Atracción prohibida. Un amor que rompe las reglas.

¿Virgen?

La tarde se deslizaba lentamente hacia la noche, y el sol comenzaba a ocultarse detrás de las montañas. María aprovechó el momento de tranquilidad en la casa para buscar a Mauro. Lo encontró en su habitación, sentado en su escritorio, aparentemente concentrado en un libro.

¡Toc! ¡Toc! ¡Toc!

María tocó con suavidad.

—¿puedo pasar hijo?

—Claro mamá, puedes pasar —Mauro levanto la vista y respondió sonriendo.

María entró y se sentó en la cama, observando a su hijo con una mezcla de amor y preocupación. Mauro notó la seriedad en su rostro y dejó el libro a un lado.

—¿Pasa algo? ¿Por qué tan sería?

—Mauro, he notado que has estado diferente últimamente. Más feliz, más… distraído. ¿Hay algo que quieras contarme?

Mauro sintió un nudo en el estómago. Sabía que su madre era perceptiva, pero no esperaba esta conversación tan pronto. Trató de mantener la calma y sonrió tímidamente.

—Bueno, mamá, hay una chica que me gusta, es algo que no puedo negar, ella es hermosa mamá.

María observó cada expresión de su hijo, cada pequeño gesto. La forma en que sus ojos brillaban al hablar de esa chica, la manera en que su sonrisa se volvía más suave. No necesitaba más confirmación; sabía que Mauro estaba enamorado.

María suspiró.

—Mauro, quiero que sepas que puedes confiar en mí —María sonrió y decidió no presionarlo más en ese tema—. Espero conocerla pronto o en caso de que la conozca me digas quién es. Pero también quiero asegurarme de que entiendes las responsabilidades que vienen con esos sentimientos.

—Gracias mamá —Mauro asintió

—Hijo —María buscaba la manera de preguntar lo que tenía en mente.

—Dime mamá.

—¿Aún eres virgen? —preguntó María sabiendo que la pregunta podía incomodar a su hijo.

Mientras que la pregunta cayó como una piedra en el estómago de Mauro. Se sintió incómodo, pero sabía que su madre solo quería protegerlo. María también se sentía incómoda, pero necesitaba saberlo para poder guiarlo adecuadamente.

Mauro se sonrojó levemente y bajó la mirada hacia el suelo. Se sentía avergonzado de hablar de ese tema con su madre, pero sabía que no podía mentirle, así que la miro a los ojos y con cierta timidez respondió:

—Sí, mamá. Aún soy virgen. No tienes que preocuparte por eso.

María sintió un alivio momentáneo en su interior al escuchar la respuesta de su hijo.

—Mauro, quiero que te concentres en tus estudios. Pronto comenzarán las clases en la universidad y necesitas estar preparado. Antes de tener un hijo, debes pensar en todas las responsabilidades que eso conlleva —aconsejó María con firmeza.

Mauro asintió en silencio, agradeciendo el consejo de su madre. Sabía que ella solo quería lo mejor para él, y prometió tomar en cuenta sus palabras en el futuro.

—Está bien.

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La conversación con Mauro había dejado a María más tranquila. Mientras se dirigía a su habitación, reflexionaba sobre lo que su hijo le había confesado. Encontró a Francisco sentado en la cama, leyendo un libro bajo la luz cálida de la lámpara.

—Francisco, he estado pensando en lo que dijiste antes. Sobre apoyar a nuestros hijos si se aman, aunque no sea como hermanos como lo hemos esperado —dijo María sentándose a su lado.

Francisco cerro el libro y miro a su esposa.

—Me alegra que lo veas así. Lo más importante es su felicidad.

—Tienes razón. Si realmente se aman, tenemos que estar ahí para ellos. No quiero que sufran como mi hermana —dijo María suspirando.

—¿Tu hermana? ¿Cuál de ellas? No estoy seguro a qué te refieres cariño.

—Cuando era joven, mi hermana se enamoró del cuñado de su hijo. Fue un escándalo en la familia y entre nuestros amigos. Recuerdo cuánto sufrió por las críticas y el rechazo. Pero al final, se casaron y encontraron la felicidad juntos, a pesar de todo.

—Eso debió ser muy duro para ella. Pero encontró la manera de salir adelante —Francisco acariciaba las manos de su esposa.

—Sí, y no quiero que Ainara y Mauro pasen por lo mismo. Si su amor es verdadero, tenemos que apoyarlos y protegerlos de las críticas. No quiero que se sientan excluidos o rechazados, amor tengo miedo de eso.

—Haremos lo que sea necesario para que se sientan seguros y amados. Sabes que siempre estaré aquí para apoyarlos —dijo Francisco.

María se inclinó y besó a su esposo. Se sentía reconfortada y más segura de que, juntos, podrían enfrentar cualquier desafío que se presentara en el camino de sus hijos.

—Por los momentos, démosle espacio y que sientan la confianza de contarnos si algo pasa entre ellos —agregó Francisco.

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Días después, Francisco, con una sonrisa pícara, entra en la cocina donde Ainara está preparándose un sándwich.

—Ainara, ¿estás enamorada? ¿Cuándo me vas a presentar un novio?

Ainara queda tan sorprendida que casi deja caer el sándwich.

—¿Qué? ¡Papá! Mis amigas tienen padres que no les permiten ni pensar en novios, y aquí estás tú, preguntándome cuándo te presentó uno.

—Bueno, quiero asegurarme de que el chico que llegue sea digno de ti. Además, tengo que practicar mi mirada intimidante para asustarlo un poco, ¿no? —respondió Francisco encogiéndose de hombros.

—¡Papá! Con amigas que tienen padres tan estrictos, y tú preguntándome esto… No sé si eres el papá más relajado del mundo o si solo quieres hacerme reír —Ainara soltó una risa.

—Tal vez un poco de ambos. Pero en serio, solo quiero que seas feliz. Aunque, entre nosotros, si aparece un novio, dile que soy cinturón negro en sarcasmo —Dijo Francisco guiñándole un ojo.

—No sé si reírme o preocuparme…

Ainara suelta una carcajada mientras Francisco, satisfecho con su pequeña broma, está a punto de salir de la cocina cuando Ainara, con una sonrisa tímida, lo detiene.

—Papá, en realidad… hay alguien que me gusta.

Francisco se detiene en seco, girándose para mirarla con los ojos muy abiertos, aunque mantiene una expresión juguetona.




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