustaba la chaqueta negra de cuero. Inmediatamente aparté la mirada y cuando me esquivó pude percibir un aroma embriagante a especias. Algunos lo observaron disimuladamente mientras avanzaba a la entrada del edificio. Ninguno se enfrentaba a él por miedo a salir perjudicado. Los primeros días se involucró en varias peleas con los chicos que se arriesgaban a contradecirlo, lo que fue suficiente para que los demás se quedaran mudos y se apartaran cada vez que estaba alrededor.
El timbre de entrada me sacó de mi ensoñación y apresuré a Alexander por los pasillos hasta llegar al salón de Bioquímica. Le agradecí a mi hermano por la ayuda y se despidió dándome un beso en la frente.
—Te veo en la salida —lo escuché decir cuando salió trotando en dirección a su clase.
Luego de que entré al laboratorio, saludé a algunos compañeros y dejé caer la caja de materiales en la mesa de aluminio. Mientras sacaba el cuaderno de apuntes y el bolígrafo de la mochila, escuché la voz chillona de Kim al fondo del salón. Me giré y sonreí entusiasmada cuando se levantó de su silla. Probablemente venía a contarme lo relevante del fin de semana. Lamentablemente, el profesor Robert llegó y le llamó la atención.