Francisco se aclaró la garganta, adoptando una postura más seria después de la presentación divertida de Mauro.
—Bueno, ahora que sabemos y aprobamos su relación, hay algo más que debemos discutir.
—Claro, ¿de qué se trata? —pregunto Mauro.
—Normalmente, los novios no viven bajo el mismo techo —respondió Francisco, mirando a Ainara y Mauro—. Pero dado que ustedes son hermanastros y tienen que convivir juntos, habrá algunas reglas.
María asintió, interviniendo con una sonrisa traviesa.
—Sí, y para ser claros, ¡no quiero ser abuela todavía!
Ainara y Mauro se sonrojaron, riéndose nerviosamente.
—Entendido, María —dijo Ainara, tratando de mantener la compostura—. No tienes que preocuparte por eso.
Mauro asintió vigorosamente.
—Prometemos que no haremos nada inapropiado ni pasaremos los límites de nuestro noviazgo.
Francisco levantó una ceja, divertido por la reacción de los jóvenes.
—Bien, porque aquí van las reglas. Número uno: nada de estar en la misma habitación con la puerta cerrada.
Ainara levantó la mano, con una sonrisa juguetona.
—¿Qué pasa si estamos estudiando y necesitamos silencio?
Francisco intentó no reírse.
—Puedes estudiar en la sala o en la cocina, señorita. Número dos: no salidas nocturnas sin antes informarnos. Y número tres: manténganse enfocados en sus estudios.
María añadió con una mirada cómplice.
—Y si alguna vez necesitan algo, no duden en hablar con nosotros. Pero recuerden, ¡todo con moderación!
Ainara y Mauro se miraron, sintiendo el apoyo y amor de sus padres.
—Prometemos seguir las reglas —dijo Mauro con seriedad, aunque no pudo evitar sonreír—. Queremos que confíen en nosotros, de verdad, no haremos nada inadecuado aún.
Francisco sonrió, satisfecho.
—Eso es todo lo que pedimos. Queremos que sean felices y responsables.
María se acercó y abrazó a ambos jóvenes.
—Los queremos mucho y solo queremos lo mejor para ustedes.
Ainara y Mauro correspondieron el abrazo, sintiendo el calor de una familia que, a pesar de las dificultades, estaba unida por el amor y la comprensión.
—Creo que lo que más podría hacer es casarnos en unos meses —exclamó Ainara cuando se separaron del abrazo.
Francisco, sorprendido, empezó a toser mientras María, riéndose, le daba suaves palmadas en la espalda.
—Bueno, me casé a los 19, así que si quieren casarse a los 18, vale, lo entendimos bien —dijo María, todavía riendo—. Pero por favor, ¡déjenos respirar primero!
Mauro y Ainara se miraron cómplices, sus sonrisas reflejaban una mezcla de nerviosismo y entusiasmo. Ahora casarse se había convertido en una posibilidad tangible, una que ambos estaban dispuestos a enfrentar juntos.
Francisco, recuperado de su sorpresa, intercambió una mirada con María, quien asintió lentamente.
—Pero recuerden, el matrimonio es un viaje lleno de desafíos. Necesitarán paciencia, compromiso y mucho amor. ¡Ustedes quieren llevarme a la tumba con tantas cosas que dicen!
Todos soltaron una carcajada.
Francisco, con una sonrisa traviesa, se acercó a Mauro y le dio una palmada en el hombro.
—Y recuerda, Mauro, si alguna vez haces llorar a mi bebé, tendrás que enfrentarte a mis habilidades de asador. Y créeme, no querrás saber lo que puedo hacer con un cuchillo de cocina —dijo, guiñando un ojo.
Mauro rio nerviosamente, mientras Ainara y María se unían a las risas.
Y es que la felicidad es un frágil cristal que puede romperse con el más leve soplo del viento. En esos momentos, la confianza en la pareja se convierte en el cemento que une los pedazos, permitiendo que el amor florezca a pesar de las grietas.
Como un barco que navega por mares tempestuosos, es esa conexión profunda y sincera la que mantiene el rumbo fijo, soportando las tormentas más fieras. Atravesar estas pruebas fortalece la unión, haciendo que el amor sea imparable.
¿Podrá el amor de ellos salir victorioso en una guerra que no piensa dejar a nadie con vida?
En las sombras más densas de la noche, se teje un camino incierto. Ainara y Mauro, inconscientes de los hilos que se entrelazan silenciosamente alrededor de ellos, sienten una inquietud persistente, como el suave murmullo del viento antes de una tormenta.
Cada secreto no dicho, cada verdad oculta, se convierte en un nudo en esa red invisible que amenaza con envolverlos. La oscuridad parece tener vida propia, conspirando para desafiar su amor y poner a prueba su fortaleza. Lo que se gesta en la penumbra está por revelarse, y su amor deberá ser el faro que ilumine el camino en medio de la adversidad.
Pero sin importar los planes que la oscuridad tenga, Ainara y Mauro preparan sus corazones como los marineros que se preparan para una tormenta inminente.
Fortalecen cada día su comunicación, siendo transparentes y vulnerables el uno con el otro, y apoyándose mutuamente en cada desafío. La confianza mutua será su brújula, y el amor, la fuerza que los mantiene a flote.
Con la certeza de que, aunque el océano se agite, su vínculo es más fuerte que cualquier tempestad, porque aunque su atracción prohibida, es algo mal vista para algunos, es un amor que rompe las reglas, dispuesto a sobrevivir y demostrar lo contrario.
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Ainara estaba sentada en una mesa junto a la ventana, rodeada de libros y papeles. Había pedido un café y estaba absorta en sus apuntes de Derecho Civil. De repente, escuchó una risa familiar. Levantó la vista y vio a Mauro entrando, con su característica sonrisa despreocupada.
—¡Ey, mi futura abogada favorita! No sabía que te gustaba estudiar tanto en la cafetería. ¿Te importa si me siento? —pregunto él.
Ainara sonrió y le indicó una silla frente a ella.
—Claro, toma asiento. Pero si vas a distraerme, no te extrañes si te denuncio por obstrucción académica.
Mauro rio y se acomodó en la silla.