La noche había caído sobre Barquisimeto, y Ainara y Mauro se encontraban sentados en un banco del parque, cerca de su casa, alejados de la multitud y las luces brillantes de la ciudad. Las estrellas brillaban en el cielo, pero ambos estaban sumidos en sus pensamientos. Ainara jugaba nerviosamente con un mechón de su cabello, mientras Mauro observaba sus propias manos, las cuales descansaban sobre sus rodillas.
—Mauro, ¿crees que deberíamos decirles a nuestros padres sobre nosotros? —La pregunta se escapó de sus labios, cargada de incertidumbre.
Mauro suspiró profundamente, mirando a Ainara a los ojos.
—No lo sé, mi princesa. Pero es algo que también he estado pensando ¿Te imaginas cómo lo tomarían? Desde que ellos están juntos, Francisco y mi mamá siempre nos han dicho que somos como hermanos.
—Lo sé. Pero no somos realmente hermanos, solo hermanastros. Aun así, no puedo dejar de pensar en cómo nos mirarán los demás, incluso nuestra propia familia. —dijo Ainara asintiendo y mordiéndose el labio inferior.
El silencio se instala entre ellos, solo roto por los suaves sonidos de la naturaleza nocturna. Ainara coloca su mano sobre la de Mauro, buscando consuelo en su calor. Mauro la aprieta suavemente, queriendo transmitirle seguridad.
—Ainara, yo… No quiero que nos juzguen, que piensen que estamos haciendo algo mal. Pero también sé que lo que siento por ti es real, y no quiero esconderlo para siempre. Quiero ir corriendo y contarles, pero no sé cuál será su reacción ¿Qué tal si esperamos hasta que cumplamos 18 años? Tal vez para entonces, todo sea un poco más fácil de manejar.
Ainara se inclina hacia Mauro, apoyando su cabeza en su hombro, pensando en lo que acaba de decir.
—Tienes razón. Esperar hasta los 18 nos dará tiempo para pensar en cómo decírselo a nuestros padres y enfrentar las consecuencias. Solo espero que entiendan que no somos niños, que sabemos lo que queremos.
—Aunque primero veamos este tiempo, si podemos decirles antes, creo que será mejor.
Mauro la abraza, sintiendo un nudo en el estómago por el miedo al futuro y deseando poder tener un control y adelantar los meses.
—Estoy seguro de que lo entenderán, tarde o temprano. Pero por ahora, prefiero tenerte a mi lado, sin importar lo que piensen los demás. No quiero perderte.
Ambos permanecen en silencio, disfrutando del momento de calma y cercanía. Sus corazones laten al unísono, compartiendo la misma mezcla de miedo y esperanza. La decisión de esperar les pesa, pero saben que es lo mejor para su relación y para enfrentar juntos los desafíos que les esperan.
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La noche avanzaba y el reloj de la sala marcaba las 10:00 p.m. Francisco y María estaban sentados en el sofá, observando la puerta principal con una mezcla de preocupación y curiosidad.
—Es increíble cómo han crecido, ¿no te parece amor? Después de la graduación, parecen más maduros, como si por fin pueden hablar entre ellos de manera civilizada —dice Francisco sonriendo.
—Sí, han cambiado mucho. Pero, ¿te has dado cuenta de cuánto tiempo pasan juntos? —María frunció el ceño—. O sea, más del que pasaban antes. No me malinterpretes, me alegra que se lleven bien, pero…
—Vamos, María. Siempre hemos querido que se lleven como hermanos. Es natural que pasen tiempo juntos —respondió Francisco despreocupado.
María suspira, mirando hacia la ventana y cruzándose de brazos.
—Eso es lo que me preocupa, Francisco. No sé si sus sentimientos son solo de hermanos. Hay algo en la manera en que se miran, en cómo actúan cuando están juntos. Me temo que puede ser algo más.
—¿Estás diciendo que…? —pregunta Francisco entendiendo el miedo de su esposa.
—No lo sé. Solo tengo esta sensación. Quizás estoy siendo paranoica, pero es algo que no puedo ignorar. ¿Y si se están enamorando?
—Es una situación complicada. Pero, si eso fuera cierto, tendríamos que hablar con ellos. No podemos dejar que esto se salga de control —Francisco suspira y se queda por unos segundos pensativos—. Ya sabes a lo que me refiero.
—Lo sé. Pero, ¿qué les decimos? No quiero que se sientan atacados o que piensen que no aprobamos su cercanía. Solo quiero asegurarme de que saben lo que hacen y las consecuencias que podría traer.
Francisco toma la mano de su esposa con ternura.
—María, cariño, si realmente están enamorados, tendremos que apoyarlos, como te lo mencione hace semanas atrás. No podemos controlar sus sentimientos. Lo único que podemos hacer es guiarlos y estar ahí para ellos, porque el amor es así.
—¿Y si llegan a tener relaciones sexuales? ¿Y si Ainara sale embarazada? ¿Qué vamos a hacer entonces? —pregunta María alarmada—. ¿Qué tal si por la calentura lo hacen, sin pensar en lo demás?
—María, entiendo tus preocupaciones —dice Francisco con su característica voz calmada—. Pero tenemos que confiar en ellos y en la educación que les hemos dado. Si llegara a pasar algo así, lo enfrentaríamos juntos como familia. Lo importante es que sepan que pueden contar con nosotros, sin importar lo que pase.
El sonido de las llaves en la cerradura interrumpió la conversación. Francisco y María se giraron hacia la puerta, observando cómo Ainara y Mauro entraban, riendo suavemente entre ellos.
—¡Ah, ya llegaron! ¿Cómo les fue? —pregunto Francisco con una sonrisa forzada.
—Todo bien, Francisco. Solo salimos a dar una vuelta por el parque —respondió Mauro—. Con los chicos, Daira, Alan y Camila.
—Sí, solo queríamos aprovechar la noche con nuestros amigos —dijo Ainara asintiendo.
María observó a los dos adolescentes con una mezcla de amor y preocupación.
—Vayan y se alistan para dormir —dijo Francisco.
—Ainara —María llamo a la joven antes que se fuera.
—Sí, María.
—Para que no tengan que esperar por el baño, puedes usar el que está en nuestra habitación.
—Ah, ok, gracias —Ainara se sorprendió, ya que ellos no permitían que usarán su baño.