Piso con fuerzas el freno del auto, deteniéndome frente a casa de manera agresiva, haciéndome maldecir. Apago el motor, guardando las llaves en el bolso antes de que las pierda. Me observo en el espejo retrovisor, aferrando mis manos a volante, diciéndome a mi misma que luzco bien, puse todo mi esfuerzo en ser impecable para ir con mi madre; mi cabello cae en ondas brillantes que relucen en su sitio, el maquillaje es conveniente. Con la esperanza de que no exista algún mínimo detalle que se me haya pasado, desabrocho el cinturón y bajo.
Camino hacia la entrada a manera de pasarela, un pie delante del otro como si existiera una línea que seguir; estoy por abrirme la puerta cuando todo sucede en cámara lenta, es como si lo viera en tercera persona, a pesar de que soy la protagonista principal del desastre. Solo abren la puerta primero que yo, chocan conmigo de una manera tonta, haciendo que caiga al suelo de trasero y enseguida pintura cae sobre mí. No sé de donde, pero el líquido manda todo a la puta mierda.
— ¡IMBÉCIL! ¡¿ACASO ESTÁS CIEGO?! — grito con el diablo dentro, mi dedicación por presentarme a mi madre como a ella le gusta se ha ido a la basura.
— Lo siento chica, pero tú entrabas y yo…
— ¡SHHH! — lo calló, no hace falta que manifieste lo sucedido, digamos yo lo viví.
Me extiende su mano, que no quiero o necesito, por lo que la golpeo enfada, y me incorporo por mi cuenta. Entonces veo mi vestido blanco manchado de pintura echado a perder, esto no me ayudará a enorgullecer a mi madre. Levanto la mirada enfada para enfrentar al causante de esta tragedia, unos ojos que no sé cómo describir ¿Azules? ¿Verdes? ¿Celestes? ¿Grises? ¡¿Qué puto color es ese?! ¿Acaso es eso posible? ¿Es legal tener ojos así? Tal vez trata de todos ellos en una bella combinación, una explosión de colores me observan con arrepentimiento. Que injusta es la vida para que le den unos ojos tan lindos a alguien tan desagradable.
— Niña que es esa presentación — mi madre aparece despampanante como siempre junto al chico, el cual sonríe ahora. Le dirijo una mirada de pocos amigos al castaño
— Maldito descuidado — murmuro enfada
— Por lo menos estoy presentable y no lleno de pintura — contraataca
— ¡No me jodas! ¡Si ha sido tu maldita culpa!
— Señorita, entre ahora mismo — atravieso la puerta, aprovechando para golpear con mi hombro al chico odioso.
Camino por el pequeño pasillo hasta mi habitación, cerrando esta con un portazo. De seguro la señorita Amelia al presenciar que las clases de modales no me sirvieron de ni mierda me enviara a saber dónde. Entro al baño tratando de olvidar lo ocurrido; recordándome mis planes con Ava Kylie. ¡Oh sí! Adalyn piensa positivo.
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Aproximadamente en media hora salgo de la habitación renovada, siendo otra persona. No saben lo difícil que es ser la primogénita de una reconocida modelo prácticamente impecable a no ser por la hija que tiene, yo en otras palabras. Debo lucir insuperable la mayor parte del tiempo, nunca debo olvidar utilizar crema hidrante en mis piernas porqué a mí madre le daría un infarto verlas secas, son una fuente de atracción. Fui a clases de maquillaje porqué debo estarlo siempre, mi cabello son ondas ordenadas desde que me levanto hasta cuando me acuesto, y si continuó no terminaría. Es una rutina agobiante. Es lo que nunca debo olvidar y obedecer.
Entro a la sala de estar para despedirme de mis cariñosos padres, pero me detengo en el marco de la entrada viendo a papá conversando alegremente con el chico destruye perfecciones, mientras mamá toma té con elegancia. Trato de pensar que podría estar haciendo alguien como él con mis progenitores.
— Adalyn es bueno tenerte de vuelta.
— De hecho, ya me voy, quedé con Ava Kylie para comer — la ceja intachable de mi madre se eleva; es obvio que a ella no le gusta Ava Kylie, aparte que coma cualquier cochinada que no sea dietético, comida de la calle, menos unir todo eso. Suspiro con cansancio. Ni al caso llevarles la contraria ahora.
— Adalyn te presento a Bryce, el nuevo guarda de seguridad — papá se incorpora viendo mi expresión de desconcierto, me guía hasta el sofá sentándome entre ambos. Para que no escape, sabía estrategia.
La verdad no entiendo por qué otro guarda de seguridad, ya tenemos varios y me caen mejor que este arruina vestidos, tan desagradable chico que no merece el trabajo.
— ¿Para qué padre? — soy lo más dulce que me permite mi verdadero yo
— Viajaremos a New York por unos compromisos de tu madre, necesitamos protección para nuestro hogar, para ti — claro, era obvio que la señorita Amelia Cox tenía que viajar, y mi queridísimo padre Cooper Stone la acompañaría ¿Y yo? Pues con mi puta soledad.