La brisa cálida de la tarde acariciaba el rostro de Ainara mientras se acercaba al campus de la Universidad Fermín Toro. La graduación había sido solo el comienzo de una nueva etapa llena de promesas y desafíos. El eco de las risas de sus compañeros aún resonaba en su mente, un recordatorio de que los tiempos felices podían ser efímeros.
Ainara se detuvo un momento, observando el bullicio a su alrededor. Estudiantes que corrían de un lado a otro, profesores que discutían animadamente y el vibrante caos que siempre la había tranquilizado. Pero su tranquilidad se vio interrumpida por una presencia familiar.
Mauro estaba allí, apoyado contra un árbol, con esa sonrisa que siempre lograba desarmarla. Desde la fiesta de graduación, sus encuentros habían sido furtivos, llenos de miradas cómplices y palabras no dichas. En ese momento, el mundo exterior parecía desvanecerse, dejando solo a ellos dos.
—Te estaba esperando —dijo Mauro, su voz baja y llena de ternura.
Ainara sintió un calor reconfortante en su pecho.
—¿Cómo te las arreglas para aparecer justo cuando más te necesito? —respondió, tratando de ocultar la emoción en su voz.
—No es casualidad —dijo Mauro acercándose, sus ojos fijos en los de Ainara—. Es porque siempre estoy pensando en ti.
El corazón de Ainara latió con fuerza. Sabía que su amor al salir a la luz sería una batalla constante contra las miradas juzgadoras y las opiniones de los demás. Sin embargo, cada vez que estaba con Mauro, esas preocupaciones se desvanecían.
Pero justo cuando pensaba que podría disfrutar de ese momento, una figura se acercó. Era Camila, la mejor amiga de Ainara, con una expresión divertida y un brillo cómplice en sus ojos.
—¡Ya sabía que los encontraría juntos! ¡Par de tortolitos! —exclamó, rompiendo la tensión y devolviendo a Ainara a la realidad.
La vida universitaria en la Fermín Toro no sería fácil, pero mientras Ainara y Mauro tuvieran pequeños momentos como esos, sabían que podrían enfrentarlo todo juntos.
—Te lo dije Camila, creo que debemos ajustarle algunas tuercas a estos tortolos para que no se escapen —exclamó Alan que se acercaba.
Ainara se rio, notando la expresión traviesa en el rostro de Alan.
—Veo que ya trajiste las herramientas —dijo Ainara señalando una llave inglesa imaginaria en las manos de Alan.
¡Camila no podía contener la risa!
—¿Ajustarle unas tuercas? Alan, pensé que estudiarías derecho, no sabía que conocías de mecánica —bromeó, dándole un codazo en las costillas.
Alan se rascó la cabeza, fingiendo confusión.
—¿No se suponía que estábamos hablando de amor y no de leyes?
Mauro levantó una ceja.
—¿Acaso somos un proyecto de bricolaje para ustedes?
Camila se unió a la broma.
—Bueno, dicen que el amor se construye, ¿no? Y ustedes dos necesitan un par de reparaciones.
Alan se inclinó hacia Mauro y susurró, pero lo suficientemente alto para que Ainara y Camila lo oyeran.
—Cuidado, amigo. Cualquier día de estos te van a pedir que levantes la mano para ajustar una bombilla.
Mauro soltó una carcajada.
—Espero que al menos me den un casco de seguridad.
Ainara, divertida, abrazó a Mauro.
—Prometo que no te pondré a construir una casa… aún.
La vida en la universidad estaba llena de desafíos y sorpresas, pero al menos las risas eran abundantes.
—Y yo que pensé que hoy sería un día aburrido —dijo Ainara, mientras todos se preparaban para entrar a clases—. Con amigos como ustedes, es imposible no reírse.
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Francisco y María se sentaron juntos en la sala, esperando a que Ainara y Mauro bajaran para cenar. Francisco tomó un sorbo de su café, pensando en cómo iniciar la conversación. Cuando escucharon los pasos de los jóvenes acercándose, ambos se miraron y asintieron en señal de apoyo.
¡Claro, sin problema!
Francisco y María se encontraban en la sala, con Ainara y Mauro sentados frente a ellos, en el sofá. El ambiente estaba cargado de expectación. Francisco y María habían decidido abordar el tema de la relación entre Ainara y Mauro de la manera más abierta y comprensiva posible.
—¿Por qué no se sientan un momento antes de ir al comedor? Tenemos algo de lo que queremos hablar con ustedes —dijo Francisco.
Ainara y Mauro intercambiaron miradas curiosas, pero obedecieron, tomando asiento en el sofá frente a sus padres.
—¿Todo está bien? —preguntó Mauro, con una ligera preocupación en la voz.
María tomó aire, preparando sus palabras.
—Sí, todo está bien. Queríamos hablar con ustedes sobre algo que vimos hace unas semanas —empezó, mirando a los chicos con ternura.
Ainara y Mauro se miraron, un destello de comprensión apareciendo en sus ojos. Ainara se ruborizó ligeramente, mientras que Mauro se enderezó en su asiento.
—Sabemos que ha habido muchos cambios en nuestras vidas —continuó Francisco, con voz calmada y llena de cariño. —Y vimos algo que nos hizo darnos cuenta de que esos cambios también han afectado nuestra relación.
María extendió una mano y tomó la de Francisco, sintiendo el apoyo de su esposo.
—Lo que queremos decir es que vimos cómo se besaron ese día —dijo María suavemente, buscando los ojos de ambos jóvenes. —Y queremos que sepan que, aunque esto pueda parecer complicado, los apoyamos.
Ainara y Mauro intercambiaron miradas, sintiéndose aliviados. Ainara fue la primera en hablar.
—Gracias, papá, María. Eso significa mucho para nosotros. No queríamos esconderlo, solo… no sabíamos cómo decírselo —dijo con voz temblorosa.
—Entendemos —respondió Francisco, asintiendo. —Lo importante es que confíen en que siempre estaremos aquí para ustedes.
María asintió, sonriendo cálidamente.
—Y queremos que sean felices, y lo fundamental es que se amen y se respeten.
Mauro tomó la mano de Ainara, sintiéndose fortalecido por las palabras de sus padres.